Europa en la calle
Somos muchos. La polic¨ªa dir¨¢ despu¨¦s que entre 50.000 y 60.000. Llueve y la lluvia y la determinaci¨®n nos compactan bajo los paraguas y los capuchones y nos hacen masa conjunta, imparable. No hemos venido a romper, sino a construir; no a rechazar, sino a pedir. Contrariamente a lo que dijo hace poco Felipe Gonz¨¢lez en M¨¦xico, los de las calles de Seattle / Niza no somos unos irresponsables fundamentalistas, quemacoches y rompevitrinas incapaces de hacer propuestas posibles. Sabemos muy bien lo que queremos y lo que no queremos y lo hemos escrito y dicho aqu¨ª en manifiestos y pancartas. Ya est¨¢ bien de cualquier Europa a cualquier precio, ya est¨¢ bien de la Europa ultraliberal de unos pocos, obsesa por la especulaci¨®n y el lucro, que ha hecho del juego en la Bolsa y de la exclusi¨®n social sus pr¨¢cticas privilegiadas. Esa Europa, conculcadora de su propio modelo de sociedad, negadora de su proyecto hist¨®rico de liberaci¨®n y de progreso en la que m¨¢s del 20 % de la poblaci¨®n vive por debajo del umbral de la pobreza, esa Europa que nos impuso la se?ora Thatcher con el asentimiento pasivo de la socialdemocracia europea y el resignado posibilismo de Jacques Delors, no puede durar m¨¢s. Queremos otra Europa, la Europa social m¨¢s democr¨¢tica y m¨¢s europea que est¨¢ reclamando esta extraordinaria movilizaci¨®n de fuerzas sindicales y ciudadanas. Otra Europa que haga posible otra mundializaci¨®n desde la que crear los supuestos de la democracia mundial. En t¨¦rminos m¨¢s concretos, queremos que no nos tomen el pelo con la Carta Europea de Derechos Fundamentales, que los Estados miembros han pactado no incorporar por ahora al Tratado y que por tanto no sirve de nada, m¨¢xime cuando hasta la han privado esta misma ma?ana de su dimensi¨®n simb¨®lica al renunciar por exigencia brit¨¢nica -?c¨®mo no!- a su proclamaci¨®n formal, reducir su firma a nivel de ministro de Asuntos Exteriores y convertirla as¨ª en un puro tr¨¢mite administrativo. Una Carta que adem¨¢s no nos gusta. Por la precariedad de su contenido social, del que el primer ejemplo es la ausencia de un derecho de huelga europea. Queremos que no nos tomen el pelo con la Agenda Social europea, cuyo esgrimido calendario de medidas sigue careciendo, a pesar de los esfuerzos de Odile Quintin, directora general del Empleo de la Comisi¨®n Europea, de cualquier texto legislativo con capacidad de obligar y a cuyo avance no contribuir¨¢ en forma alguna este Consejo Europeo. Ni siquiera lograr¨¢ sacar adelante directivas como la del derecho sobre informaci¨®n y consulta de los trabajadores, que lleva tanto tiempo encallada.El colof¨®n del escarnio lo representa el tratamiento de los despidos individuales, incluido en la Agenda a petici¨®n del Parlamento Europeo, tema en el que neg¨¢ndose a aceptar incluso el nivel m¨ªnimo de protecci¨®n previsto por las normas de la OIT, el Consejo se inclina "por organizar un intercambio de opiniones en funci¨®n de las prestaciones de la seguridad social y de las caracter¨ªsticas nacionales del mercado de trabajo". ?Cabe mayor cinismo liberal?
El Consejo de Niza habr¨¢ sido un paso m¨¢s en la renacionalizaci¨®n de la Uni¨®n Europea, esa irresistible marcha hacia el espacio econ¨®mico com¨²n que es el destino m¨¢s conveniente para los prop¨®sitos de la mundializaci¨®n liberal de las multinacionales. Con acuerdos de fachada, retoques cosm¨¦ticos en la estructura institucional y el anuncio, formal o informal, de una nueva Conferencia Intergubernamental (CIG), cerrar¨¢ sus puertas este Consejo y nos deparar¨¢ un tratadillo, sala de espera hasta la pr¨®xima CIG. Frente a ese teatro de sombras, Habermas est¨¢ hablando en Par¨ªs del pueblo europeo y de la necesidad de fundar su conciencia de pueblo en el patriotismo constitucional, entendido como la proyecci¨®n formalizada m¨¢s all¨¢ de las fronteras de cada naci¨®n de su patrimonio democr¨¢tico y social. La Plataforma Niza 2000 y todos los dem¨¢s colectivos presentes est¨¢n haciendo aqu¨ª pueblo europeo, como durante la dictadura franquista los dem¨®cratas espa?oles hac¨ªamos democracia en las calles y plazas de Espa?a.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.