El siglo y el progreso
Pregunta Antoni Bassas si hemos progresado durante el siglo XX. Comparto mesa en Catalunya R¨¤dio con Vict¨°ria Camps, Jorge Wagensberg, Ramon Grau y Salvador Moya. Mi idea del progreso es muy cl¨¢sica, es la idea ilustrada de la emancipaci¨®n individual: que cada cual sea capaz de pensar y decidir por s¨ª mismo. El progreso se mide por lo que se haya avanzado en esta direcci¨®n. Y, en este sentido, el siglo nos deja un legado positivo: la consagraci¨®n de los derechos individuales (y sus complementos sociales y culturales), sin distinci¨®n de sexo ni condici¨®n. En este marco, el proceso de emancipaci¨®n de la mujer parece irreversible. Al mismo tiempo, los progresos cient¨ªficos y t¨¦cnicos, especialmente en aquellas materias que conciernen a las opciones de vida personal, otorgan al individuo enormes responsabilidades que antes estaban reservadas a los dioses o a los poderes absolutos y que ahora le interpelan directamente. Todo esto deber¨ªa contribuir a hacer del individuo un sujeto m¨¢s pleno.
Si los que est¨¢n arriba no bajan unos pelda?os para que los de abajo puedan subirlos, el siglo XXI ver¨¢ como la conflictividad aumenta, y puede que la caducidad de la especie sobre el planeta puede estar m¨¢s pr¨®xima de lo que querr¨ªamos imaginarnos
Algunos piensan que el ser humano es bueno por naturaleza. Rousseau hizo de ello una po¨¦tica y a partir de su teor¨ªa se construyeron doctrinas que, a la vista del rosario de atrocidades en que acabaron traduci¨¦ndose, dejan en mal sitio las ilusiones del autor del Contrato social. A menudo se ha dicho que en el siglo XX se estrellaron en forma de totalitarismo las grandes fantas¨ªas cultivadas durante los dos siglos anteriores. El siglo XX nos ha confirmado que las relaciones entre los hombres (el hombre es un ser social; por tanto, vive, aunque sea inc¨®modamente, siempre en relaci¨®n con los dem¨¢s) son relaciones de poder; es decir, que el poder es inmanente a toda relaci¨®n entre dos o m¨¢s sujetos (e incluso de un sujeto consigo mismo, pero aqu¨ª entrar¨ªamos ya en los procelosos campos de la psicolog¨ªa y prefiero dejarlo) y que el poder conduce al abuso. Humillar al empleado, pegar a la mujer, torturar al discrepante, explotar al inmigrante, son ejemplos de como el fuerte se ensa?a en la relaci¨®n de poder, aunque a veces s¨®lo sea para disimular su debilidad. En este sentido, es progreso aquello que, desde el respeto a la autonom¨ªa del individuo, pone freno a la tendencia espont¨¢nea al abuso de poder, que para m¨ª es el mal.
Desde esta perspectiva, el siglo ha sido contradictorio. Ha batido r¨¦cords de atrocidades y, al mismo tiempo, ha abierto expectativas jur¨ªdicas para un mayor respeto del individuo. Es el siglo de la aceleraci¨®n, que acaba a una velocidad de v¨¦rtigo que obliga a preguntarse por los efectos que sobre la propia bestia humana va a tener una cultura -en el sentido de producci¨®n, deseo y comunicaci¨®n- cuyo ritmo parece desbordar la capacidad de asimilaci¨®n de la especie. Uno de los efectos perversos de esta aceleraci¨®n -que ha crecido espectacularmente en las ¨²ltimas d¨¦cadas- es que ha vuelto a extender la idea de que todo es posible. Dos totalitarismos, dos guerras mundiales y decenas de millones de muertos parec¨ªa que nos hab¨ªan vacunado contra esta pretensi¨®n. Pero los macropoderes contempor¨¢neos, convencidos de su omnipotencia, parecen hacer caso omiso a la experiencia. Abundan los diagn¨®sticos -incluso en conferencias oficiales- sobre la imposibilidad de seguir comiendo mundo al ritmo actual. Nadie hace nada para frenar este impulso depredador a gran escala. A la ciudadan¨ªa corresponde la presi¨®n democr¨¢tica necesaria para frenar tanta irresponsabilidad. Pero esto significa implicaci¨®n pol¨ªtica, y la pol¨ªtica -en este sentido de amplia participaci¨®n democr¨¢tica- lleva tiempo de vacaciones. Con los datos actuales -si la ciencia no lo remedia-, si los que est¨¢n m¨¢s arriba no bajan unos pelda?os para que los que est¨¢n m¨¢s abajo puedan subirlos, el siglo XXI ver¨¢ como la conflictividad aumenta y puede que la fecha de caducidad de la especie sobre el planeta puede estar m¨¢s pr¨®xima de lo que querr¨ªamos imaginarnos.
Todo balance del siglo se encuentra con la escasa homogeneidad de un planeta en el que conviven lo m¨¢s arcaico y lo m¨¢s moderno. Los elementos de progreso t¨¦cnico, econ¨®mico y jur¨ªdico que pueden ser indiscutibles en las sociedades m¨¢s avanzadas dicen poco a miles de millones de seres humanos. Un breve pero imprescindible recordatorio: 200 millones de personas han muerto de hambre -y sus efectos epid¨¦micos- desde el fin de la guerra fr¨ªa, 2.000 millones no tienen electricidad, 1.500 millones viven con menos de un d¨®lar diario, 27 millones -seg¨²n el riguroso trabajo de Kevin Bates- est¨¢n sometidos a la esclavitud (m¨¢s que el total de africanos que el comercio de esclavos traslado a Am¨¦rica).
Puede que el siglo XX no haya sido m¨¢s atroz que otros. Simplemente por n¨²mero de personas y por potencialidad destructiva ha alcanzado cifras superiores a cualquier otro. La voluntad de poder ha sido bien repartida a lo largo de toda la historia: el abuso de poder ha acudido siempre a la cita. Lo que s¨ª ha ideado este siglo es lo que Camus llam¨® los cr¨ªmenes de l¨®gica: el crimen sistem¨¢tico, organizado, con argumentos racionales y con el pretexto de la construcci¨®n de la sociedad racional perfecta. Y, sin embargo, hay razones para contemplar el futuro con alguna esperanza. Escojo tres, como ejemplo.
La emancipaci¨®n de la mujer. Ha sido uno los grandes fen¨®menos de este fin de siglo. No va a cambiar la naturaleza de la especie porque est¨¢ hecha de relaciones de poder y las mujeres tampoco escapan a esta l¨®gica. Pero cabe esperar que su uso de las estrategias y las t¨¢cticas (tanto en la microf¨ªsica como en la macrof¨ªsica del poder), su manera de actuar sobre los dem¨¢s sea m¨¢s sutil, menos grosera, que la del poder masculino, y d¨¦ unas formas de convivencia menos humillantes, m¨¢s ingeniosas, m¨¢s selectivas, m¨¢s placenteras. En el bien entendido que todo poder, el de las mujeres tambi¨¦n, tiene que ser sometido a cr¨ªtica porque tiende inexorablemente al abuso.
La ruptura de las fronteras. La globalizaci¨®n es un mito neocapitalista que confunde acerca de la realidad de un mundo que est¨¢ lejos de ser homog¨¦neo. Pero la movilidad de personas y de ideas aumenta. Y con la movilidad, el contacto entre gentes diversas, que deber¨ªa ser promesa de fertilidad y no una amenaza como la presentan los poderes m¨¢s reactivos y los p¨¢nicos que ¨¦stos alimentan. El peligro es que las fronteras se hagan transversales y que extiendan por el mundo bolsas identitarias cerradas, con escaso contacto con los entornos.
Las biot¨¦cnicas al servicio de la calidad de la vida. Nuevas capacidades de actuar sobre la bestia exige mayor responsabilidad. Nos hacen m¨¢s adultos. Pero la obsesi¨®n por el orden hace que las nuevas t¨¦cnicas puedan servir para hacernos m¨¢s previsibles. Se habla de genes culturales. Como si el fanatismo religioso, ideol¨®gico o identitario pudiera ser una fatalidad natural. Triste manera de eludir la responsabilidad y reducirnos a animales sometidos al imperio indestructible de la necesidad, es decir, de robarnos nuestro secreto: la libertad y el deseo.
Al final del siglo, la responsabilidad sigue siendo la cuesti¨®n crucial. La responsabilidad finalmente es el reconocimiento de que no todo es posible. Y de que hay que establecer opciones. Opciones que ser¨¢n de progreso si contribuyen a la dignidad y autonom¨ªa del individuo y a la mayor libertad de cada cual. Todo lo dem¨¢s, por muchos avances que incluya, es un viaje hacia el pozo de la indiferencia. Es decir, de la sociedad que aguanta imp¨¢vida todos los abusos de todos los poderes.
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