Nacionalismo y Constituci¨®n
A lo largo de las ¨²ltimas semanas, la opini¨®n p¨²blica alemana ha vivido un intenso debate sobre su identidad nacional. Fue suscitado por las declaraciones del portavoz parlamentario de la CDU, Friedrich Metz, quien enseguida fue acorralado por atreverse a afirmar que los inmigrantes en Alemania deb¨ªan adaptarse a la Leitkultur o "cultura-gu¨ªa" alemana. Que ¨¦stos deb¨ªan ajustar sus rasgos culturales propios a determinadas se?as de identidad del pa¨ªs de acogida. Algo que en cualquier otra naci¨®n hubiera parecido perfectamente normal sirvi¨® all¨ª para que gran parte de la clase pol¨ªtica y de los medios de comunicaci¨®n comenzaran a rasgarse p¨²blicamente las vestiduras. El gran tab¨², la cuesti¨®n del nacionalismo alem¨¢n, parec¨ªa haberse desprendido del velo. Para amainar en lo posible el esc¨¢ndalo, el partido de la oposici¨®n se vio obligado a especificar que dicho t¨¦rmino, Leitkultur, no se refer¨ªa a elementos sustantivos de la cultura alemana, sino a cuestiones tales como el necesario respeto a la Constituci¨®n federal o, pensando en las veleidades de los grupos musulmanes, al principio de igualdad entre los sexos. No es una rectificaci¨®n balad¨ª, igual que es bastante estimulante que el debate acabara por cobrar tintes jocosos.El caso alem¨¢n muestra bien a las claras c¨®mo los sentimientos nacionales tienden a perder gran parte de sus rasgos m¨¢s exacerbados cuando el grupo cobra seguridad en s¨ª mismo. Pero tambi¨¦n cuando son disciplinados por las pr¨¢cticas e instituciones de una sociedad libre. (Puede que sean las dos caras del mismo fen¨®meno). Ante la inquietud que suele generar la inmigraci¨®n masiva siempre es tentador agitar las aguas del populismo nacionalista. Tiene, sin embargo, pocas posibilidades de fructificar all¨ª donde dichas instituciones son fuertes y est¨¢n bien asentadas. Y donde el uso p¨²blico de la raz¨®n obliga a aportar "argumentos" en vez de "sentimientos" mejor o peor articulados.
Los recientes recuerdos del franquismo, la monarqu¨ªa y la transici¨®n han pasado por alto el proceso de reeducaci¨®n y reajuste del propio nacionalismo espa?ol a lo largo de los ¨²ltimos lustros. El nacionalismo franquista, demediado y excluyente, tuvo el efecto natural de alienar a grandes sectores de la poblaci¨®n espa?ola respecto de su propia identidad nacional. Era la identidad de los vencedores de la Guerra Civil, con sus mismos s¨ªmbolos y soflamas. S¨®lo la Constituci¨®n consigui¨® resta?ar esta carencia y supo conducirnos hacia un nacionalismo de nuevo cu?o. M¨¢s que de nacionalismo habr¨ªa que hablar en realidad de "patriotismo", de una reorganizaci¨®n de la identidad espa?ola a partir de valores c¨ªvicos integradores del pluralismo del pa¨ªs y claramente alejados de las esencias sustancialistas presentes en el molde nacional propugnado por el franquismo. Fuimos "patriotas constitucionales" sin saberlo y mucho antes de que al propio Habermas se le ocurriera la idea.
Mediante la Constituci¨®n pretendimos convertir los principios y valores constitucionales en el rasgo b¨¢sico de nuestra Leitkultur. Arrinconamos sentimientos y, como los alemanes, fuimos conscientes de que un nacionalismo enfermo s¨®lo pod¨ªa curarse mediante un esfuerzo de abstracci¨®n. S¨®lo lo hemos conseguido a medias. Es dif¨ªcil integrar en este proyecto a quienes siguen pensando que las identidades pol¨ªticas son esencialistas, mutuamente excluyentes y no negociables. O que el ya inevitable pluralismo identitario puede ser redimido por otros supuestos valores etno-nacionales de superior calado. La deriva soberanista del nacionalismo vasco democr¨¢tico va en esta direcci¨®n. Si nos fijamos, su objetivo no es otro que imponer su propia "cultura-gu¨ªa" sustancialista en vez de tratar de adaptarla a aquella otra que bebe en la Constituci¨®n. Pero de poco puede servir recurrir a ella si es utilizada como mero subterfugio para encubrir la reacci¨®n de otro nacionalismo. Es probable que el orden constitucional no supiera compensar las exigencias de reconocimiento de naciones ofuscadas por el anterior nacionalismo espa?ol. Y fuera de consideraciones de oportunidad o de econom¨ªa de conflictos, no hay nada que impida alguna revisi¨®n futura del texto constitucional. Pero para ello debe haber un compromiso irrenunciable con los valores y principios que ¨¦ste representa y, por tanto, un claro distanciamiento de las posiciones del nacionalismo violento. Siempre puede aplicarse la terapia germano-espa?ola.
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