2.000 a?os ?despu¨¦s de qui¨¦n?
Con un t¨ªtulo parecido organizaba la Sorbona a finales de 1999 un curso universitario, en el que participaban historiadores, fil¨®logos, economistas, arque¨®logos, fil¨®sofos y te¨®logos, para repreguntarse qu¨¦ est¨¢ en el origen de nuestra historia. ?Por qu¨¦ contamos a partir de algo que ocurri¨® hace dos mil a?os? ?Por qu¨¦ no retrasar esa fecha y comenzar en mayor cercan¨ªa a los or¨ªgenes de la humanidad? ?Qu¨¦ pasa de toda la historia vivida con anterioridad a estos dos mil a?os? Podr¨ªamos haber comenzado a contar los a?os a partir de la creaci¨®n del mundo, como los jud¨ªos; a partir de la fundaci¨®n de Roma, como los latinos, o a partir de la h¨¦gira o la marcha de Mahoma de La Meca a Medina, como hacen los musulmanes. M¨¢s cercanamente a nosotros, la Revoluci¨®n Francesa y la revoluci¨®n rusa en nuestro siglo se propusieron cambiar el calendario, contando el tiempo a partir de lo que ellos consideraban el centro de la historia: la ca¨ªda del antiguo r¨¦gimen o la revoluci¨®n bolchevique. Debajo de estos intentos y de la denominaci¨®n de nuestros a?os late una convicci¨®n: el tiempo fluye sin meta y sin sentido, si no es referido a algo que lo ordena, da finalidad y peso. El tiempo sin el ser es insensato; la historia sin el valor eterno de algo rueda hacia un abismo de tiniebla, viniendo de un abismo de ignorancia.Nuestra historia y cultura se comprenden a partir del nacimiento de un jud¨ªo, Jes¨²s de Nazaret, en una zona marginal del Imperio Romano, en Judea. Su acci¨®n, mensaje y persona constituyeron un tajo en las dos grandes realidades culturales en medio de las que naci¨® ¨¦l y se extendi¨® la comunidad derivada de ¨¦l: el juda¨ªsmo y el helenismo. Tres siglos despu¨¦s hab¨ªa transmutado las fibras de la sociedad, cultura y vida romanas. Quince siglos despu¨¦s hab¨ªa constituido Europa. A partir del Renacimiento, la Reforma y el siglo XVI, Europa es un di¨¢logo incesante entre cristianismo y conciencia nueva, racionalidad y fe, proyectos hist¨®ricos y esperanzas escatol¨®gicas.
?Qui¨¦n es el sujeto que est¨¢ en el origen de todo esto? Mientras la fe e Iglesia fueron realidades p¨²blicas evidentes, la pregunta carec¨ªa de sentido, pero se hizo absolutamente necesaria en el momento en que la sospecha sucedi¨® a la confianza; la investigaci¨®n cr¨ªtica, a la transmisi¨®n autoritativa, y la raz¨®n del individuo, a la fe de la comunidad. Esto tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Es verdad que ya antes hab¨ªan existido Vidas de Cristo, como, por ejemplo, la de Landulfo de Sajonia, el Cartujano, decisiva para la conversi¨®n espiritual de san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jes¨²s. Pero ellas ten¨ªan una intenci¨®n contemplativa, edificante de una fe ya construida. Pero en el siglo XIX hab¨ªa precedido una deconstrucci¨®n de la fe y se estaba ante el reto: mostrar si en el origen hab¨ªa un error, un enga?o, un mito o un percance insignificante de la historia jud¨ªa.
La vida de Jes¨²s de Renan (1963) y la de D. F. Strauss (1864) proyectaban, desde Par¨ªs y Leipzig, una nueva propuesta para esta cuesti¨®n, una vez que se daba por agotada la respuesta de la fe. Renan, en una suma de admiraci¨®n e iron¨ªa, de veneraci¨®n y cinismo, presenta a un Jes¨²s aureolado con el manto leve del profeta y situado dentro de lo que ¨¦l llama quinto evangelio, el paisaje de Palestina. Sus tres ¨²ltimos cap¨ªtulos (XXV-XXVIII) han fascinado a innumerables lectores. Los librepensadores y masones espa?oles la leyeron con devoci¨®n. En el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca se pueden ver los ejemplares recogidos despu¨¦s de la contienda y percibir a¨²n el latido de quienes quisieron recuperar para la cultura nueva la figura de Jes¨²s. Los creyentes se sintieron ofendidos al ver identificada su fe con una vulgar alucinaci¨®n, la que habr¨ªa comenzado con Mar¨ªa Magdalena al lado del sepulcro vac¨ªo. El cap¨ªtulo XXVI concluye as¨ª: "?Poder divino del amor! ?Momentos sagrados en los que la pasi¨®n de una alucinada da al mundo un Dios resucitado!".
A la respuesta est¨¦tica literaria de Renan en Francia corresponde la m¨ªtica filos¨®fica de D. F. Strauss en Alemania. Los evangelios habr¨ªan elevado a categor¨ªa universal a un jud¨ªo insignificante porque vieron realizado en ¨¦l lo que es la pasi¨®n primordial de la humanidad: alcanzar la divinidad, trascender la historia, pasar la frontera del tiempo y acampar en el Absoluto. Jes¨²s es un mito; s¨®lo el soporte de lo que anhelamos todos, y todos somos en el hond¨®n de nuestra humanidad, pero que no nos atrevemos ni a formular ni a realizar. Los evangelios ser¨ªan as¨ª la interpretaci¨®n de un ideal universal, y Jes¨²s, su s¨ªmbolo. La historia por un lado y la fe por otro dejaban de tener inter¨¦s. Jes¨²s segu¨ªa siendo significativo para la humanidad sin ambas.
?se es el exacto momento espiritual en que aparece la necesidad de escribir Vidas de Jes¨²s, rigurosas, con capacidad de mostrar el enclave geogr¨¢fico, la localizaci¨®n hist¨®rica, la peripecia personal, el contenido de su existencia y la raz¨®n de su muerte, a la vez que los hechos, signos, ideales o esperanzas que dieron lugar al nacimiento del cristianismo como religi¨®n y de la Iglesia como comunidad de fe. La respuesta de la cr¨ªtica hist¨®rica, especialmente formulada por la ex¨¦gesis protestante, fue tajante. La vida de Jes¨²s no puede ser escrita, titul¨® Harnack su tesis doctoral. No era signo de malevolencia, sino la afirmaci¨®n de un hecho: no hay apenas fuentes hist¨®ricas de Jes¨²s al margen de los testimonios de fe. El Nuevo Testamento, y dentro de ¨¦l los evangelios, son el ¨²nico material real para poder hablar sobre Jes¨²s con fundamento. ?Se puede hacer historiograf¨ªa con documentos que no tienen inter¨¦s biogr¨¢fico ni cr¨ªtico, sino que primordialmente quieren dar una interpretaci¨®n de la vida de Jes¨²s e invitar a creer en ¨¦l? ?ste es el filo en que si sit¨²a todo lo que se ha escrito sobre Jes¨²s y diferenciar a la vez lo que es afirmaci¨®n de hechos y donaci¨®n de sentido, sin que uno y otro sean separables. Finalmente, establecer la conexi¨®n entre esos testimonios de los or¨ªgenes y el perenne, incesante, testimonio que sobre Cristo han dado todos los creyentes en ¨¦l hasta hoy: desde ap¨®stoles y m¨¢rtires de los primeros siglos a los misioneros, m¨ªsticos y sencillos creyentes hoy.
Sobre ese fondo se comprende que un editor espa?ol haya decidido editar doce biograf¨ªas de Cristo, una por mes, a lo largo de este a?o 2000, para saber por qu¨¦ referimos nuestra historia a tal punto inicial. Y ofrece desde la primera escrita, la del fil¨®sofo Taciano, redactada en el siglo II y traducida por primera vez al castellano a las cl¨¢sicas de nuestro siglo: las de Lagrange, Grandmaiso, Riccotti, con las populares de Remigio Vilari?o y Carlos Mar¨ªa de Heredia. Junto a ellas, un cl¨¢sico de la lengua: fray Luis de Granada, y una escrita nueva para la colecci¨®n. Quedan las le¨ªdas por generaciones enteras de G. Papino, F. Mauriac, F. M. William.
Se ha contado la historia de quienes han suscitado amor, esperanza y humanidad. Se ha pintado el rostro de aquellos en quienes ve¨ªamos nuestra grandeza y nuestra verdad de hombres. Nadie ha sido tan representado en el arte como Cristo, ni se han escrito tantas biograf¨ªas. ?stas, en su diversidad, permiten conocer despu¨¦s de qui¨¦n venimos. Quien es nuestro pasado absoluto es nuestro futuro absoluto, porque s¨®lo quien sabe de su origen marcha l¨²cido y sereno a la meta. La cultura imperante en Espa?a padece una anemia hist¨®rica junto con una verg¨¹enza o insolencia religiosas. No sabe qu¨¦ hacer con los hechos fundantes de su destino. Lo que ocurri¨® con el centenario de 1492 fue tan vergonzoso intelectualmente y tan violento hist¨®ricamente que causa sonrojo recordarlo. Me temo que con estos dos mil a?os pase algo semejante: que no se tenga el coraje de conocerlos a fondo, ni para afirmarlos ni para ponerlos en cuesti¨®n. Lo ¨²nico inaceptable es la trivializaci¨®n, derivada de la ignorancia o del resentimiento.
Estas biograf¨ªas no son una respuesta cient¨ªfica, si bien algunas, como la del P. Grandmaison, mantienen un rigor met¨®dico e hist¨®rico total. Son un testimonio de lo que la figura de Jes¨²s ha significado para la conciencia de quienes han cre¨ªdo en ¨¦l y han conformado su vida con ¨¦l. Y eso es lo decisivo, porque Jes¨²s no es significativo por el mero hecho de existir. Un jud¨ªo m¨¢s al lado de los millones que forman su pueblo no hubiera alterado la historia de la humanidad. Lo decisivo y revolucionario de ese jud¨ªo es que ha suscitado fe y amor en hombres de toda raza, geograf¨ªa y cultura. Jes¨²s es, hist¨®rica y culturalmente, significativo porque no se ha dejado de creer en ¨¦l, porque hay una comunidad de creyentes para quienes ¨¦l es la revelaci¨®n absoluta del Absoluto, y por ello, fuente de verdad, de sentido y de salvaci¨®n. El d¨ªa que nadie creyera en Cristo dejar¨ªa de ser contada su historia porque, despu¨¦s de todo, los hechos que realiz¨® no pasan de minucias y nadie los hubiera recordado si no hubiera sobrevenido la experiencia de su presencia personal tras la muerte.
Uno de los rasgos m¨¢s significativos de la cultura moderna es la existencia de una cristolog¨ªa filos¨®fica. Es un hecho hasta ahora minusvalorado y hoy d¨ªa apreciado en su profunda significaci¨®n: todos los grandes fil¨®sofos europeos, desde Spinoza a Pascal, pasando por Rousseau, Hegel, Fichte, Blondel y Nietzsche, se han ocupado a fondo de la figura de Jes¨²s, convencidos de que en su destino est¨¢ incrustada la clave para descifrar el enigma de la vida humana, hecha de concreci¨®n y absoluto, de temporalidad y pasi¨®n de lo Eterno, de muerte y potencia sobre el morir. La cultura espa?ola reciente ha moralizado o politizado a Cristo. Urge un descubrimiento de su realismo hist¨®rico, de su identidad teol¨®gica y de su potencia salv¨ªfica. Junto a las obras t¨¦cnicas de J. Gnilka, G. Theissen-A. Merz, J. P. Meier y E. P. Sanders, estas biograf¨ªas hacen posible el redescubrimiento de Cristo, que tienen pendiente en Espa?a tanto la fe como la increencia.
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es miembro de la Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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