Querer a Espa?a
?Qu¨¦ los espa?oles nos entiendan? Mejor empezar por entenderles a ellos. ?Agradar a Espa?a? En todo caso hacer por que nos acabe de agradar a nosotros hasta llegar, cu¨¢ndo y d¨®nde se tercie, a fundirnos en un abrazo.Problemas para llegar a ello no faltan, y el primero es casi de orden l¨®gico. Para unirse en un abrazo, para acabar formando "ese ¨²nico animal con dos espaldas" de que habla Shakespeare, hay que empezar por ser efectivamente dos: dos individuos o colectividades claras y distintas. As¨ª, en el mismo sentido en que hay que retroceder y coger carretilla para saltar, hay que alcanzar igualmente una distancia y libertad suficientes para poder entregarse.
Est¨ªmulos tampoco nos faltan. Al fin y al cabo, es casi siempre lo que tiene de ¨²nico, de distinto y ex¨®tico, aquello que nos seduce de una persona o nos atrae de un pa¨ªs: "De esa maravillosa falta de sentido del rid¨ªculo" -dec¨ªa Pl¨¢- "que llamamos diversidad cultural". En este sentido, Catalu?a tiene sobrados motivos para sentirse atra¨ªda por Espa?a. A m¨ª, por ejemplo, me resulta mucho m¨¢s extra?a y pintoresca Espa?a que, digamos, B¨¦lgica o Luxemburgo. ?Qu¨¦ "extranjero" tan pr¨®ximo e interesante empieza con s¨®lo subir a la meseta! ?Qu¨¦ simp¨¢ticos los amigos de Madrid, qu¨¦ abierta y asequible su ciudad! ?Y cu¨¢ntas razones no tenemos hoy para olvidar viejos resentimientos hasta llegar a sentirnos solidarios de este pa¨ªs tan dram¨¢tico y tan llano a un tiempo? Solidarios, eso s¨ª, cuando podamos serlo.
Pues resulta que tambi¨¦n para ser solidarios hay que empezar por ser dos. ?C¨®mo entregarnos a alguien a quien estamos atados? ?C¨®mo ser solidarios con quien estamos soldados? ?C¨®mo dedicarle una parte de nuestro presupuesto si ¨¦ste nos llega ya solidarizado?
Son muchas, ya digo, las razones para que nos atraiga lo espa?ol. Estamos para ello a esa "buena distancia" que buscan tanto los boxeadores para pelear como las parejas para acariciarse. Los azares de la geograf¨ªa, de la historia, de la inmigraci¨®n, de la propia guerra civil, todo ello nos ha hecho una naci¨®n m¨¢s hispana que otra cosa. En la memoria hist¨®rica de los catalanes est¨¢ tambi¨¦n que empezaron por enfrentarse a la nueva dinast¨ªa borgo?esa en 1702 no por venir de Castilla, sino al contrario, por francesa, y que incluso el Decreto de Nueva Planta, que pol¨ªticamente les humill¨®, result¨® a fin de cuentas favorable para su desarrollo. Hoy este sentimiento filo espa?ol se mantiene y se expresa a¨²n en todas las encuestas. Como se mantiene la idea de que nuestro solapamiento ling¨¹¨ªstico es un gran activo cultural y un precioso instrumento de proyecci¨®n internacional. Pero hasta aqu¨ª.
Desde una perspectiva estrictamente pol¨ªtica y econ¨®mica, la cosa parece en cambio mucho menos clara para los catalanes. A menudo se ve incluso como un lastre; como un obst¨¢culo para lo que L¨®pez Burniol llama "la autogesti¨®n de los propios intereses"; como una piedra en el zapato que entorpece nuestro camino hacia la independencia interior y la influencia exterior. Una independencia que hoy necesitamos para financiar y orientar un desarrollo competitivo con las ¨¢reas europeas punta, y tambi¨¦n para eventualmente unirnos con los otros pa?sos catalans y formar con ello una "masa cr¨ªtica", ¨¦sa s¨ª econ¨®mica y cultural a un tiempo. ?Acaso no podr¨ªamos decir aqu¨ª, s¨®lo que por otros motivos, lo que se ha sostenido de Inglaterra y Estados Unidos: "Que somos dos (o tres) pa¨ªses separados por la misma lengua"?
(Dicho sea de paso: quienes incluyen en el ¨¢mbito territorial que ha de autodeterminarse lugares donde no es ni ser¨¢ previsible su victoria en las urnas; quienes prescriben ese "¨¢mbito de decisi¨®n" no como horizonte sino como condici¨®n, resultan ser hoy los principales enemigos tambi¨¦n de la independencia de su pa¨ªs. Aqu¨ª me refiero a ETA, claro est¨¢).
Nunca se ve tanto lo espa?oles que somos, en cambio, como al vanagloriarnos de ser "m¨¢s europeos que ellos"; o cuando, en el colmo de la autosatisfacci¨®n narcisista, contraponen algunos el realismo de nuestras Cr¨®nicas al delirio de sus Gestas, nuestra "Sociedad Civil" a su Guardia Civil, sus nostalgias del 98 con nuestro progresismo modernista. Un diagn¨®stico que podr¨ªa culminar una vez m¨¢s en la conocida terap¨¦utica propuesta de Jim¨¦nez Caballero: "Entre Catalu?a y Espa?a no hay m¨¢s salida que el abrazo o el fusil". O, por decirlo en otras palabras, entre nosotros s¨®lo es posible la fusi¨®n o la fisi¨®n.
?Y por qu¨¦ ser¨¢, Dios m¨ªo, que frente a esta caricatural alternativa no puede darse entre nuestros pa¨ªses una efusiva distinci¨®n que nos permita precisamente eso: guardar las distancias en que se basa toda relaci¨®n distendida y civilizada? Una relaci¨®n sin esa pat¨¦tica y acomplejada busca y captura de "hechos diferenciales" y que nos permita incluso montarles nosotros un San Mill¨¢n de la Cogolla a la b¨²squeda de ese denominador com¨²n entre las historias, las lenguas y las culturas hispanas. Un San Mill¨¢n donde podamos aclararles no que somos "m¨¢s europeos", sino en qu¨¦ sentido somos "m¨¢s hispanos" que ellos.
Explicar¨¦ con una an¨¦cdota qu¨¦ quiero decir con eso de que somos m¨¢s hispanos. En una cena oficial en Nueva York, un diplom¨¢tico espa?ol quiso explicarle a la mujer de un secretario de Estado americano, sentada frente a nosotros, por qu¨¦ no era ¨¦l un "hispano".
"Ni yo ni mi amigo fil¨®sofo somos hispanos, se?ora; nosotros somos espa?oles de Espa?a, europeos para m¨¢s se?as".
Tan parvenu, inseguro y chulo resultaba ser nuestro diplom¨¢tico, que tem¨ªa fueran a confundirle con un dominicano o un ecuatoriano cualquiera. Tan parecido deb¨ªa sentirse a ellos (y tan acomplejado por ello) que como el publicano del Evangelio ten¨ªa que correr a advertir: "Se?or, yo no soy como ¨¦sos...". Pues bien, es precisamente esa soberbia verecundia, tan espa?ola, una de las cosas que nos distancia: la misma que nos permite sentirnos tan catalanes como hispanos -y por lo mismo, mucho menos espa?oles-.
Para acabar de ser hispanos resulta pues que hemos de empezar por ser menos espa?oles que nuestro diplom¨¢tico. Y tambi¨¦n para poder proclamar todo lo que nos gusta de Espa?a, para apreciar esta lengua y literatura magn¨ªficas que por suerte aprendimos en el colegio y que nos permite ser c¨®mplices de un bogotano o leer a Lope y a Quevedo como nunca podremos leer a Dostoiewski y ni tan s¨®lo a Shakespeare.
Como dice ahora el propio Carod Rovira, una vez establecido un proyecto pol¨ªtico clara e irreductiblemente distinto, todos los proyectos de colaboraci¨®n cultural no pueden sino enriquecernos. Es m¨¢s, la defensa y protecci¨®n del castellano en nuestro pa¨ªs pondr¨¢ de manifiesto que nos podemos ya permitir el lujo de ser pr¨¢cticos, que somos lo bastante fuertes y maduros para actuar con m¨¢s generosidad que resentimiento al proteger una lengua que fue un d¨ªa instrumento de opresi¨®n y que hoy sabemos usar -y amar- sin complejos.
Pero no es esto todo. Por parad¨®jico que parezca, es la creciente homologaci¨®n de Madrid y Barcelona lo que va haciendo indispensable que los catalanes nos independicemos de Espa?a para poder en todo caso establecer con ella una cordial relaci¨®n de familia pol¨ªtica (la de los yernos, cu?ados, etc¨¦tera) que resulta de una elecci¨®n, y no ya la de un id¨¦ntico origen o destino. Es un hecho, que social y econ¨®micamente Catalu?a y Espa?a son mucho m¨¢s parecidas -y menos complemen-tarias- que hace apenas unos a?os. De ah¨ª precisamente que no valgan ya los viejos y discretos tratos entre una periferia m¨¢s culta y rica, de un lado , y un centro armado y arruinado, por otro, que conserva de todos modos el monopolio del poder pol¨ªtico y militar junto con un honesto deseo de "entender" a sus provincias. Insertos en la Uni¨®n Europea y en un mercado mundial, aquel sensato intercambio -poder pol¨ªtico por proteccionismo econ¨®mico- no es rentable ni sostenible ya.
La r¨¢pida y audaz unificaci¨®n de Espa?a, el temprano arranque que la puso a la cabeza de la Revoluci¨®n Geogr¨¢fica (aunque tambi¨¦n, todo hay que decirlo, a la cola de la Industrial), la "memoria hist¨®rica" que de ello guardan, ha dotado a los espa?oles de mucho m¨¢s sentido de Estado que de sentido Com¨²n. Comprender es para ellos comprehender, y como en el sein alem¨¢n, confunden el "ser" con "lo suyo". Sus juicios e ideas tienden a preceder (o a suplir) la experiencia, de modo que s¨®lo acaba de parecerles real de verdad aquello que es oficial. De ah¨ª, supongo, su voluntarismo cat¨®lico, su magn¨ªfica tradici¨®n barroca, su continuada y actual¨ªsima voluntad de comprender a los catalanes, de encontrar un "encaje" para ellos en la unidad respetando todo lo peculiar y cultural que ellos quieran por poco -?eso s¨ª!- que no pretenda hacerse realmente oficial.
De ah¨ª tambi¨¦n, pienso yo, lo c¨®mico y necio del ritornelo catal¨¢n: "Ens estimen o no ens estimen?". ?Pues claro que nos quieren, si somos suyos! "Ens entenen o no; ens reconeixen o no com a naci¨®?". ?Pues claro que a estas alturas saben ya, aunque a veces disimulen, que reconocernos como naci¨®n es la manera actual de integrarnos sin plantear el problema de Estado! ?Y claro tambi¨¦n que se sienten abrumados por ese "eterno quejido" catal¨¢n que tienden a interpretar como una cr¨®nica enfermedad del alma, como una nost¨¢lgica e indefinida aspiraci¨®n!
Es por eso, por todo eso, que m¨¢s sensato que pedir que nos entiendan es tratar de entenderles. Quiero decir entenderlos nosotros a ellos: de entender su identidad y sus aspiraciones, de preocuparnos por su prosperidad y su "encaje" tanto en la Pen¨ªnsula como en el mundo. Con ello, ya lo he dicho, daremos muestra de que somos bastante seguros y firmes en nuestras aspiraciones; de que hemos reconocido por fin nuestra meta en una independencia funcional, operativa, orientada en su momento a unirnos pol¨ªtica y econ¨®micamente con Valencia y Mallorca, hasta crear una entidad pol¨ªtica af¨ªn, si cabe, al Reino de Espa?a. (?Acaso no resulta entra?able la imagen de la reina de Inglaterra en los sellos australianos?). Una independencia, en fin, alejada por igual del pat¨¦tico encaje espa?ol y de la m¨ªtica soberan¨ªa de cuento de hadas con la que los Estados todav¨ªa sue?an, pero que no est¨¢n ya en condiciones de practicar.
Muchos recordar¨¢n la c¨ªnica frase de Malraux cuando defend¨ªa la permanente divisi¨®n de Alemania en dos Estados:
-"Me gusta tanto Alemania -dec¨ªa- que prefiero que haya dos".
Pues algo parecido es lo que, con todo candor y sin ning¨²n cinismo, quisiera transmitirle a Espa?a.
-"Me gusta tanto Espa?a -dir¨ªa yo- que prefiero estar fuera para, desde ah¨ª, verla, admirarla y, en su caso, aliarme con ella".
Es lo que apuntaba al comienzo de este art¨ªculo: para pelearse, pero tambi¨¦n para abrazarse, hay que empezar por ser dos.
Xavier Rubert de Vent¨®s es fil¨®sofo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.