Aznar y la voluntad de poder
La pasada semana, Aznar predic¨® en Barcelona. Escogi¨® para ello uno de estos lugares en los que los hijos de la burgues¨ªa catalana descubren el discurso de la competitividad y el beneficio y abandonan cualquier veleidad humanista. Es decir, se hacen mayores, conforme a los c¨¢nones ideol¨®gicos del momento. Era un territorio predispuesto al aplauso, desde el que resultaba f¨¢cil tirar por encima de las cabezas de los asistentes contra las fuerzas pol¨ªticas catalanas. Aznar sigue su cruzada. Figura en su haber la liquidaci¨®n de algunos t¨®picos de la transici¨®n. Entre ellos que el nacionalismo no tiene por qu¨¦ tener el monopolio pol¨ªtico de las nacionalidades hist¨®ricas. Una idea de sentido com¨²n que inexplicablemente el PSOE no descubri¨® antes. Quiz¨¢ en los a?os gloriosos del felipismo la fruta no estaba madura o, simplemente, estaban los socialistas tan convencidos de su hegemon¨ªa que no merec¨ªa la pena gastar energ¨ªas en estas minucias. Pero Aznar tiene car¨¢cter, una cosa muy castellana que a veces en Catalu?a despreciamos. Y el car¨¢cter ense?a que hay que ir a por todas, que nunca se tiene demasiado. En vez de columpiarse en la mayor¨ªa absoluta, Aznar aprieta: si pudo con Espa?a, ?por qu¨¦ no va a poder con Catalu?a o con el Pa¨ªs Vasco? A por estas comunidades va.Hasta aqu¨ª todo es razonable. Simplemente demuestra la inagotable voluntad de poder de Aznar, que se ir¨¢ al final de la legislatura pero que -a juzgar por tanto empe?o- inmediatamente empezar¨¢ a pensar en volver. No le gusta que alguna zona de Espa?a se le resista y no cesar¨¢ hasta hacerla suya, como es propio de esto que llaman un pol¨ªtico de raza. Pero tanto empuje tiene sus riesgos. Y entre ellos est¨¢ el que el af¨¢n de conquista se lleve demasiadas cosas por delante. Aznar dice: "El terrorismo es el ¨²nico problema que ensombrece nuestro presente y nuestro futuro". A nadie se le oculta la gravedad de la cuesti¨®n terrorista: las encuestas de opini¨®n lo certifican, los espa?oles lo han elevado a primera preocupaci¨®n. Pero elevarlo a ¨²nico problema es enormemente equ¨ªvoco. Porque es un modo de condicionar todas las dem¨¢s cuestiones y dificultades que tiene Espa?a. Es verdad que sin el terrorismo los problemas del pa¨ªs ser¨ªan, m¨¢s o menos, los mismos que los de cualquier democracia europea, y, por tanto, que el terrorismo es la anormalidad espa?ola. Pero la anormalidad aumenta si se deja que el terrorismo contamine toda la vida p¨²blica. Es decir, si se utiliza este problema prioritario y absorbente para sobredeterminar todo el resto de la pol¨ªtica espa?ola.
El terrorismo no puede ser un argumento para limitar el campo de juego de nuestra democracia. Ser¨ªa un regalo demasiado grande para los etarras. Ciertamente, hay que prevenir contra toda frivolidad en una cuesti¨®n tan seria que la sociedad -y el Partido Popular- ha pagado con tantas vidas. Pero la primera frivolidad es utilizar la cuesti¨®n terrorista para descalificar actitudes pol¨ªticas de curso perfectamente legal, de adversarios con un expediente democr¨¢tico irreprochable. Aznar tiene todo el derecho a combatir, desde su posici¨®n ideol¨®gica, el soberanismo de Converg¨¨ncia i Uni¨® o el federalismo asim¨¦trico del Partit dels Socialistes. En la contraposici¨®n de proyectos est¨¢ la din¨¢mica propia de cualquier r¨¦gimen democr¨¢tico, cuyas reglas constitucionales son, por naturaleza, revisables conforme a la voluntad popular. Pero lo que es abusivo es utilizar la cuesti¨®n terrorista para reducir el campo de juego, mitificando la Constituci¨®n y el Estatuto y descalificando cualquier propuesta de reinterpretaci¨®n o renovaci¨®n por los medios legalmente previstos. Y esto es lo que ha hecho Aznar en Barcelona.
Juntar las pretensiones de los nacionalistas o de los socialistas catalanes con las del nacionalismo vasco, distingui¨¦ndolas s¨®lo porque "es m¨¢s grave sin duda cuando las voces trabajan al un¨ªsono con las pistolas o con los coches bomba", podr¨ªa quedar simplemente como un ejercicio de mal gusto de un presidente que no ha sido dotado para el buen estilo. Aunque no sea precisamente un modo elegante de afirmar la complicidad de quienes en los momentos decisivos han sido siempre leales al marco constitucional. En cualquier caso, a m¨ª, que no he sido nunca nacionalista -ni de los de aqu¨ª, ni de los de Aznar-, me gustar¨ªa saber por qu¨¦ los nacionalismos perif¨¦ricos son vistos como un camino potencial hacia las pistolas y el nacionalismo espa?ol no. ?O hay que entender que el prejuicio favorable al nacionalismo espa?ol es s¨®lo el beneficio de los que consiguieron que su potencia se realizara en acto, es decir, en forma de Estado?
Pero lo grave del discurso de Aznar es la pretensi¨®n de reducir la estabilidad de la pol¨ªtica espa?ola a una sola concepci¨®n de Espa?a, la que ¨¦l representa. Al descalificar los ejercicios ideol¨®gicos de Pujol y Maragall como juegos de aprendices de brujo, Aznar est¨¢ reduciendo dr¨¢sticamente el espacio de lo posible. Esto s¨®lo admite dos lecturas: la bienintencionada -que significar¨ªa que el presidente tambi¨¦n es v¨ªctima del poder contaminante del terrorismo- y la astucia pol¨ªtica -utilizar la cuesti¨®n terrorista para la propia legitimaci¨®n.
Sabemos que la voluntad de poder es infinita: todo dirigente quiere siempre m¨¢s. Pero en democracia este "m¨¢s" tiene un l¨ªmite: las leg¨ªtimas posiciones de los adversarios. Una cosa es combatirlas, otra descalificarlas insinuando que son fuente de problemas como el que en este momento abruma a la sociedad espa?ola. Le guste o no al presidente Aznar, hay un problema de articulaci¨®n pol¨ªtica de Espa?a que no est¨¢ resuelto. Y no es un puro capricho de los nacionalistas perif¨¦ricos. ?l mismo lo reconoce al aceptar que est¨¢ por definir un modelo de financiaci¨®n auton¨®mica "estable, suficiente y responsable". Que el soberanismo de Pujol o el federalismo de Maragall no son las primeras preocupaciones de los ciudadanos es un argumento tan pobre que ni siquiera llega a oportunista. ?Alguien puede sorprenderse de que el terrorismo -que ha socializado el p¨¢nico- y el paro -que destruye la vida de muchos y amenaza a otros tantos- preocupen m¨¢s? Ser¨ªa un pa¨ªs de locos si no fuera as¨ª. Si Pujol y Maragall no sintonizan con la ciudadan¨ªa ya se lo encontrar¨¢n en las elecciones, para gloria del se?or Aznar. Pero sorprende el af¨¢n de atraparlo todo de un presidente que se permite descalificar a cualquiera que pone una idea por delante, incluso a sus apaleados socios de Converg¨¨ncia i Uni¨®. La voluntad de poder no tiene siquiera compasi¨®n de los m¨¢s sufridos aliados. Hace tiempo que Espa?a no ten¨ªa un pol¨ªtico con tanto car¨¢cter: del poder pol¨ªtico al econ¨®mico, este hombre lo quiere todo.
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