Garc¨ªa Ruiz hace en 'El otro barrio' un audaz, pero no bien medido, ejercicio de gran estilo
Epid¨¦rmica colecci¨®n de bonitas estampas mexicanas en 'Sin dejar huella', de Mar¨ªa Novaro
Una muy hermosa y arriesgada voluntad de estilo es la que el director espa?ol Salvador Garc¨ªa Ruiz, que se dio a conocer hace unos a?os con la magn¨ªfica Mensaka, despliega en su segundo largometraje, El otro barrio, basado en la novela de Elvira Lindo, ayer estrenado aqu¨ª. La muy singular, conmovedora y ambiciosa pel¨ªcula logra momentos de grand¨ªsimo cine, pero no siempre bien cerrado sobre s¨ª mismo. Hay hilos vitales para la vertebraci¨®n de la imagen que quedan sueltos en una pantalla de vigorosa, audaz y muy bella riqueza expresionista, pero no due?a de suficiente equilibrio y armon¨ªa.
Imprecisiones
Atr¨¢s qued¨®, dentro del escaparate del concurso, el filme mexicano Sin dejar huella, escrito y dirigido por Mar¨ªa Novaro, a quien conocemos en Espa?a por la deliciosa Danz¨®n que hizo en 1991 y con la que pase¨® su nombre por todo el mundo. Ahora, Mar¨ªa Novaro ha convocado en su nueva correr¨ªa por los caminos de M¨¦xico a otras dos mujeres, su paisana Tiar¨¦ Scanda y la espa?ola Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n. Ambas bordan sus livianas, trepidantes y gozosas tareas, nos embaucan con alegr¨ªa en su pintoresco itinerario y sostienen (es ¨¦sta una vieja historia que ¨²ltimamente se repite demasiadas veces en las pantallas de los festivales de cine) por s¨ª solas el muy endeble esqueleto del relato, al que sus simples y solventes, adem¨¢s de guapas, presencias otorgan una impagable solidez vertebral, a?adida al oficio y a la desenvoltura que era cometido suyo imprimir en ¨¦l.La pel¨ªcula es s¨®lo esto, no da m¨¢s de s¨ª. Comienza con alguna fuerza de enganche, dibujando el itinerario de una road movie demasiado compuesta a la sobada manera de Thelma y Louise. De ah¨ª que su desarrollo resulte tan previsible que casi se saben de antemano las peripecias que lo jalonan. O, al menos, cuando ¨¦stas ocurren uno tiene, ciertamente desde las facilidades que proporciona la poltrona de una butaca equipada con muelles de bote pronto, la sensaci¨®n de haberlas adivinado antes de que las adivinase la guionista de tan floja y elemental quietud viajera. Y el globo del itinerario de las magn¨ªficas Aitana y Tiar¨¦ se desinfla a medida que uno se ve obligado a adentrarse sin ganas en ¨¦l, para presentir y luego sentir que, cuando se presagia su final y ya nada tiene arreglo posible, el bonito viaje, lleno de guapas estampitas de un M¨¦xico demasiado amable y con tufo tur¨ªstico m¨¢s que sabido, ha sido in¨²til y, lo que es peor, ha sido inm¨®vil, un viaje iniciado en ning¨²n lado y en busca de ninguna parte.
En el polo opuesto, la pel¨ªcula espa?ola El otro barrio trajo un vigoroso viaje antit¨¦tico a las ant¨ªpodas cinematogr¨¢ficas de la frusler¨ªa mexicana, un viaje nada quieto, un viaje que es todo inquietud; no hecho de estampitas exteriores y coloristas, sino trazado, con navajazos sombr¨ªos, muy hacia dentro, muy en la busca de la m¨¦dula herida o el alma turbada de unas gentes llenas de ricos jugos literarios ideados por Elvira Lindo, que luego han sido trasladados a la pantalla con lenguaje nada literario, con im¨¢genes inundadas de coraje y de sentido del riesgo, literalmente jug¨¢ndose el tipo, por Salvador Garc¨ªa Ruiz.
Y ¨¦ste, para dar a seres novelescos carne de puro cine, elige el camino m¨¢s comprometido y menos transitado hoy d¨ªa, el del duro y oscuro tenebrismo propio del estilo expresionista, el de un poema lleno de insolencia irrealista casi qu¨ªmicamente pura, lo que proporciona a la pantalla de este bello, raro y, por desgracia, no equilibrado filme aires completamente desusados y, por eso, doblemente admirables en el cine de ahora, aires de cine de siempre, enemigos de la cosa ya hecha, ya predigerida, la faciloner¨ªa en boga.
No es un gui¨®n bien construido y calculado, sino todo lo contrario, el que hay bajo la imagen de El otro barrio. Un personaje b¨¢sico, el abogado del ni?o homicida protagonista de la trama, adolece de imprecisiones que hacen temblar el armaz¨®n formal del filme, su esqueleto oculto. La fuerte identidad argumental que este personaje y su mundo privado adquieren en la primera hora de metraje se quedan al final en el desinflamiento de un globo, en nada m¨¢s que la p¨¦rdida de un aire o de un aliento. Aire o aliento que sobran desde el principio, que hieren y hacen cojear a un relato, que quiz¨¢s literariamente los pida, pero que cinematogr¨¢ficamente los expulsa. Y todo el filme, en cuanto construcci¨®n, se resiente de la innecesariedad de algo o de alguien que es inicialmente tratado como un cimiento y luego resulta ser una oquedad.
Babelia
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