Hach¨ªs
Creo que los fiscales de la Audiencia de C¨¢diz tienen raz¨®n: hay que legalizar el hach¨ªs. Y, m¨¢s all¨¢ de lo que ellos dicen, no habr¨ªa que esperar ning¨²n pacto internacional: Espa?a podr¨ªa actuar con la autoridad que le otorga ser centro mundial del tr¨¢fico. Dos d¨ªas despu¨¦s de que se pronunciaran los fiscales de C¨¢diz, la polic¨ªa atrapaba a un marroqu¨ª de la Costa de Sol, hombre con 12 identidades falsas y un solo nombre verdadero tan arcano como el nombre secreto de Dios. Tambi¨¦n viv¨ªa en esta costa el agente de la red en el Reino Unido, y desde esta costa se montaban operaciones en Trieste y Capo Rizzuto. La red manejaba en Europa 400.000 kilos de hach¨ªs procedentes de cosecheros marroqu¨ªes.Hay una Andaluc¨ªa industrial y comercial, la Andaluc¨ªa del hach¨ªs: alguien deber¨ªa elaborar un atlas. Y en alg¨²n pueblo andaluz estallan revueltas contra los guardias que persiguen a los traficantes. El hach¨ªs andaluz origina un modo de vida, entre el oro y la mugre, con supermercados de la droga en los barrios m¨¢s negros de la ciudad: el hach¨ªs es una profesi¨®n, una abundancia inconfundible, un vivir del humo, narcobienestar le llaman. Leo en Stanley Cavell que reverenciamos a los ricos porque tienen la libertad, el poder y la dignidad que consideramos propia del ser humano, propia de nosotros mismos. Los barrios m¨¢s pobres quieren ser ricos, aunque sea con hach¨ªs, y sienten por los ricos profunda admiraci¨®n y profundo desprecio: sospechan que la dignidad de los ricos causa el ultraje del pobre.
Es hora de dignificar el hach¨ªs, su tr¨¢fico y su consumo. No s¨¦ si causar¨ªa terribles da?os a la humanidad el que en una tienda me vendieran un paquete de hach¨ªs. Yo viaj¨¦ una vez por Holanda, y encontr¨¦ caf¨¦s con hach¨ªs y listas de precios y calidades en la puerta. ?Hab¨ªa terribles aglomeraciones de drogadictos del mundo unidos en Utrecht o en Amsterdam, lo m¨¢s vicioso de cada casa, gente derrumbada por las calles y atracadores pele¨¢ndose por una buena esquina donde atracar, como los mendigos de aqu¨ª se disputan las puertas de las iglesias y El Corte Ingl¨¦s, la iglesia con m¨¢s fieles? No. Eran pac¨ªficas las calles de Utrecht, canales y bicicletas y estudiantes, y los caf¨¦s del hach¨ªs estaban vac¨ªos.
No s¨¦ si en Holanda los fumadores de hach¨ªs son tan pac¨ªficos y ejemplares como los que yo conozco: profesionales de alta calidad, de distintas tendencias pol¨ªticas, creyentes y no creyentes, m¨¢s o menos ricos, gente digna de confianza. No se empeoran a s¨ª mismos fumando, ni estropean a los que los rodeamos: s¨®lo a los que les venden el hach¨ªs, pues, al comprarles, los convierten en traficantes, en delincuentes. Mis amigos fumadores se ven obligados a frecuentar el mundo del delito: algunos bajan a los sitios m¨¢s oscuros, y otros llaman por tel¨¦fono y son servidos inmediatamente. Yo dignificar¨ªa a los traficantes, aunque s¨¦ que inmediatamente aparecer¨¢n otras drogas prohibidas, otros tr¨¢ficos ilegales. Eliminar el hach¨ªs como pretexto para la mala vida aportar¨ªa salud, y dinero para la Hacienda P¨²blica. La ¨²nica norma contra el hach¨ªs deber¨ªa ser el art¨ªculo 364 del C¨®digo Penal, que castiga al que adultera sustancias destinadas al comercio alimentario.
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