Wilde, cien a?os
El centenario wildeano (1900-2000) en Espa?a no est¨¢ siendo muy espectacular, aunque se han publicado las poes¨ªas completas y algunas ediciones m¨¢s de materia miscel¨¢nea. Que yo sepa, en cambio, no se ha programado ninguna representaci¨®n de su teatro. Me consta que hubo un proyecto muy serio del joven director madrile?o Adri¨¢n Daumas de poner Salom¨¦ -ese texto siempre subversivo-, pero no cont¨® con ning¨²n respaldo oficial: la iniciativa privada no est¨¢ en Espa?a para esos trotes.Oficial est¨¢ siendo, en cambio, el ciclo de conferencias y mesas redondas de homenaje a Wilde que ha promovido la Consejer¨ªa de Educaci¨®n de la Comunidad de Madrid, que quiere subrayar el doble signo de la conmemoraci¨®n: el homenaje a un gran escritor al cumplirse el centenario de su muerte y el homenaje en su persona a la tolerancia y el respeto de los derechos humanos. Porque no se cumplen s¨®lo cien a?os de la muerte de un gran escritor: tambi¨¦n se cumplen cien a?os de su pr¨¢ctica ejecuci¨®n. Wilde no muri¨® simplemente en la cama, o si muri¨® lo fue tras dos procesos y la estancia en prisi¨®n, que acabaron literalmente con ¨¦l. Lo despojaron de todos sus bienes, sobre su persona cay¨® la proscripci¨®n civil, se vio obligado a cambiar su nombre, sus hijos renunciaron a llevar su apellido y, en fin, bebi¨® hasta las heces el amargo c¨¢liz de impiedad que le pusieron en los labios. ?Ay, Andr¨¦ Gide cambi¨¢n-dose de acera en Par¨ªs para no saludarlo, olvidado ya de la estancia com¨²n en T¨²nez a?os atr¨¢s! Gide ser¨ªa premio Nobel; a Wilde, aunque hubiera sobrevivido, no se lo habr¨ªan concedido nunca.
El irland¨¦s brillante, el triunfante hombre de mundo, el hacedor de frases que burbujeaban en los salones, todo se vino abajo, todo se derrumb¨® en los muladares de la ignominia y la soledad m¨¢s cruel. Wilde encarna el destino que el siglo XX, aunque ¨¦l no llegara a conocerlo por un mes, ha reservado a la diferencia: al homosexual, al jud¨ªo, al heterodoxo y, tambi¨¦n, al escritor cuando decide convertir las palabras en arma luminosa capaz de rasgar las tinieblas de la norma y la raz¨®n estatuida. No es casual que en el siglo XX, siglo como ninguno del crimen organizado, hayan sido asesinados m¨¢s escritores que en ning¨²n otro. Los nombres sobrecogen: Lorca, Mandelstam, Max Jacob, Roque Dalton, Francisco Urondo, Haroldo Conti... Y se suicidaron, porque la felicidad no les sobraba, Esenin, Maiakowski, Celan, Silvia Plath, Montherlant.. Todos mataron lo que amaban, o los obligaron a hacerlo, como record¨® el poeta memorable de la Balada de la c¨¢rcel de Reading.
Hasta la Iglesia cat¨®lica ha perdonado a Oscar Wilde, despu¨¦s de que lo hiciera la Iglesia anglicana. Triste edad esta de los perdones p¨®stumos: ?qu¨¦ v¨ªctimas de hoy perdonaremos dentro de cien a?os? Los demonios de la intolerancia distan de haber desaparecido de nuestro civilizado mundo. El racismo, por ejemplo, acecha como una bestia palpitante. Nos hemos hartado de hablar en Espa?a de un pol¨ªtico austriaco filonazi mientras aqu¨ª nos dedic¨¢bamos a quemar las casas de los negros pobres en El Ejido y nuestros m¨¢s aguerridos machos cazaban a sus mujeres con cuchillos, golpes y escopetas. Fuera del solar ib¨¦rico, el gendarme de Occidente ejecuta a los pobres sin sombra de clemencia: el que m¨¢s mata de todos los pol¨ªticos puede ser su nuevo presidente.
El caso Wilde no est¨¢, en fin, tan lejos como parece. Se dir¨¢ que la literatura, su literatura, se ha tomado la venganza y enarbola el nombre del gran ultrajado cuando nadie recuerda a sus verdugos. No es as¨ª. ?ste es un consuelo del m¨¢s idealista de los humanismos. La verdad es que Wilde le interesa a muy poca gente. El mundo contin¨²a yendo por otros derroteros, donde los enemigos de Wilde siguen teniendo mucho que decir.
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