Aparcacoches
La Concejal¨ªa de Movilidad Urbana dar¨¢ el pr¨®ximo lunes por concluida la pol¨¦mica Operaci¨®n Cono. Su titular, Sigfrido Herr¨¢ez, en un alarde de autocomplacencia, ha calificado de exitosa la experiencia por entender que ha demostrado la necesidad de liberar el carril bus de cuerpos extra?os consiguiendo una ganancia de cinco minutos en los trayectos en autob¨²s. Aunque es evidente que para este viaje no se necesitaban alforjas, si al se?or edil le hace ilusi¨®n creer que ha descubierto la p¨®lvora resultar¨ªa cruel desencantarle. S¨ª merece la pena, en cambio, detenerse en un inesperado hallazgo que ha propiciado la mencionada operaci¨®n. Me refiero a la asombrosa capacidad de algunos restaurantes de la capital para alterar cualquier norma de tr¨¢fico que les impida aparcar los veh¨ªculos de sus clientes en la v¨ªa p¨²blica.
Un caso concreto fue observado y denunciado por EL PA?S en la zona comprendida entre las calles Mar¨ªa de Molina y Diego de Le¨®n. All¨ª donde se concentran numerosos locales de tapas y restaurantes de post¨ªn en los que sus respectivos aparcacoches desarrollan una actividad fren¨¦tica. Misteriosamente, un grupo de operarios de la empresa contratada por el Ayuntamiento para el mantenimiento de los conos llegaba a las doce del mediod¨ªa a la esquina de Diego de Le¨®n con Serrano y proced¨ªa a la retirada de los pirulos en direcci¨®n a Mar¨ªa de Molina. Cuatro horas despu¨¦s, una vez transcurrido el horario punta de los restaurantes, esos mismos empleados, con su uniforme amarillo fosforescente, volv¨ªan para reponer los conos. La operaci¨®n era repetida por la noche. Uno de los trabajadores, en su manifiesta ingenuidad, no tuvo inconveniente alguno en explicar al redactor del peri¨®dico que el motivo de semejante movida era permitir el estacionamiento de los veh¨ªculos para que los aparcacoches de los restaurantes pudieran trabajar. '?D¨®nde dice que pasa eso?' , pregunt¨® el concejal Sigfrido al periodista que le interrogaba sobre la maniobra. 'Yo no s¨¦ nada', aseguraba. Y es posible que realmente nada supiera a pesar de que, seg¨²n dijo, ten¨ªa unos monitores en su despacho a trav¨¦s de los cuales controlaba el funcionamiento del sistema en las calles. Ni sab¨ªa nada el edil, ni sab¨ªan nada los responsables de la contrata de mantenimiento. Si no fuera por las inapelables fotos que los informadores incorporaron a la noticia, habr¨ªan jurado que todo era una invenci¨®n de la prensa. Sin embargo, a pesar de la ignorancia municipal y de la ceguera de sus c¨¢maras en Madrid, todo el mundo sabe que hay muchos restaurantes que disfrutan de bula para los autom¨®viles de sus clientes. S¨®lo as¨ª puede explicarse que uno o dos aparcacoches puedan controlar decenas de autom¨®viles careciendo de estacionamiento. Cu¨¢ntas veces, al dejar las llaves a uno de estos profesionales del estacionamiento, le hemos expresado nuestro temor al comprobar que amontonaba los veh¨ªculos en doble fila. La respuesta suele ser un gesto de complicidad acompa?ado de alg¨²n comentario tranquilizador en el que manifiestan poseer patente de corso. No hay que ser demasiado perspicaz para darse cuenta de que existen tramos de la v¨ªa p¨²blica que son utilizados como aut¨¦nticos cotos privados gracias a que alguien hace la vista gorda. A pesar de ello, siempre que se habla de esto el Ayuntamiento niega cualquier posible inhibici¨®n o connivencia. Un breve recorrido a las tres de la tarde por ciertas calles de Madrid permitir¨ªa elaborar una larga lista de restaurantes a cuyas puertas son alineados los coches en doble y triple fila. Son api?ados con la impunidad que les permite el tener la garant¨ªa absoluta de que la gr¨²a municipal no har¨¢ acto de presencia. El asunto trasciende s¨®lo cuando los vecinos perjudicados protestan p¨²blicamente o la situaci¨®n pasa de casta?o oscuro, como ocurri¨® hace un par de veranos cuando fue denunciada la presencia de polic¨ªas municipales ayudando a los aparcacoches de las terrazas de Castellana. Ahora, gracias a los conos, ha vuelto a quedar en evidencia la existencia de manos que ponen el cazo o de est¨®magos muy agradecidos. El concejal anunci¨® que investigar¨ªa el porqu¨¦ los operarios retiraban sus conos. La pesquisa es tan sencilla como preguntarles qui¨¦n les dio aquella orden transgresora. Pero no esperen grandes resultados. Los culpables seguir¨¢n comiendo de gorra y nadie les cortar¨¢ la digesti¨®n.
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