Conversar, conversar
Una mente y un aparato fonador forman una combinaci¨®n potente. Un mismo individuo es capaz de hacer dos cosas: pensar y hablar. Un chimpanc¨¦ piensa m¨¢s que habla y un loro habla m¨¢s que piensa. Hubieron de pasar millones de a?os de chapuzas a golpe de selecci¨®n natural, pero al final lleg¨® el d¨ªa en el que la conversaci¨®n se hizo posible. Hablar, escuchar, pensar, hablar de nuevo. La conversaci¨®n fue y la conversaci¨®n fue buena. Un mundo de mentes solitarias, asombradas todas ellas por su propia existencia, se pusieron a conversar y a combatir as¨ª su miedo a no conocer. El habla afin¨® la mente y la mente sofistic¨® el habla. Comenzaba as¨ª la era del conocimiento abstracto, la era de la mente parlante.La conversaci¨®n tiene un curioso caso particular y una notable variante. El primero se da cuando las dos mentes conversadoras resulta que son la misma mente, cuando una mente conversa con ella misma: es la reflexi¨®n. Hablarse, escucharse, pensar, hablarse de nuevo. El segundo sentido -figurado- se da cuando una de las dos mentes resulta que no es una mente sino la propia naturaleza. Es cuando una mente pregunta a la naturaleza y ¨¦sta se digna a responder a la provocaci¨®n. Perturbar, observar, pensar, perturbar otra vez. La mente conversa con una realidad: es la experimentaci¨®n. Pensar y experimentar, dos formas de conversar. La ciencia es conversaci¨®n. Las virtudes y los vicios de un cient¨ªfico se parecen mucho a las virtudes y los vicios de un conversador.
Virtudes: imaginaci¨®n con la met¨¢fora, olfato para lo contradictorio y lo incompleto, afici¨®n por las convergencias ocultas, m¨¢s inter¨¦s por las preguntas y las negaciones que por las respuestas y las afirmaciones, alegr¨ªa por el cambio (incluso si afecta a la propia opini¨®n), p¨¢nico al aburrimiento, afici¨®n por la discrepancia y... disposici¨®n a re¨ªrse de uno mismo. El cient¨ªfico y el conversador virtuosos creen en la conversaci¨®n y, para ellos, el interlocutor es un lujo.
Vicios: navegaci¨®n a la deriva (abrir m¨¢s par¨¦ntesis de los que se cierran), apego a la verdad vigente (conversar para conservar), propensi¨®n a usar el turno de palabra ajeno para escarbar entre las recetas blindadas, es el horror al silencio, es el s¨ªndrome bicicleta (si dejo de pedalear me caigo), o sea, no hay tiempo para ponerse a pensar (...siempre se puede recurrir a un vicio menor para, como m¨ªnimo, ara?ar algunos segundos para la reflexi¨®n: los f¨ªsicos, por ejemplo, levantan las cejas y, con un leve golpe de hombro, dicen: "?Y...?"; los bi¨®logos tambi¨¦n arquean las cejas, pero con sorpresa, y dicen: "?Ah s¨ª?...; los arque¨®logos y paleont¨®logos cabecean con preocupaci¨®n y dicen: "No creas, no creas..."; los matem¨¢ticos fruncen el ce?o y murmuran una de estas dos sentencias: "Eso es trivial" o "eso no tiene sentido...". El cient¨ªfico y el conversador viciosos no creen en la conversaci¨®n y, para ellos, el interlocutor (sea ¨¦ste una mente ajena o la propia naturaleza) es un fastidioso tr¨¢mite a sortear.
Comprender y aprender quiz¨¢ sean, en ¨²ltimo t¨¦rmino, actividades rigurosamente individuales. Pero siempre ocurren en el extremo de alguna forma de conversaci¨®n. Un proyecto de investigaci¨®n, una escuela, una exposici¨®n, un museo, una conferencia, un texto, una obra de arte o un pedazo cualquiera de conocimiento s¨®lo son algo si proveen est¨ªmulos a favor de la conversaci¨®n.
Conversar es quiz¨¢ el mejor entrenamiento que puede tener un ser humano para ser un ser humano... No recuerdo haber conversado mucho durante los veinte a?os que he pasado en las aulas.
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