Isabel
Son muchos los que han dicho y reafirmado que es la ambici¨®n la que mueve al hombre, a veces con m¨¢s energ¨ªa que sus piernas y m¨¢s ¨ªmpetu que su coraz¨®n. Pero la palabra ambici¨®n contiene significados tan poco edificantes como: deseo desmedido de poder, ansia de fama o hambre de riqueza. Por eso, cuando hablo de luchadores, de criaturas tenaces que persiguen algo m¨¢s noble que el dinero o que la gloria, prefiero emplear un t¨¦rmino tan limpio, tan directo y humano como pasi¨®n. Y no hay nada -cr¨¦anme lo que les digo- comparable a un estado de pasi¨®n permanente, porque la fuerza y la alegr¨ªa que genera en el cuerpo que la sostiene le protege de todo abatimiento y le capacita para cualquier empresa.Aqu¨¦llos que han sabido instalar una pasi¨®n en su vida, se levantan a diario con un ¨¢nimo distinto. Tienen la sabia virtud de la paciencia y la estrategia infalible del sacrificio. La pasi¨®n les alimenta y no reparan en esfuerzos ni en tiempo para alcanzar la meta que se propongan. Quiz¨¢ el ejemplo m¨¢s pr¨¢ctico lo encontremos en los deportistas de ¨¦lite. Ellos sabr¨¢n mejor que nadie qu¨¦ aliento les empuja a exprimir sus posibilidades f¨ªsicas, al adiestramiento constante y a renunciar a m¨²ltiples placeres. Vistos as¨ª, son, en cierto modo, una met¨¢fora perfecta de la propia vida. Dar un sentido a la existencia a base de pasiones es una raz¨®n m¨¢s que suficiente para seguir viviendo. Y todo eso, este sucinto an¨¢lisis que tanto se aproxima al sentido de la felicidad, es lo que me sugiere la sonrisa amplia y exacta de Isabel Fern¨¢ndez, la yudoka alicantina que esta semana se ha rociado de oro ol¨ªmpico al proclamarse campeona de su disciplina en el Exhibition Hall de Sydney. Sus entrenamientos diarios, sus madrugones para recorrer la playa de los Arenales del Sol en plena amanecida, su esfuerzo por mantenerse en esos envidiables 56 kilos no son nada cuando lo que rige es una raz¨®n muy alta. Y la recompensa es tan ancha como la emoci¨®n que le alumbra y le humedece los ojos, una emoci¨®n que, como el pan, reparte entre quienes la quieren bien y entre aqu¨¦llos que saben, como ella, que sin sacrificio y sin dolor no hay pasi¨®n posible.
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