Efectos retardados
Estados Unidos tiene desde el fin de la guerra fr¨ªa -con ra¨ªces que se remontan al desastre de Vietnam- una curiosa doctrina militar para un pa¨ªs que pretende mandar en el mundo: la intervenci¨®n armada como ¨²ltimo recurso, asegur¨¢ndose una superioridad aplastante, sin arriesgar, y con la prioridad absoluta de preservar las vidas de sus soldados, la llamada force protection. Es lo que se conoce por la Doctrina Powell, por el nombre del pr¨®ximo secretario de Estado, el militar que en 1991, desde Washington, llev¨® la guerra del Golfo, en la que se resisti¨® a entrar. Poco a poco, con la mala experiencia de la intervenci¨®n en Somalia, esta doctrina se ha ido perfeccionando hasta llegar a la guerra de Kosovo de 1999 con la regla de cero bajas entre los estadounidenses y el mito de una guerra limpia. Sin duda fue una de las menos destructivas en t¨¦rminos de vidas humanas. La Doctrina Powell no contemplaba los efectos retardados de los propios medios empleados por EE UU, que produjeron no muertos propios durante la guerra, sino muertos despu¨¦s de la guerra. El s¨ªndrome del Golfo que aquej¨® a varios miles de soldados parece resurgir ahora en el s¨ªndrome de los Balcanes, con la erupci¨®n de una serie de casos de c¨¢ncer en soldados que han servido en esa zona. Estad¨ªsticamente, son de momento pocos para la parte occidental. Del otro lado, est¨¢ por ver. Pero ¨¦stos a los que la OTAN fue a salvar o a combatir parecen importar poco.
Las sospechas, denunciadas por diversas organizaciones sanitarias o de medio ambiente, apuntan al uso de uranio empobrecido en proyectiles, pues este metal pesado facilita la penetraci¨®n en las corazas enemigas. Pero a la vez contamina, ya sea por su posible radiactividad residual, o por el hecho de ser un metal pesado. Pueden encontrarse otras razones, como las vacunas inoculadas o el hecho mismo de que ahora se controla mucho m¨¢s a los soldados que regresan de misiones que un siglo atr¨¢s. Pero con estos casos ha saltado por los aires el concepto de guerra limpia, que era un concepto visto desde el lado de EE UU y la OTAN, pues las bajas -que entran en los llamados da?os colaterales- de la otra parte s¨ª se produjeron, antes y despu¨¦s de la guerra, en el Golfo, en Bosnia y en Kosovo.
Es dif¨ªcil saber a¨²n a ciencia cierta si los casos de c¨¢ncer detectados se deben o no a esas armas a las que ni el Pet¨¢gono ni Francia est¨¢n dispuestos a renunciar. Pero lo que antes se negaba -su uso en Bosnia y Kosovo, que denunci¨® en su d¨ªa la parte serbia- ahora se acepta. La gran superioridad tecn¨®logica de EE UU y de los europeos occidentales deber¨ªa servir, al menos, para evitar este tipo de consecuencias no buscadas, aplicando el conocido 'principio de precauci¨®n' en el uso de materiales b¨¦licos en esta sociedad del riesgo. Lo ocurrido es grave al afectar a vidas humanas. Pero tambi¨¦n es grave desde el punto de vista de una OTAN en la que la informaci¨®n entre aliados no circula como deber¨ªa. Los italianos, que s¨ª sab¨ªan que las bombas de uranio empobrecido se utilizaron en Kosovo, desconoc¨ªan que EE UU las hubiera lanzado anteriormente en Bosnia contra formaciones serbias.
Lo ocurrido no invalida la justificaci¨®n del objetivo de la operaci¨®n de la OTAN en Bosnia o por Kosovo. Lo criticable son algunos medios, algunos m¨¦todos utilizados. Si Margaret Thatcher no hubiera recuperado las Malvinas, la Junta Militar argentina no hubiera ca¨ªdo para dar paso a la democracia. Sin la guerra de Kosovo, probablemente hoy Milosevic seguir¨ªa en el poder y Serbia no habr¨ªa dado esos pasos decisivos hacia la democracia, su normalizaci¨®n y su europeizaci¨®n. Sin embargo, el objetivo militar de la guerra no fue ¨¦ste, sino recuperar Kosovo, pero ha tenido estos efectos, tambi¨¦n retardados, pol¨ªticos y positivos. En el caso de Irak, gracias a la doctrina de un Powell que ahora quiere reforzar las sanciones contra una poblaci¨®n que sufre lo suyo, sigue en pie Sadam Husein, pese a los rumores sobre su mala salud.
aortega@elpais.es
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