Desde Londres MARCOS ORD??EZ
- 1. Noches en el National.Estoy, estamos, mi mujer y yo, como siempre, y como casi siempre por estas fechas, en Londres, de vacaciones, vacaciones con teatro, por supuesto, que la pasi¨®n es la pasi¨®n. Unas vacaciones con rentr¨¦e, una palabra deliciosamente antigua, pero que en el West End se vive de una forma muy especial, con una oferta y una afici¨®n mucho m¨¢s viva, para mi gusto, que las de la rentr¨¦e de Broadway, que a veces no comienza hasta mitad de temporada, cuando ya alborea la entrega de los Tonys, y que, tampoco nos enga?emos, es infinitamente m¨¢s cara para una pareja de catalanes.
El National Theater, como siempre, est¨¢ lleno a rebosar, y las colas para hacerse con una localidad comienzan a las nueve de la ma?ana. Ha sido imposible encontrar entradas, por ejemplo, para The cherry orchard (El jard¨ªn de los cerezos, con Vanessa y Corin Redgrave); l¨®gico: en el Cottesloe, la sala peque?a del NT, apenas deben caber 300 espectadores. Sin embargo, y gracias, como siempre, a la ayuda de Louise Higham, del British Council barcelon¨¦s, conseguimos ver, entre otras maravillas que ya iremos comentando, el Hamlet de John Caird, el mejor Hamlet que he visto en mi vida, y he visto muchos, con Simon Rusell Beale, un int¨¦rprete absolutamente inusual (por su f¨ªsico, su versatilidad) que aqu¨ª se ha consagrado como el mejor actor de su generaci¨®n, y tambi¨¦n el super¨¦xito c¨®mico (c¨®mico bitersweet, como dir¨ªa Coward) de la rentr¨¦e, House & Garden, las dos nuevas comedias de Alan Ayckbourn, que se representan -cuando Hamlet descansa- de forma radicalmente simult¨¢nea, a la misma hora y con el mismo reparto, en el Lyttelton y el Olivier, llenando hasta la ¨²ltima butaca, con los actores corriendo de un teatro a otro ya que ambas obras se desarrollan (y se complementan) en tiempo real. Por supuesto, las vimos en d¨ªas alternos: los cr¨ªticos tendemos a la ubicuidad, pero no tanto.
- 2. Un 'Hamlet' at¨ªpico.
Parece que a Hamlet le sienta mejor el oto?o que a Electra el luto. En estos d¨ªas, tres montajes coincidir¨¢n en las carteleras europeas: El de Peter Zadek, que ya se present¨® en Edimburgo, un Hamlet encarnado por la actriz alemana Angela Winkler; el de Peter Brook (su cuarta versi¨®n), ambos en el Festival de Oto?o de Par¨ªs, y el de John Caird en el National. De John Caird hay que decir que fue la mano derecha de Trevor Nunn en los dos superexitazos del NT en medio mundo (Les Mis¨¦rables y las nueve horitas de Nicholas Nickleby), y la temporada pasada obtuvo un triunfo considerable con su nueva versi¨®n del musical Candide, casi la presentaci¨®n en sociedad del NT Ensemble, la compa?¨ªa joven del pool teatral del South Bank. Desde su arranque mismo, el Hamlet de Caird es tan at¨ªpico como impresionante. Del alt¨ªsimo techo del escenario del Lyttelton penden, por toda iluminaci¨®n, docenas de l¨¢mparas votivas, casi de iglesia renacentista, mientras suena una m¨²sica lit¨²rgica, de oratorio f¨²nebre; s¨®lo falta el olor a incienso. El resto es oscuridad, de la que brotan los personajes de la tragedia, inm¨®viles, como una galer¨ªa de antepasados, o cad¨¢veres verticales en sus hornacinas, iluminadas por una fantasmag¨®rica luz cenital. Todos, evidentemente, est¨¢n ya muertos; muertos condenados a representar, de nuevo, una y otra vez, su sangriento drama; fantasmas invocados por Horacio, el amigo de Hamlet, el ¨²nico que ha quedado vivo, quiz¨¢s para aprender -y para hacernos saber- que hay en la tierra y en los cielos "muchas m¨¢s cosas de las que conoce su filosof¨ªa". Al fondo del escenario hay una estrecha y largu¨ªsima resquebrajadura vertical, por la que entrar¨¢ la niebla y el fantasma del padre, y que, al final de la obra, con otro tajo horizontal formar¨¢ una cruz, inmensa, definitiva. Las l¨¢mparas votivas suben y bajan lentamente, en solitario o agrupadas, creando espacios de luz y sombra, un poco a la manera de aquel Amfitri¨® de Bieito en el Lliure. Espacios, en principio, vac¨ªos, desnudos, hasta que comienzan a llenarse de maletas, arcones, ba¨²les. Pensamos: ?Tanto equipaje para el viaje de Laertes? Al cabo de un rato, no cuesta comprender que esas maletas son una met¨¢fora globalizadora: todos los personajes est¨¢n a punto de emprender un viaje, el ¨²ltimo. Maletas, arcones y ba¨²les que, adem¨¢s de metaf¨®ricos, tienen una utilidad real, concreta, pues van a convertirse -como en el Candide- en elementos escenogr¨¢ficos, en almenas del castillo de Elsinor, para que por ellas pasee el fantasma del padre, o en biombos del boudoir de la reina Gertrudis (Sara Kestelman), o en los tronos del sal¨®n real. Algunos actores doblan papeles, en una opci¨®n muy inteligente de Caird, porque es como si se reencarnasen: Sylvester Morand, el fantasma del padre, vuelve como Player King, como el jefe de la troupe de c¨®micos, para escenificar as¨ª su propio asesinato, y Polonio (Denis Quilley) resucita como el enterrador en la famosa escena de la calavera de Yorick. Algunos cr¨ªticos le han reprochado a John Caird, sin embargo, que su montaje convierta al texto original (considerablemente acortado: 3 horas y cuarto, con un intervalo de 20 minutos) en una tragedia familiar pura y dura, sin resonancias pol¨ªticas, un huis clos claustrof¨®bico quiz¨¢s m¨¢s cercano a Macbeth que a la propia pieza, de la que incluso ha eliminado la irrupci¨®n final de las tropas b¨¢rbaras de Fortimbr¨¢s.
- 3. Simon dice.
Mi mujer y yo descubrimos a Simon Russell Beale har¨¢ unos a?os, en un trabajo irresistiblemente c¨®mico y, ya desde su t¨ªtulo, muy cercano a Hamlet: El Rosencrantz y Guildernstern han muerto, de Tom Stoppard, que precisamente por estas fechas estar¨¢ a punto de presentarse, en una nueva versi¨®n castellana, en la Sala Mirador de Madrid, con la compa?¨ªa de Juan Diego Botto. Russell Beale fue una estrella ascendente en la Royal Shakespeare Company -Ariel en La Tempestad, Thersites en Troilo y Cressida, hasta Ricardo III, su primer protagonista- y el a?o pasado ya trabaj¨® a las ¨®rdenes de Caird en Candide y nos deslumbr¨® como Yago en el Otelo de Sam Mendes, tambi¨¦n el mejor Otelo (y el mejor Yago) que hayamos visto nunca. Russell Beale es at¨ªpico, como dec¨ªa antes, porque no tiene nada que ver con el Hamlet tradicional, que suele encomendarse, como dec¨ªa el cr¨ªtico del London Evening Standard, a un "romantic leading man, with youth, sex appeal and a fine physique", desde Peter O'Toole a Ralph Fiennes, para entendernos. Russell Beale, que se parece sorprendentemente a Javier Gurruchaga, tiene casi 40 a?os y recuerda tambi¨¦n un poco a un Kenneth Branagh con 20 kilos de m¨¢s. De hecho, cuando se supo que iba a intepretar al pr¨ªncipe de Dinamarca, en los p¨¦rfidos mentideros teatrales ingleses comenzaron a apodarle Simon Tubby or not Tubby Russell, por su exceso de peso, como el de los famosos mu?equitos televisivos. Todo eso, se?oras y se?ores, no s¨®lo no importa nada en absoluto, sino que, por el contrario, funciona totalmente a su favor.
El Hamlet de Russell Beale no es el arquet¨ªpico pr¨ªncipe doliente con un coraz¨®n sangrante bajo la manga (tradici¨®n rom¨¢ntica) ni el monstruito cruel, exasperadamente paranoico y con un edipazo como la copa de un pino al que nos ha acostumbrado cierta tradici¨®n digamos que posmoderna, sino un ser humano cuyo lado m¨¢s oscuro brota, muy comprensiblemente, cuando a) se le aparece (y no s¨®lo a ¨¦l) el fantasma de su padre clamando venganza, b) constata, tras montar con los c¨®micos la pantomima del asesinato, que el fantasma ten¨ªa raz¨®n, y c), para acortar una lista bastante m¨¢s larga, que su padrastro, Claudio, le env¨ªa a Londres con sus mejores amigos, Rosencrantz y Guildernstern, para que le hagan matar apenas pisar puerto. Si despu¨¦s de todo esto el hombre no se comporta de una manera "un poco rara", ya me contar¨¢n ustedes. Hay dos momentos, dos grandes momentos de Russell Beale que quedar¨¢n en mi recuerdo, dos momentos que escojo de una partitura actoral sostenid¨ªsima, quiz¨¢s porque no los hab¨ªa visto nunca en ning¨²n Hamlet anterior. El final de la primera parte, cuando Hamlet, en el sal¨®n del trono vac¨ªo tras la pantomima del asesinato, rompe a llorar en brazos de Horacio porque comprueba que sus peores sospechas eran ciertas, aboc¨¢ndole a una venganza que no desea, y la fenomenal escena del careo con su madre, la reina Gertrudis, totalmente exenta, como dec¨ªa antes, de edipismos baratos, que es una segunda confirmaci¨®n de los temores sembrados por el fantasma y que culmina, como ustedes saben, con la muerte de Polonio, con Hamlet horrorizado al darse cuenta de que se ha cargado, en un arrebato de locura, al pobre tonto, escondido tras la cortina, tom¨¢ndole -clar¨ªsimamente- por Claudio, el usurpador. Hamlet girar¨¢ todo este a?o por el Reino Unido, y la pr¨®xima temporada comienza gira internacional. ?Nos lo traer¨ªas a nuestro Nacional, amigo Dom¨¨nec Reixach?
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