El curioso impenitente
Esta unanimidad en el pesar, tan extraordinariamente profunda, no se explica s¨®lo por la autom¨¢tica rebeli¨®n de los dem¨®cratas ni por el ¨ªntimo asco moral frente al zarpazo violento.?Se explica porque Ernest Lluch tuviera muchos amigos de distinto pelaje y condici¨®n? Los ten¨ªa en todas partes, pues gustaba de "hacer favores". No en el sentido de padrinazgos interesados ni de intercambios mercantilistas. Eran favores intelectuales, a veces una discusi¨®n gratuita, por el placer de situar una cita acad¨¦mica o de ilustrar con gracejo un episodio hist¨®rico. A veces era el regalo de un libro, incluso del ¨²ltimo ejemplar de su obra principal, de tiempo agotada, El pensament econ¨°mic a Catalunya, 1760-1840, el ¨²nico que conservaba. Tuvo, s¨ª, muchos amigos, aunque tambi¨¦n bastantes adversarios, en raz¨®n de su apasionamiento ideol¨®gico, pero tambi¨¦n por culpa de su acerada lengua, su desbordante rapidez en el debate y su acomplejante enciclopedismo.
Frente al manido t¨®pico del catal¨¢n ensimismado, encerrado en estrechos l¨ªmites f¨ªsicos o mentales, modoso y calculador, atento antes que nada a su bolsillo fenicio, reluce una casta singular, m¨¢s amplia de lo que se sospecha, de ciudadanos catalanes que Lluch ha encarnado con estilo. Es el estilo ampurdan¨¦s, no en vano se refugiaba en el silencio de Mai¨¤ de Montcal, un peque?o pueblo de esa agridulce comarca iberogriega, de donde le surgi¨® Una teoria de l'Empord¨¤, en apretadas p¨¢ginas. Es el talante que comparten personajes tan diversos como Josep Pla, Manuel Ort¨ªnez, Joan Sard¨¤, Fabi¨¤ Estap¨¦, Xavier Rubert o Salvador Dal¨ª, unos por nacimiento, otros por complicidad.
Frecuentemente desali?ados a la bohemia, siempre amantes de los peque?os placeres, estas gentes pasean por un mundo sin fronteras su iron¨ªa descarada: la intraducible "murrieria", ese concepto que entronca astucia payesa con brillantez conceptual, ¨¢nimo esc¨¦ptico con brillante locuacidad pol¨¦mica, descreimiento met¨®dico con pasi¨®n voluntarista. Y que arranca en la mayor¨ªa de casos de una fruct¨ªfera tradici¨®n federal, fabril, republicana y liberal a toda prueba, porque ninguna bomba es capaz de destruir un paisaje moral tan denso. Y pues, si el paisaje vive y lo habita este paisanaje, habl¨¦moslo en presente.
Ernest Lluch destaca en todas esas cualidades, sobre todo en la que les sirve de argamasa, una curiosidad impenitente a la que nada humano le es ajeno y que en la lectura -pero tambi¨¦n en la gastronom¨ªa, en la m¨²sica y en la conversaci¨®n- halla su caldo de cultivo. Puede a un tiempo estar redactando su segunda tesis, dirigir pesados ensayos sobre precios, leer un perdido poemario publicado en Mallorca y presentar la ¨²ltima novela de un autor que promete. Y discrepar en parte o en todo de los protagonistas de esos eventos. A veces incluso, a lo largo del tiempo, consigo mismo, no en vano la duda es la partera del oficio de pensar.
Pese a sus aficiones cicl¨®peas y enciclopedistas, la obra de este algo desordenado y divertido ma?tre a penser -porque a tantos ha incitado-, luce un hilo conductor. Desde antes de El pensament, y en estrecha imbricaci¨®n con su compromiso pol¨ªtico de izquierda templada (en el encierro de la Caputxinada de 1966 y la consiguiente expulsi¨®n de la Universidad, en la creaci¨®n de los primeros organismos unitarios de oposici¨®n antifranquista, en la construcci¨®n del PSC cuando los albores de la transici¨®n), Lluch busca una manera, diferente a las hegem¨®nicas, de explicar la construcci¨®n de Espa?a.
Lo hace desde Catalu?a como espacio y desde el desmenuzamiento de los pensadores econ¨®micos como ¨®ptica. Bebe en la tradici¨®n rupturista con la historiograf¨ªa nacionalista rom¨¢ntica que emprenden, en ¨¦pocas dif¨ªciles, Pierre Vilar o Jaume Vicens, ambos unidos por el cord¨®n umbilical de la confrontaci¨®n con el esencialismo de matriz medievalista. Se apasiona por el siglo XVIII, que Vilar (Catalunya dins l'Espanya moderna) ha descrito con lente microecon¨®mica, pero a?adiendo el descubrimiento de los pensadores econ¨®micos, especialmente Antoni de Capmany.
?Ambici¨®n erudita? No ¨²nicamente. Lluch trata de explicarse, y de explicar, con gran aparato cr¨ªtico y menor eficacia sint¨¢ctica, las bases materiales del segundo momento clave para la construcci¨®n de Espa?a como Estado, la opci¨®n borb¨®nica centralizadora triunfante frente al confederalismo austracista (un rey, pero reinos y administraciones diferenciadas), un litigio que simplificadoramente otros han visto como una mera lucha din¨¢stica.
Y ya opta inicialmente por el esquema federal/confederal austracista como opci¨®n posible, aunque truncada, de progreso: "Reforma fiscal, consolidaci¨®n del mercado interior, reestructuraci¨®n econ¨®mica del Estado, lucha contra los restos g¨®ticos del feudalismo, junto a todos los elementos de la l¨ªnea Smith-Say, constituir¨¢n el centro del mensaje liberal que expandir¨¢ la burgues¨ªa industrial catalana", concluye en su primer gran obra. Es el rastreo de una burgues¨ªa nacional que con el general Juan Prim, el librecambista Laure¨¤ Figuerola y el federalismo de la Primera Rep¨²blica alcanzar¨ªa su apogeo, para acabar cediendo a la debilidad de la revoluci¨®n industrial espa?ola y al empuje de los proteccionistas, s¨®lidamente aliados con cerealistas castellanos y latifundistas meridionales en el paso atr¨¢s de la Restauraci¨®n.
Como har¨¢ hasta el ¨²ltimo minuto, Ernest Lluch funde desaf¨ªo intelectual y militancia pol¨ªtica. Catalanista incluso radical, pero no nacionalista. Extraterrado en Valencia, entronca, amistosa y pol¨¦micamente, con el volteriano ampurdan¨¦s del Sur, Joan Fuster, y milita en la utop¨ªa pancatalanista sintetizada por el concepto "Pa?sos Catalans", esa versi¨®n contempor¨¢nea del Reino de Arag¨®n/Catalu?a. Para, en otro retorno a Barcelona, coprotagonizar la fundaci¨®n del PSC (PSC-PSOE), una amalgama de aportaciones complejas de acrisolar y en la que el profesor se acerca a la componente E por encima del hincapi¨¦ en la C, quiz¨¢ por pragmatismo, quiz¨¢ por su vinculaci¨®n, de cl¨¢sica matriz socialdem¨®crata, al mundo sindical ugetista, quiz¨¢ por ambas cosas.
El aterrizaje en Madrid como diputado sorprender¨¢, a la luz de su trayectoria catalanista, por su defensa de la malhadada armonizaci¨®n auton¨®mica -en discrepancia con sus colegas-, y cosechar¨¢ ¨¦xitos de gesti¨®n social, como ministro de Sanidad de Felipe Gonz¨¢lez, en la universalizaci¨®n de la sanidad. De c¨®mo digiere conceptualmente los desgarros intelectuales que a buen seguro le generan estos episodios contradictorios apenas contamos con material escrito. Pero s¨ª sabemos que los sortea sin drama.
La renuncia a proseguir en 1996 una carrera pol¨ªtica devuelve al profesor a los legajos y le refuerza como polemista. Publica en La Catalunya ven?uda del segle XVIII el corolario pol¨ªtico-cultural de su investigaci¨®n econ¨®mica, iniciada casi treinta a?os antes.
Acad¨¦micamente, desentierra la cr¨ªtica a la voluntad uniformista de tono excluyente del primer reinado borb¨®nico, aflorando textos que justifican el "justo derecho de conquista que de ellos han hecho ¨²ltimamente mis armas"; que inducen a que "se procure ma?osamente ir introduciendo la lengua castellana", que obligan a "que no se presenten peticiones, ni se despachen letras o provisiones m¨¢s que en lengua castellana". Como articulista denuesta, desde una perspectiva federal moderna y estrictamente constitucional, pero que enlaza con otros planteamientos de reforma, como el propugnado por Miguel Herrero de Mi?¨®n, el resurgimiento de un "nacionalismo espa?ol" de g¨¦nesis orteguiana, que considera hoy encarnado por algunos de los intelectuales vascos m¨¢s perseguidos por los etarras. Y lo hace con una acidez no siempre calibradora de las escasas diferencias sustanciales que anidan en el fondo de ambos enfoques.
El renovado elogio del austracismo en el papel y en las ondas corre parejo de una opci¨®n de vida tambi¨¦n "austracista", plural¨ªsima, a caballo a¨¦reo de Barcelona, de Santander, de Madrid, de Donosti, de Valencia, del Empord¨¤... Vive as¨ª como piensa. Se sumerge intensamente dentro del gran drama espa?ol, el terrorismo en Euskadi.
Debelador radical de la violencia, Lluch es, sin embargo, de los que consideran que la raz¨®n moral en que se sustenta el combate contra ella no debe silenciar otras razones pol¨ªticas. Y se apresta, en consecuencia, a cuantificar las ineficacias del Gobierno de turno en la persecuci¨®n del crimen; a zaherir la creciente tendencia oficial a la amalgama entre terroristas y simples nacionalistas, equivocados o no, y a intentar recuperar al PNV para la causa com¨²n de todos los dem¨®cratas.
Lluch escucha, sugiere, incita, crea escuela. Quiere tender pasarelas, restablecer di¨¢logos, reconstruir unanimidades en vez de unanimismos. Seguramente por eso, porque pretenden abismos y no puentes, por eso le disparan. Pero seguro que guarda para ellos una frase punzante y que les regalar¨¢ un gesto ir¨®nico. Vive su paisaje.
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