Un a?o admirable
El a?o 2000 est¨¢ siendo pr¨®digo en reconocimientos para Luis Mateo D¨ªez. Casi podr¨ªa hablarse de un annus mirabilis. Primero fue el Premio de la Cr¨ªtica; despu¨¦s su elecci¨®n -no planificada- para la Academia Espa?ola, y ahora es este Premio Nacional de Narrativa concedido a La ruina del cielo, que el escritor obtiene por segunda vez; la primera fue en 1987 por La fuente de la edad, que tambi¨¦n hab¨ªa logrado el Premio de la Cr¨ªtica, dentro de una secuencia de dobletes que hablan bien de este galard¨®n: Mu?oz Molina lo obtuvo por El invierno en Lisboa, que despu¨¦s ratific¨® el Nacional, y Luis Landero con Juegos de la edad tard¨ªa, que sufri¨® m¨¢s tarde la misma ratificaci¨®n.No cabe sino felicitarse por la decisi¨®n del jurado, que se honra con la concesi¨®n del Nacional a La ruina del cielo, sin duda una de las novelas m¨¢s ambiciosas aparecidas en 1999 y aut¨¦ntico precipitado de un mundo que desde Las estaciones provinciales, de 1982, no ha hecho sino crecer en busca de una identidad cada vez m¨¢s aut¨®noma, m¨¢s singularizada en sus personajes, en su toponimia y en los idiolectos de sus criaturas, que hablan como s¨®lo se habla en estos libros, sin que su habla suene nunca libresca.
Luis Mateo D¨ªez entronca directamente con las manifestaciones m¨¢s maduras del realismo espa?ol contempor¨¢neo (Baroja, Delibes, Aldecoa). Tal entronque no funciona mim¨¦ticamente, y, si hac¨ªa falta alguna prueba, aqu¨ª est¨¢ La ruina del cielo, en la que el realismo metaf¨®rico o trascendido del autor se manifiesta con toda rotundidad. "Un obituario", subtitula el autor su novela. Y de eso se trata, de un libro de muertos, del libro de los muertos de Celama, cientos de muertos cuyas historias extrae del olvido Ismael Cuende, m¨¦dico de la regi¨®n a principios de siglo, que lleva a cabo un inventario tan espectral como minucioso porque la muerte es el reflejo de la vida, o es la vida vista del rev¨¦s, de modo que con los muertos es toda una vida, toda una historia, la de Celama, la que se alza ante nosotros. Celama, territorio real pero tambi¨¦n m¨ªtico, como la Comala de Juan Rulfo, como el cementerio de Vittorini en Conversaci¨®n en Sicilia. La vida vista desde la muerte, doble profundo de la realidad. "Los seres enterrados en el P¨¢ramo", anota Cuende, "son el espejo de los seres enterrados en cualquier sitio, un cuerpo siempre es el mismo, el alma tambi¨¦n se comparte, la muerte nos iguala, la nada nos hace asumir el mismo destino". La singular inventiva de D¨ªez se recrea en ese rescate de los muertos, en ese rescate del olvido y del tiempo, que es una de las funciones m¨¢s antiguas y codificadas de la literatura. D¨ªez se acerca a esa clase de regiones o territorios marginados donde es posible captar el humus de las culturas agrarias desaparecidas, y con ellas se yergue un modo de vida, un modo de ser que el deterioro de la civilizaci¨®n industrial ha convertido en arc¨¢dico. Arcadia de la vida, Arcadia de la muerte.
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