Sentimientos encontrados
Espa?a est¨¢ a punto de disputar la tercera final de la Copa Davis, y desde hace algunas semanas yo tengo sentimientos encontrados: tengo ganas de estar en el Palau Sant Jordi, pero s¨¦ que me enga?ar¨ªa a m¨ª mismo si acudiera. Ganar la Ensaladera ha sido siempre mi asignatura pendiente, y la del tenis espa?ol. Creo que esta vez existen muchas posibilidades de que Espa?a sea por fin campe¨®n. Pero yo no me siento parte del proyecto actual.
La Copa Davis ha llenado una parte muy importante de mi vida desde todas las perspectivas. Como jugador me permiti¨® vivir algunos de los momentos que m¨¢s han marcado mi trayectoria. Las dos finales que jugamos en Australia en 1965 y 1967 quedar¨¢n siempre en mi memoria como un recuerdo imborrable y como una experiencia profesional similar al menos a la vivida cuando consegu¨ª mis cuatro t¨ªtulos del Grand Slam . Me permiti¨®, adem¨¢s, disputar 120 partidos, de los cuales gan¨¦ 92, y convertirme en el tercer jugador de la historia que m¨¢s partidos ha ganado en esta competici¨®n. Algo de lo que me siento orgulloso.
Ser capit¨¢n supuso para m¨ª recuperar la juventud. Las dos veces que dirig¨ª el equipo espa?ol intent¨¦ integrarme en el grupo de jugadores, ser uno m¨¢s, y formar todos juntos una pi?a. Las dos veces romp¨ª con lo establecido y di entrada a nuevas generaciones. En este sentido, al menos, fui innovador.
En la primera etapa cerr¨¦ el ciclo de Manuel Orantes y Jos¨¦ Higueras e inici¨¦ un traspaso que culmin¨® con la incorporaci¨®n de Sergio Casal, Emilio S¨¢nchez y Joan Aguilera. Recuerdo especialmente el d¨ªa en que debutaron Sergio Casal y Emilio S¨¢nchez Vicario formando una pareja que se convertir¨ªa en la mejor de la historia del tenis espa?ol. Fue en Vigo, frente a Irlanda, en 1984.
La segunda etapa me llen¨® de esperanza. Tambi¨¦n entonces tuve que afrontar un cambio generacional. Fui configurando un equipo en el que confiaba ciegamente, con Sergi Bruguera, Carlos Moy¨¤, ?lex Corretja, Albert Costa, Juli¨¢n Alonso, al que luego incorpor¨¦ tambi¨¦n a Juan Balcells, Pato Clavet y F¨¦lix Mantilla. La respuesta de todos ellos fue extraordinaria. Pero especialmente me emocion¨® la fidelidad y la entrega que demostraron en Nueva Zelanda Mantilla, que jug¨® y gan¨® estando lesionado, Clavet y Balcells, a quienes nunca antes hab¨ªa convocado.
Con esta generaci¨®n sab¨ªa que alg¨²n d¨ªa pod¨ªa ganarse la Copa Davis. Y cuando a finales de 1999 vi el sorteo de esta temporada, supe que hab¨ªa llegado el momento: Espa?a iba a jugarlo todo en casa. Con esta euforia y con la planificaci¨®n de la temporada bajo el brazo entr¨¦ en el despacho de Agust¨ª Pujol hace alrededor de un a?o. "Vamos a ganar la Davis", le dije. Pero su respuesta fue comunicarme que estaba cesado.
No comparto la decisi¨®n de Agust¨ª aunque entiendo que la tomara, porque siempre ha permitido que las presiones de t¨¦cnicos y jugadores le hayan hecho cambiar de capit¨¢n, como ocurri¨® en mi caso cuando sustitu¨ª a Avenda?o. En este sentido no fue tampoco para m¨ª una experiencia nueva. Pero sent¨ª que no se hab¨ªan cuidado las formas con una persona que, como yo, hab¨ªa dedicado toda la vida al tenis espa?ol. Me fui del despacho con la sensaci¨®n de que me hab¨ªan arrebatado el ser capit¨¢n del equipo que iba a ganar la Copa Davis.
No s¨¦ si conmigo Espa?a hubiera llegado a la final ni si se habr¨ªa ganado o no la Ensaladera. Sinceramente, creo que s¨ª. Pero ahora todo eso ya da lo mismo. La cuesti¨®n es que se gane la Copa Davis. No importa que yo est¨¦ o no en la grada. Bajo ning¨²n concepto quiero ser un elemento distorsionador de la cohesi¨®n que le hace falta a un equipo para ser campe¨®n. Pero, ¨ªntimamente, tengo argumentos sobrados para creer que esta Copa Davis es tambi¨¦n un poco m¨ªa.
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