?Somos todos nacionalistas de alg¨²n tipo?
En los 16 a?os que ya llevo viviendo en Barcelona he mantenido muchas conversaciones con amigos catalanes que profesan alg¨²n tipo de nacionalismo catal¨¢n o un cierto grado de catalanidad. Mi actitud con respecto al tema ling¨¹¨ªstico, que es el que he discutido con m¨¢s frecuencia, ha sido que creo que una sociedad biling¨¹e supone una forma de enriquecimiento para todos sus habitantes; que, por lo tanto, estoy a favor del uso tanto del catal¨¢n como del espa?ol como idiomas de uso en todos los niveles del sistema educativo, pero que en la mayor¨ªa de las cuestiones econ¨®micas, sociales y pol¨ªticas relativas a la calidad de la vida humana, as¨ª como en las decisiones importantes que se deben tomar en una sociedad democr¨¢tica, el nacionalismo supone una complicaci¨®n innecesaria para una situaci¨®n ya compleja de por s¨ª. Actitud que muchas veces ha suscitado la r¨¦plica, en un tono de amistosa exasperaci¨®n, de que "todos somos nacionalistas de alg¨²n tipo, tanto si lo reconocemos como si no".En este art¨ªculo voy a intentar ser todo lo incluyente que me sea posible sobre mi propia "identidad", e invito al lector a valorar si efectivamente el autor de estas l¨ªneas es inevitablemente un nacionalista de alg¨²n tipo. El primer elemento de mi identidad es el haber nacido en Estados Unidos y haber asistido a sus escuelas p¨²blicas. Estados Unidos es un pa¨ªs de inmigrantes, una gran mezcla de pueblos y patrimonios culturales, una naci¨®n cuyo sentido de la identidad se basa en la libertad pol¨ªtica, econ¨®mica y religiosa. Un segundo elemento de mi identidad es que soy jud¨ªo. Ninguno de mis padres era personalmente religioso, pero el ascenso de Hitler y la existencia de un considerable antisemitismo social en Estados Unidos les anim¨® a enviarme a una escuela hebrea un par de horas por la tarde despu¨¦s del colegio. En concreto, desde los 12 hasta los 16 a?os estudi¨¦ con un rabino brillante cuyo hermano era catedr¨¢tico de Arqueolog¨ªa, y me plante¨¦ seriamente hacer la carrera de arqueolog¨ªa de Oriente Pr¨®ximo. En la peque?a ciudad de Mount Vernon, Nueva York, este rabino y muchos de los refugiados jud¨ªos alemanes que a veces invit¨¢bamos a nuestra casa eran una compa?¨ªa mucho m¨¢s estimulante que la mayor¨ªa del resto de los adultos que conoc¨ªa. Esto me hizo creer que el juda¨ªsmo, sobre el cual ya albergaba muchas dudas de car¨¢cter religioso, constitu¨ªa un patrimonio cultural muy valioso, que me hac¨ªa sentirme agradecido y orgulloso, tanto entonces como ahora.
A la edad de 17 a?os me matricul¨¦ en la Universidad de Harvard, y de repente me encontr¨¦ en un mundo cultural infinitamente m¨¢s amplio en conceptos y perspectivas que cualquier otra cosa que hubiera experimentado anteriormente. Las inmensas posibilidades que ofrec¨ªan las culturas europea y de Extremo Oriente literalmente me embriagaron. Finalmente logr¨¦ calmarme lo suficiente como para terminar un programa coherente de historia y literatura de Estados Unidos, con un aperitivo de lengua y literatura francesa y alemana. Desde que ingres¨¦ en la universidad, no he entrado en ninguna sinagoga ni en ninguna iglesia, excepto para alguna boda o funeral de gente a la que quiero. Hubo algo en la libertad intelectual y riqueza cultural absolutas de Harvard que rompi¨® para siempre (aunque no fui inmediatamente consciente de ello) el nexo entre religi¨®n y cultura que antes existi¨® en mi mente.
Adem¨¢s, desde la adolescencia y a lo largo de mi vida de adulto se me ha asociado constantemente con la pol¨ªtica de la izquierda democr¨¢tica, en la que de vez en cuando he participado activamente: en causas como el reconocimiento de sindicatos libres; las cuotas suplementarias de refugiados procedentes de la Italia fascista y de la Alemania nazi; la ayuda alimenticia y m¨¦dica a la Rep¨²blica espa?ola durante la guerra civil; la derrota de las potencias fascistas durante la II Guerra Mundial; la defensa de toda la izquierda estadounidense, incluyendo a los comunistas, en contra del maccarthismo en los a?os cincuenta; las luchas por la igualdad sexual y racial durante las d¨¦cadas posteriores a la II Guerra Mundial; el movimiento por la abolici¨®n de la pena de muerte. He pertenecido y sigo perteneciendo a organizaciones como el Sindicato Estadounidense por las Libertades Civiles, a diversas asociaciones dedicadas a los derechos civiles plenos para la mujer y las minor¨ªas ¨¦tnicas, a Amnist¨ªa Internacional, a M¨¦dicos sin Fronteras, a varias organizaciones por el desarme nuclear y al Sindicato de Cient¨ªficos Comprometidos, dedicado a la limpieza ecol¨®gica y a la aplicaci¨®n pr¨¢ctica de las fuentes de energ¨ªa no contaminantes.
A la lista de compromisos pol¨ªticos y de derechos humanos deber¨ªa a?adir algunos recuerdos emocionales que me han marcado muy profundamente: escuchar a mi profesora de tercer grado, una solterona de Nueva Inglaterra, describir las injusticias cometidas por sus antepasados contra los indios de Massachusetts en el siglo XVII; cantar tanto America the Beautiful (que tiene una m¨²sica mucho mejor que la de nuestro himno nacional) como espirituales negros en la clase de m¨²sica y enterarme de la tragedia de la sordera de Beethoven; leer las biograf¨ªas de Abraham Lincoln, que termin¨® con la verg¨¹enza de dos siglos de esclavitud en Estados Unidos, y de George Washington, que podr¨ªa haberse convertido en un dictador militar pero decidi¨® prestar sus servicios como presidente civil y que se retir¨® voluntariamente de toda clase de poder pol¨ªtico tras dos mandatos como presidente electo; escuchar la voz de Martin Luther King y participar en algunas de las manifestaciones que desembocaron en la legislaci¨®n en materia de derechos civiles de los a?os sesenta.
Adem¨¢s, aunque no he sido un jud¨ªo creyente desde la adolescencia, y me cas¨¦ con una "episcopalista lapsa" (de la misma forma que yo soy un "jud¨ªo lapso"), siempre me he asegurado de que nuestras hijas eran conscientes de su herencia jud¨ªa, y sin duda he estado mucho m¨¢s preocupado por los acontecimientos en el Estado de Israel que la mayor¨ªa de los no jud¨ªos. Creo que Israel tiene todo el derecho del mundo a una existencia segura, porque la persecuci¨®n asesina por parte de los nazis, combinada con la falta de voluntad de los pa¨ªses de Europa y del hemisferio occidental para salvar a los jud¨ªos cuando pudieron haberlo hecho hizo que en los a?os treinta y cuarenta los jud¨ªos ap¨¢tridas s¨®lo pudieran dirigirse a un lugar, la tierra ancestral en la que los sionistas se hab¨ªan ido asentando pac¨ªficamente en peque?os grupos desde finales del siglo XIX. Pero no encuentro justificaci¨®n alguna para los nuevos asentamientos en los territorios ocupados palestinos, ni para la negativa a considerar Jerusal¨¦n no s¨®lo como la capital de Israel,
sino tambi¨¦n como la capital de Palestina y una ciudad igualmente sagrada para musulmanes, jud¨ªos y cristianos. Creo que si no fuera jud¨ªo dir¨ªa exactamente lo mismo. Si los seres humanos pudieran dejar al margen sus mitolog¨ªas nacionales y religiosas, Oriente Pr¨®ximo podr¨ªa convertirse en una regi¨®n ecum¨¦nica pr¨®spera y totalmente en paz.
Llegado a este punto me pregunto y pregunto a todos los lectores: ?hay alguna variante de nacionalismo oculto en esta lista de experiencias, emociones y compromisos personales? En concreto, si creo que a los ni?os catalanes les beneficiar¨ªa contar tanto con el catal¨¢n como con el espa?ol como lenguas de uso en la escuela, ?me convierte eso en un espanyolista? Y si creo que la separaci¨®n entre Iglesia y Estado en EE UU y la libertad de inmigraci¨®n en Estados Unidos son ejemplos deseables de medidas pol¨ªticas a largo plazo, ?me convierte eso en un nacionalista estadounidense?
Pienso que el verdadero problema es que, cuando a la gente le preocupa ante todo su nacionalidad o identidad ¨¦tnica particular, empieza a examinar cada pronunciamiento pol¨ªtico y cada acontecimiento local en busca de las implicaciones para dicha identidad. Con ese estado de ¨¢nimo, todos los debates sobre impuestos, o sobre l¨ªneas de trenes de alta velocidad, o sobre adjudicaciones del agua, o sobre derechos de gesti¨®n de costas, o sobre subvenciones a los museos de arte o las salas de conciertos, etc¨¦tera, se convierten autom¨¢ticamente en debates que implican a "nuestra cultura" y a "nuestra identidad". Al decir esto no pretendo achacar, en absoluto, ninguna responsabilidad especial a las sensibilidades catalanas. Cuando estoy en Madrid me veo defendiendo a Catalu?a contra unos prejuicios rid¨ªculos, y cuando estoy en Barcelona tengo que recordar a los amigos que Franco ha muerto y que Madrid es la sede de un Gobierno elegido democr¨¢ticamente.
No tengo ni idea del porcentaje de personas que, como yo, piensan que su identidad consiste en sus creencias pol¨ªticas y morales, en sus preferencias est¨¦ticas, en sus gustos y aptitudes acumulados y en las muchas im¨¢genes de sus primeros a?os de vida que han establecido esos principios y esos gustos, la mayor¨ªa de los cuales no tienen nada que ver ni con la raza ni con la nacionalidad. Probablemente el porcentaje ser¨¢ muy peque?o. De otro modo, los nacionalismos no tendr¨ªan ni remotamente la fuerza que tienen. Pero, a menos que exista alg¨²n elemento de nacionalismo oculto entre los componentes de mi identidad personal, tengo que insistir contundentemente en que no todos somos nacionalistas de alg¨²n tipo.
Gabriel Jackson es historiador.
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