Antonio Machado en su soledad
No voy a descubrir que Antonio Machado es un poeta de muy heterog¨¦neas capacidades: m¨¢s a¨²n, parece querernos sorprender con nuevos sobresaltos en cada uno de sus textos. Por eso, y por el distanciamiento de los poemas impresos y por la continua reelaboraci¨®n de sus poemas, es dif¨ªcil establecer cronolog¨ªa en su obra. Como Juan Ram¨®n, parece aspirar a una poes¨ªa total en la que el tiempo no contara, sino el valor un¨ªvoco de la creaci¨®n. Si pudiera resumir cuanto pienso, dir¨ªa el valor humano de todos estos versos. Como en la m¨¢xima terenciana, nada le es ajeno, y el amor, la muerte o Dios ser¨ªan el apoyo constante de su m¨²ltiple quehacer.Porque cuando tanta deserci¨®n de todo tipo se apunta, Machado es fiel a unas ideas claves: La muerte por lo que tiene de serenidad total, sin aspavientos ni protestas. Sus maestros se llamaron Quevedo y Unamuno, o Miguel de Cervantes, el hombre del gesto limpio y no descompasado. Esto, digamos, como preocupaci¨®n literaria, porque cuando las dentelladas destrozaron algo que vale m¨¢s que la propia carne, Machado no se altera y conf¨ªa en el reencuentro, ¨²ltima y posible raz¨®n de aparentes sinrazones.
Su voz entonces es serena y resignada: el var¨®n sabe que las fechas -fatalmente- tendr¨¢n que cumplirse y all¨ª estuvo la suya, sin tard¨ªa espera, cuando todo lo hab¨ªa abandonado. Que tambi¨¦n en esto tuvo Machado una alta dignidad. Estaba dentro de la m¨¢s noble tradici¨®n cristiana, la que cohonestaba la serenidad ante el dolor con la esperanza en la salvaci¨®n ¨²ltima. Por eso don Antonio es un poeta del amor. Para ¨¦l la muerte es el breve par¨¦ntesis que servir¨¢ para unir dos vidas moment¨¢neamente separadas, y el amor, la ascensi¨®n definitiva a un mundo liberado de trabas: amor honradamente dom¨¦stico en la purificaci¨®n del matrimonio.
Despu¨¦s vendr¨ªan los poemas ¨²ltimos. De nuevo la sinceridad del poeta: Antonio Machado sigue siendo Antonio Machado. Si la esposa le dio la certeza de vivir, todo cuanto le rodeaba era inseguro. Digamos que de una parte estaba el ser y de otra la circunstancia. Y la circunstancia era la literatura: si el amor es una hip¨®stasis inicial con el objeto amado, la expresi¨®n de este sentimiento deber¨¢ usar palabras no gastadas; de ah¨ª la b¨²squeda de unos recursos expresivos que sirvan para encontrar la ternura que es preciso transmitir. Entonces la literatura de Antonio Machado se acoge tambi¨¦n al sagrado m¨¢s puro.
Hay un extra?o y eficaz mimetismo: el hombre que se sent¨ªa cerca de Unamuno, tambi¨¦n lo estaba del poeta de Moguer. Caminando tan diversas trochas, Machado ha descubierto su propia soledad. Es sorprendente la coherencia de esta ambular, y la sorprende en una isla muy lejos de la an¨¦cdota pintoresca o del f¨¢cil folclorismo (a pesar de sus protestas). Es, otra vez, la interiorizaci¨®n de un paisaje y de unos sentimientos.
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