El d¨ªa de la Bestia
Sydney 2000 ha vuelto a revelarnos que el atletismo moderno ordena a sus especialistas seg¨²n tipos y fisonom¨ªas. Comienza la sesi¨®n, y sobre las pistas desfilan los cuerpos ingr¨¢vidos de los mediofondistas: la tenue Gaby Szabo puntea su calle con el sonido ligero de una m¨¢quina de coser, dos keniatas tamborilean en la l¨ªnea de salida y un tal Kipketer reci¨¦n llegado de la luna hace ejercicios de levitaci¨®n en plena carrera.Convenientemente separados por las pantallas de seguridad, los forzudos del martillo empiezan a sudar litros de linimento, varias s¨ªlfides n¨®rdicas vuelan sobre el foso de saltos y los watusi de la jabalina sueltan el brazo con la diligencia de los antiguos cazadores africanos. De repente, las distintas siluetas nos hacen pensar en la pir¨¢mide ecol¨®gica y el estadio es una alegor¨ªa de la sabana: hipop¨®tamos que resoplan al lanzar el peso, ant¨ªlopes que hacen demostraciones de elasticidad, perros salvajes que se agrupan para tramar un plan, guepardos que se inclinan en la ¨²ltima curva, gacelas que apuran el salto, jirafas que se ci?en al list¨®n y gatos de la velocidad que arquean el lomo con una falsa indiferencia.
Inopinadamente los espectadores se transforman en los romanos del coliseo: desde el subsuelo, por la boca del mism¨ªsimo t¨²nel, en un s¨®lo comp¨¢s, sube hasta la grada un clamor de gru?idos, alaridos y rugidos. En eso aparece Maurice Greene.
A primera vista Maurice es un fardo de prote¨ªnas organizado alrededor de un esqueleto o, m¨¢s exactamente, un mu?eco de fibra inflado por el viento. Tiene la cabeza tan redonda como los hombros, los hombros tan redondos como los pectorales, los pectorales tan redondos como los muslos, y los muslos tan redondos como las pantorrillas. Los orificios sin cerrar del aro que llevaba en la ceja hacen una definitiva inspiraci¨®n: podr¨ªa ser un aut¨®mata de caucho al que se le ha ca¨ªdo la etiqueta.
Cuando los jueces le llaman, Maurice se anima de nuevo: bufa, muge y se estira. Por fin nos damos cuenta de que su figura, sin duda procedente de los laboratorios de Vulcano, es la representaci¨®n piramidal del poder¨ªo. Es un tigre que ha saltado sobre un oso que se ha encaramado a un toro que viaja sobre un elefante. Toma el gran Mo la salida, divide la musculatura en huesos, tendones y estr¨ªas, y corta el viento con todo su material aerodin¨¢mico: colmillos, orejas, l¨ªneas de la frente, clavos de las zarpas, aletas de la nariz.
Luego se deshincha, deja sobre el tart¨¢n un rastro de huellas de dinosaurio, y nos abandona, derrotados, sobre el brazo del sof¨¢.
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