Una estrella oscura
En 1957 muri¨® Humphrey Bogart, y al d¨ªa siguiente de su entierro Hollywood empez¨® a buscar a alguien que se atreviera a ocupar el hueco de su leyenda de ¨²ltimo hombre de la Frontera, un tipo duro secretamente tierno, desquiciado y errante, con un rostro tallado a cuchillo que irradiaba una oscura luz. El elegido fue un vigoroso actor de teatro de 37 a?os, conocido como int¨¦rprete de tragedias de Eugene O'Neill, llamado Jason Robards.La carrera cinematogr¨¢fica de este sorprendente actor comenz¨® en 1959 con The Journey, y un a?o despu¨¦s con la adaptaci¨®n al cine de la novela de Scott Fitzgeral Tierna es la noche. No fue un buen comienzo. La candidatura de Jason Robards al trono dejado vacante por Bogart no lleg¨® muy lejos, aunque desde el primer momento le unieron a su modelo y maestro la afici¨®n a la desmesura y al alcohol. Dos coincidencias a las que se a?adieron poco despu¨¦s las de su matrimonio con Lauren Bacall, viuda de Bogart, amor que termin¨® pronto y a tortazo limpio; y la de un aparatoso accidente de autom¨®vil que le proporcion¨® unos cuantos costurones muy bogartianos.
No ten¨ªa Robards madera de estrella y su hora tuvo que esperar sobre las tarimas de los teatros de Broadway y los estudios de la televisi¨®n. Hasta que en su rostro asomaron indicios de esa vejez prematura que le prepar¨® -con el presagio en 1963 de la adaptaci¨®n por Sidney Lumet de Larga jornada hacia la noche, de O'Neill- para dar rienda suelta a un genio interpretativo sin antecedentes ni consecuencias visibles, de esos que cuando mueren se llevan consigo las claves y los enigmas de su arte.
El tiempo dorado de Robards es el de sus formidables aportaciones a Johnny cogi¨® su fusil, dirigido por Dalton Trumbo; a Pat Garret y Billy the Kid, dirigido por Sam Peckinpah, y a las dos pel¨ªculas por las que gan¨® en 1976 y 1977 los oscars al mejor actor secundario: Todos los hombres de presidente, donde encarn¨® a Ben Bradley, director del Washington Post en los d¨ªas del asunto Watergate, y Julia, donde llev¨® a cabo una prodigiosa recreaci¨®n de la complej¨ªsima figura de Dashiell Hammett. Pero si algo de cuanto hizo Robards entrar¨¢ por la puerta grande en la historia del cine es su asombrosa creaci¨®n, dirigido otra vez por Peckinpah, en La balada de Cable Hogue, punto cumbre de este actor de especie ¨²nica, junto con su paso -hace tan s¨®lo dos a?os y ya acorralado por la muerte- por una de las m¨¢s bellas secuencias de Magnolia.
El salto desde el humor de Cable Hogue a la gravedad de Magnolia es un ejercicio exacto de lo que alguien llam¨® luz negra en referencia a la mirada de algunos actores geniales e incatalogables. Gente de reparto, de los llamados secundarios que, como Warren Oates o Walter Brenan, est¨¢n incapacitados para ser estrellas a la manera convencional, pero que son capaces de absorber la luz blanca de la estrella y apagarla cuando act¨²an frente a ella.
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