Desgarros imaginarios
En los momentos dif¨ªciles -y la actual situaci¨®n pol¨ªtica vasca representa uno de ellos- lo que puede demandarse de nosotros es un intento de clarificaci¨®n desde una posici¨®n de independencia y objetividad. Ello no es f¨¢cil, pues han de desecharse algunos clich¨¦s sobre esa situaci¨®n y sus causas que mantiene especialmente el nacionalismo vasco, pero quiz¨¢s no s¨®lo ¨¦l.En este sentido me parece urgente superar dos estereotipos que s¨®lo aparentemente disponen de alg¨²n asidero. Me refiero, primeramente, a la presentaci¨®n de la sociedad vasca como una sociedad desgarrada por las posiciones nacionalistas y, en segundo lugar, a la de un nacionalismo no s¨®lo hostigado, sino agredido. Mi idea, como tratar¨¦ de explicar, es que hay un conflicto m¨¢s serio en la sociedad vasca que el nacionalista y que la queja sobre la agresi¨®n al nacionalismo descansa en realidad en una apropiaci¨®n institucional no del todo justificada.
Seg¨²n mi punto de vista, en la sociedad vasca no existe m¨¢s que un factor de divisi¨®n grave, que no se produce ¨²ltimamente, sino que tiene un origen bien antiguo. Tal fractura no divide a la sociedad vasca entre nacionalistas y no nacionalistas, sino entre dem¨®cratas y no dem¨®cratas. La actitud democr¨¢tica admite la soluci¨®n pol¨ªtica de los problemas, consustanciales a toda sociedad viva, por radicales, esto es, profundos o con hondas ra¨ªces, que puedan ser; afirma, pues, la capacidad de la sociedad, a trav¨¦s de la organizaci¨®n pol¨ªtica que libremente se ha dado, o de otra que pueda sustituir a la actualmente existente, para su propio autogobierno sin exclusi¨®n de nadie y garantizando a todos una participaci¨®n pol¨ªtica en igualdad de condiciones. La actitud no democr¨¢tica busca la imposici¨®n del propio proyecto, falseando las reglas de juego o eliminando a los adversarios del debate pol¨ªtico.
Es necesario se?alar que ¨¦sta es la aut¨¦ntica fractura social existente en el Pa¨ªs Vasco, aunque no siempre se plantee en estos t¨¦rminos y, hay que apresurarse a decirlo, no es, en su gravedad, fatal porque no contrasta dos magnitudes comparables, como ocurrir¨ªa si se opusiesen dos proyectos pol¨ªticos apoyados por un n¨²mero semejante de vascos, de manera que se enfrentasen dos mitades de la sociedad, y porque opone a dos partes cuya legitimidad moral no es comparable. Lo que ofrece la democracia es un marco donde quepan todos, donde nadie es eliminado ni preterido, donde la minor¨ªa no ser¨¢ sojuzgada ni callada. Los no dem¨®cratas presentan un proyecto indiscutible y dogm¨¢tico y por ello s¨®lo mantenible desde la sumisi¨®n y la persecuci¨®n pol¨ªtica,cuando no la misma eliminaci¨®n f¨ªsica, de quienes no lo compartan. La verdadera divisi¨®n social, entonces, no es entre nacionalistas y no nacionalistas o, como equivocadamente se ha pretendido, entre constitucionalistas y nacionalistas. Evidentemente que hay vascos nacionalistas y no nacionalistas, pero esta divisi¨®n, ni puede referirse leg¨ªtimamente a la Constituci¨®n ni tiene un alcance parecido al existente entre quienes aceptan la democracia y quienes la rechazan.
La Constituci¨®n como marco pol¨ªtico es, desde luego, congruente con el nacionalismo no independentista, que existe hoy como ha existido siempre, lo que denota no s¨®lo una transigencia con la realidad, sino, bien mirado, la admisi¨®n de una soluci¨®n espa?ola, la del sistema constitucional, al problema vasco. A lo que equivale esta posici¨®n es a aceptar una legitimaci¨®n nacionalista del Estatuto de Autonom¨ªa, como integrante definitorio del orden o marco constitucional. La apuesta autonomista de muchos nacionalistas de hoy, ninguneados en la direcci¨®n del PNV, que entienden la significaci¨®n nacional en la sociedad vasca del consenso estatutario, coincide, como es sabido, con la mejor tradici¨®n del propio nacionalismo de la Rep¨²blica y el exilio.
La Constituci¨®n, adem¨¢s, en cuanto sistema de reglas de juego limpio, es perfectamente compatible con el nacionalismo independentista. No ser¨¢ necesario repetir que en nuestro marco (eso s¨ª, de acuerdo con los procedimientos establecidos) es perfectamente posible el cuestionamiento nacionalista de la pertenencia al Estado espa?ol, y nadie en su sano juicio pondr¨ªa en duda que el sistema constitucional espa?ol, cuya flexibilidad es en este sentido mod¨¦lica, no forzar¨ªa una integraci¨®n de Euskadi en el futuro rechazada por una "mayor¨ªa clara" de los vascos, por utilizar la expresi¨®n del Tribunal Supremo de Canad¨¢ con referencia a la posible independencia de Quebec.
De modo que ni la Constituci¨®n es antinacionalista (m¨¢s bien, todo lo contrario; ella misma, en buena parte, es una respuesta, sensata e imaginativa, a los nacionalismos), ni el nacionalismo, si se formula en clave democr¨¢tica, tiene por qu¨¦ ser anticonstitucional.
El problema del Pa¨ªs Vasco no es de nacionalismo, sino de democracia y la divisi¨®n relevante (no la imaginaria) es la existente entre dem¨®cratas y liberticidas. Es una divisi¨®n que no s¨®lo tiene una dimensi¨®n pol¨ªtica, sino ¨¦tica, que le da una gran gravedad y que explica la honda equivocaci¨®n de quienes la ignoran o desde?an; pues ni buena parte de los nacionalistas, ni los que no lo son, pero pueden votar nacionalista, pasar¨¢n por alto la abdicaci¨®n moral que implica insistir en lo que divide a los dem¨®cratas (esto es, su discrepancia respecto de diferentes proyectos pol¨ªticos, dando a esta diferencia un alcance cuasi existencial entre dos nacionalismos que en realidad no tiene, pues no hay nacionalismo alguno que se oponga al vasco) frente a lo que les une, su defensa de la paz y, por tanto, del juego pol¨ªtico limpio.
La actitud de los actuales dirigentes del nacionalismo no est¨¢ siendo desgraciadamente la de liderar hasta sus ¨²ltimas consecuencias la liga democr¨¢tica, sino denunciar como hostilidad antidemocr¨¢tica a quienes se?alan, cargados de raz¨®n, su tibieza moral y pol¨ªtica, confundiendo, en efecto, lealtad institucional con renuncia al debate o la lucha pol¨ªtica, y rechazando la confrontaci¨®n como descalificaci¨®n. ?Por qu¨¦ es descalificar o satanizar al nacionalismo vasco se?alar su deriva etnicista o sus dificultades para articular cabalmente una sociedad plural como lo es la vasca, o confrontar el modelo constitucional del autogobierno vasco con los riesgos de la autodeterminaci¨®n o la obsolescencia de los planteamientos confederalistas? ?Por qu¨¦ no se puede denunciar el fetichismo de las tesis soberanistas de la actual direcci¨®n nacionalista y proponer en cambio un debate sobre los poderes efectivos, o las competencias, que realmente necesita el Pa¨ªs Vasco y que todav¨ªa no tiene?
?Por qu¨¦ se considera un ataque a las instituciones vascas utilizar todas las reglas del juego pol¨ªtico al efecto de proceder a una consulta del electorado, a la vista de la incapacidad del Gobierno y su insuficiente apoyo parlamentario, como si hubiese l¨ªmites obvios a la disputa democr¨¢tica y la idea del cambio pol¨ªtico no cupiese en el entendimiento correcto de nuestro sistema de autogobierno?
Seguramente todo sistema democr¨¢tico, tambi¨¦n por tanto el vasco, necesita una comprensi¨®n m¨¢s rutinaria y menos dram¨¢tica, pues, al fin y al cabo, en la democracia la alternancia y el recambio son el horizonte obvio de quienes ejercen el poder, disponible con igual legitimidad para todos, sin esencias que guardar ni encarnaciones m¨ªsticas que respetar.
Juan Jos¨¦ Soloz¨¢bal es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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