?rabes israel¨ªes
De nuevo se ha roto la delicada costura que une los remiendos sobre los que se asienta la vida en Israel. A los dos d¨ªas de violentos conflictos entre el Ej¨¦rcito israel¨ª y los palestinos de la Autoridad se sumaron a la revuelta los palestinos israel¨ªes, ciudadanos del Estado de Israel. Hace ya una semana que miles de manifestantes cortan carreteras, tiran piedras a los polic¨ªas y destruyen, con indignaci¨®n e ira, todo signo de la autoridad de Israel. La polic¨ªa, por su parte, act¨²a con gran violencia, de un modo que nunca emplear¨ªa contra manifestantes jud¨ªos, y hasta el momento de escribir este art¨ªculo hay ya diez muertos (?ciudadanos de Israel!) y unos mil heridos.De nuevo, en un abrir y cerrar de ojos han dado al traste todos los esfuerzos y esperanzas con los que durante veinte a?os se ha tratado de consolidar en este pa¨ªs una forma de convivencia civilizada que resolviera las diferencias religiosas y culturales entre ambos pueblos. Hoy m¨¢s que nunca parece una cuesti¨®n irresoluble, aterradora y desesperante; y a diferencia de los anteriores estallidos de violencia, creo que esta vez ser¨¢ muy dif¨ªcil volver a introducir en la botella al genio que sali¨® de ella.
La ra¨ªz del problema est¨¢ en que los jud¨ªos y los palestinos israel¨ªes viven juntos por obligaci¨®n tras la creaci¨®n del Estado de Israel, en 1948. Los palestinos, entonces mayor¨ªa en la zona, huyeron o fueron expulsados, y qued¨® una minor¨ªa en un territorio conquistado por los jud¨ªos. En apariencia, los que se quedaron disfrutaron desde el primer d¨ªa de los mismos derechos civiles que cualquier israel¨ª. Pero, en realidad, los palestinos sufr¨ªan y siguen sufriendo discriminaci¨®n en muchos ¨¢mbitos (asignaci¨®n de presupuestos, expropiaci¨®n de tierras...), adem¨¢s de ser vistos con desconfianza por los cuerpos de seguridad y por una mayor¨ªa de los jud¨ªos que generalmente no distingue entre el palestino ciudadano de Israel y el palestino de los territorios, ambos considerados un "objeto sospechoso".
La poblaci¨®n palestina ha ido aumentando y actualmente constituye una quinta parte de la poblaci¨®n de Israel. Sin embargo, el temor de los palestinos a una reacci¨®n violenta por parte de Israel ante cualquier signo de identidad aut¨®noma palestina hizo que durante a?os la minor¨ªa ¨¢rabe en Israel estuviera "dormida" o, mejor dicho, autoanestesiada, sin duda tambi¨¦n para no tener que abrir los ojos ante su tr¨¢gica situaci¨®n. Mientras Israel estuvo en conflicto con los pa¨ªses ¨¢rabes de la zona, los ¨¢rabes israel¨ªes evitaron pronunciarse abiertamente contra Israel. Incluso en plena Intifada, en la guerra entre el Ej¨¦rcito israel¨ª y sus indefensos hermanos palestinos, los ¨¢rabes de Israel segu¨ªan haciendo su vida normal, pagando sus impuestos al Estado y, como mucho, recog¨ªan alimentos y medicinas para sus hermanos de los territorios. Nunca se atrevieron a organizar acciones de protesta civil. Nunca hicieron algo tan normal en otros sectores de la poblaci¨®n como manifestarse en una ciudad "jud¨ªa". Puede que para la mayor¨ªa de los jud¨ªos israel¨ªes sea una pesadilla la posibilidad de cien mil palestinos israel¨ªes manifest¨¢ndose en la plaza de Rabin de Tel Aviv, pero puede no ser menor el miedo de los propios palestinos a hacerlo y a enfrentarse a la reacci¨®n de la mayor¨ªa jud¨ªa.
Tampoco la mayor¨ªa jud¨ªa fue capaz de vivir con las contradicciones morales que le acarreaba la nueva situaci¨®n, en la que ve¨ªa una imagen deformada de s¨ª como pueblo que vive en un Estado democr¨¢tico y desarrollado. Pero, aunque no han sido pocos los organismos que han luchado en favor de la igualdad de derechos y la integraci¨®n de los palestinos en la sociedad israel¨ª, la mayor¨ªa de los israel¨ªes ha preferido desentenderse del problema. Y lo ha logrado. Los pueblos y ciudades ¨¢rabes en Israel se convirtieron en una tierra desconocida, inexistente. Los jud¨ªos buscaban en ellos, como mucho, mano de obra relativamente barata o iban los s¨¢bados a algunas aldeas "amigas" para degustar "comida oriental" y luego volv¨ªan a sus casas y a su vida cotidiana, en la que el "problema" con los ¨¢rabes israel¨ªes no exist¨ªa (siempre hab¨ªa problemas m¨¢s graves y que acarreaban violencia).
Poco a poco, ambos pueblos han ido aprendiendo a convivir gracias a una gimnasia donde no abunda el aprecio. El "cuerpo" israel¨ª siente la cuesti¨®n de la minor¨ªa ¨¢rabe como un hueso roto soldado con poco ¨¦xito. Ha habido disturbios aislados o se han descubierto organizaciones terroristas que luchaban contra el Estado de Israel, y entonces los jud¨ªos israel¨ªes han exigido a la minor¨ªa ¨¢rabe que demostrase su lealtad hacia el Estado jud¨ªo, exigencia algo c¨ªnica dada la poca lealtad con la que el Estado de Israel trata a sus ciudadanos palestinos.
Con el tiempo se han dado pasos para corregir esta discriminaci¨®n, pero no los suficientes. Y tampoco ahora, con el Gobierno de Barak, se percibe un reparto m¨¢s justo de los presupuestos del Estado. Bastan algunos ejemplos: en los 52 a?os de existencia del Estado de Israel, no ha habido ning¨²n ministro ¨¢rabe, en muchas aldeas ¨¢rabes apenas hay alcantarillado, los colegios est¨¢n en un estado lamentable y el programa de estudios es tendencioso y parcial.
Pero el problema no es s¨®lo econ¨®mico o social. Es dif¨ªcil describir la complejidad del dilema en el que vive el palestino que quiere ser un ciudadano con igualdad de derechos en Israel, que se define a s¨ª mismo como un "Estado jud¨ªo". Adem¨¢s, ese ciudadano financia con sus impuestos al Ministerio de Inmigraci¨®n, que en apenas una d¨¦cada ha llevado a Israel a casi un mill¨®n de jud¨ªos de la antigua URSS y de Etiop¨ªa para reforzar la "mayor¨ªa jud¨ªa", que ocupa los puestos de trabajo del ciudadano ¨¢rabe, y, para asentarlos, Israel expropia de vez en cuando a los ¨¢rabes tierras que pose¨ªan desde hace generaciones. A¨²n es m¨¢s escalofriante pensar que un ciudadano ¨¢rabe financia al Ej¨¦rcito israel¨ª -en el cual no sirve-, que utiliza su dinero para comprar armas y disparar contra su hermano, el palestino que vive al otro lado de la frontera.
Tambi¨¦n es complicada la situaci¨®n del jud¨ªo israel¨ª, cuyo deseo m¨¢s profundo y aut¨¦ntico (y leg¨ªtimo, tras siglos de di¨¢spora y antisemitismo) era vivir en un Estado que representase la tradici¨®n, cultura y memoria hist¨®rica del pueblo jud¨ªo; y, en cambio, tiene que compartirlo con otro pueblo que se opone con decisi¨®n a cualquier signo de identidad jud¨ªa, que no siente como suyo el himno del Estado jud¨ªo y que considera que el D¨ªa del Recuerdo del Holocausto es una manipulaci¨®n jud¨ªa para justificar su comportamiento hacia los ¨¢rabes.
Pero he aqu¨ª que durante los ¨²ltimos a?os se ha producido un cambio en la actitud de los ¨¢rabes israel¨ªes. Muchos se han hartado de esperar a que les permitieran disfrutar de una aut¨¦ntica igualdad. Esa desesperaci¨®n, unida a una mayor madurez pol¨ªtica y social, les ha hecho ver que son ellos los que han de luchar por una mayor igualdad, sin esperar la ayuda del Estado jud¨ªo.
Y as¨ª ha sido: la voz de los palestinos se ha convertido en una de las voces m¨¢s fuertes y reivindicativas de la sociedad israel¨ª. Defienden sus intereses utilizando los mecanismos de la democracia israel¨ª. Desaf¨ªan al sistema judicial de Israel y ponen de manifiesto la discriminaci¨®n abierta y encubierta que sufren. Es m¨¢s, hoy se puede o¨ªr ya el llamamiento a constituir una autonom¨ªa ¨¢rabe en el coraz¨®n de Israel: "el Estado de Galilea".
Se observa as¨ª un proceso apasionante: cuanto m¨¢s "israel¨ªes" se hacen los palestinos, usando los mecanismos de la democracia israel¨ª, m¨¢s se fortalece su identidad como palestinos. Y al rev¨¦s: cuanto mayor es su conciencia palestina, m¨¢s osan reclamar la totalidad de sus derechos como ciudadanos israel¨ªes.
Todo este proceso ha llegado a su punto de ebullici¨®n ahora. Se equivoca el que crea que las cosas volver¨¢n a ser como antes. Tenemos ante nosotros una nueva realidad: Israel firmar¨¢ en un futuro pr¨®ximo un acuerdo de paz con la Autoridad Palestina, y quedar¨¢ un conflicto m¨¢s grave y esencial: entre jud¨ªos y palestinos en el seno del propio Estado de Israel. Surgir¨¢ una lucha inevitable sobre la democracia israel¨ª y sobre la sociedad y la nueva identidad de Israel.
Israel s¨®lo tiene una manera de evitar el derramamiento de sangre: cambiar el estatus de la minor¨ªa ¨¢rabe garantizando una igualdad plena, incluso a trav¨¦s de la discriminaci¨®n positiva. Es inaceptable que el Estado siga sin contar con una quinta parte de la poblaci¨®n; no es moral ni leg¨ªtimo. Los palestinos mantendr¨¢n el v¨ªnculo natural que les une a los pa¨ªses ¨¢rabes y al Estado palestino que surja tras el acuerdo de paz; desarrollar¨¢n su cultura y sus tradiciones, pero como cualquier minor¨ªa que acepta las leyes del Estado en el que vive. Deber¨¢n renunciar a constituir una autonom¨ªa ¨¢rabe en Galilea, por la misma raz¨®n por la que la minor¨ªa jud¨ªa en Gran Breta?a no puede exigir una autonom¨ªa territorial de ese tipo.
Ahora, cuando suenan los disparos y el olor a gases lacrim¨®genos llega a veces a mi habitaci¨®n, puede parecer est¨²pido lo que digo, pero ni jud¨ªos ni palestinos podr¨¢n vivir aqu¨ª en paz hasta que no se alcance un consenso civil por el que se reconozcan los diferentes intereses de cada parte y se d¨¦ m¨¢s voz a los sectores moderados de la poblaci¨®n jud¨ªa y palestina. Si esto no es as¨ª, Israel se ver¨¢ pronto inmerso en un conflicto interno, peligroso y sangriento.
David Grossman es escritor israel¨ª, autor, entre otros libros, de Presencias ausentes.Conversaciones con palestinos en Israel. Tusquets, 1994.
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