Vicente Aleixandre Vicente Verd¨²
Una de las cosas que m¨¢s le sacaban de quicio a mi padre es que yo, al decirle que quer¨ªa ser escritor, no le concretara qu¨¦ clase de escritor pretend¨ªa ser. Me miraba de frente y se pon¨ªa:-?Escritor? Pero escritor de qu¨¦. ?De novelas? ?De filosof¨ªa? ?De teatro? ?De poes¨ªa? Un escritor tiene que saber qu¨¦ quiere escribir, tener un g¨¦nero definido.
Como consecuencia, primero quise ser Ortega y Gasset, que a mi padre le parec¨ªa muy respetable. Pero despu¨¦s, viendo lo que se divert¨ªan todos con las obras de Alfonso Paso, quise ser dramaturgo. Compr¨¦ algunas obras de Paso en Escelicer y me propuse analizar la estructura para copiar su facilidad de composici¨®n, pero luego, cuando me sentaba a escribir, no lograba emparejar una historia divertida ni veros¨ªmil. Durante mucho tiempo, Alfonso Paso fue para m¨ª el admirable seductor de todos los p¨²blicos que en absoluto me habr¨ªa importado ser. M¨¢s tarde, sin embargo, ca¨ª en el pensamiento vanguardista y de izquierdas, y empec¨¦ a escribir numerosos poemas que no entend¨ªan los dem¨¢s. Yo daba por sentado que mi poes¨ªa no era f¨¢cil, pero cuanto m¨¢s abstrusa la creaba, m¨¢s me sent¨ªa en el camino de la autenticidad.
En esa tesitura me encontraba cuando, mezclado con otras lecturas, me centr¨¦ en Vicente Aleixandre y decid¨ª definitivamente ser un poeta. Econ¨®micamente, no era muy prometedora la especialidad, pero mi padre obtuvo la respuesta que tanto buscaba y la consider¨® un paso en el camino de mi afirmaci¨®n personal, as¨ª como un avance respecto al magma de ideas sueltas en que manoteaba. Sabiendo que yo quer¨ªa ser poeta, conoc¨ªa, al menos, a qu¨¦ atenerse y c¨®mo actuar, adem¨¢s, para proporcionarme ayuda.
Fue as¨ª como cooper¨® a que yo conociera a Vicente Aleixandre a partir de una Feria del Libro en el paseo de Recoletos de Madrid. Hab¨ªa ido con mi madre a la capital para pasar unos d¨ªas y ver alguna obra de Paso, pero fuimos juntos a la Feria y en una caseta se encontraba Vicente Aleixandre, vestido con un traje gris y una corbata azulada, muy erguido firmando ejemplares como si fuera un registrador de la propiedad. Yo tendr¨ªa entonces 18 a?os y todav¨ªa me quedaba la inhibici¨®n que me hab¨ªa inculcado el colegio interno, mientras que mi padre, abogado y persona muy simp¨¢tica, no encontraba obst¨¢culo alguno para abordar cualquier clase de situaci¨®n. Fue ¨¦l, por tanto, quien me arrebat¨® el libro que acababa de adquirir y se fue directo a solicitarle una dedicatoria a Aleixandre. ?l escribi¨®: "Para el joven poeta Vicente Verd¨², con mi afecto", y yo, desde ese instante, me puse bajo su advocaci¨®n.
En lo sucesivo, Vicente Aleixandre fue para m¨ª un santo, un paradigma, una gu¨ªa suprema, y le¨ª sus libros hasta la extenuaci¨®n. Pero me quedaba un asunto por resolver, y era la timidez que me hab¨ªa impedido conocerle personalmente. Decid¨ª, por tanto, resolver esa cuesti¨®n y concertar una cita con el gran poeta, quien, seg¨²n se dec¨ªa, no regateaba el favor de acoger a los escritores en ciernes. Le telefone¨¦, acept¨® recibirme en su chal¨¦ de Velintonia y una tarde, a las seis, me encontr¨¦ en un saloncito con cristaleras al jard¨ªn. ?l, sentado en un sof¨¢ color malva, con el codo apoyado en un reposabrazos de puntillas, y yo, mal acomodado en una butaca demasiado alta. Me pidi¨® entonces, desde su apacible figura, que le recitara algunos de mis versos, y yo tom¨¦ en las manos un cuaderno verde y le¨ª un poema de 54 l¨ªneas. Finalic¨¦ y esper¨¦ temblando a saber qu¨¦ le hab¨ªa parecido. Entorn¨® entonces los ojos como si se hubiera adormecido y dijo:
-Usted es un poeta.
Eso fue todo lo que dijo.
Durante a?os me he preguntado si lo que quiso se?alar fue que era, de verdad, lo que se dice un poeta. O se refer¨ªa a lo obvio: que empleaba el tiempo haciendo versos. Esa duda, que coincid¨ªa con las m¨ªas, me ha perseguido hasta hoy.
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