Rebeli¨®n, pero en Praga
He le¨ªdo en este peri¨®dico la cr¨®nica de una manifestaci¨®n en Chequia que, como supongo les habr¨¢ pasado a otros muchos espa?oles, me ha dejado la sensaci¨®n de haber le¨ªdo una cr¨®nica de lo que nunca ha sucedido en Espa?a. Con el t¨ªtulo Rebeli¨®n de periodistas en Praga se informaba el pasado d¨ªa 4 de la manifestaci¨®n ciudadana que el d¨ªa anterior hab¨ªa tenido lugar en Praga en apoyo de la huelga de periodistas de la televisi¨®n p¨²blica de aquel pa¨ªs, encerrados en su lugar de trabajo desde el 24 de diciembre. La causa del conflicto era la gesti¨®n del nuevo director general de la televisi¨®n p¨²blica- que acaba de dimitir-, claramente escorada, al parecer, hacia los intereses del partido que le hab¨ªa propuesto para el cargo. Los sindicatos tambi¨¦n manifestaron su solidaridad con la protesta y la Federaci¨®n Internacional de Periodistas pidi¨® a la Comisi¨®n Europea que interviniese en el conflicto. El presidente de la Rep¨²blica, V¨¢clav Havel, hab¨ªa afirmado que aunque en principio pudiera parecer que la letra de la ley amparaba el discutido nombramiento, ¨¦ste contradec¨ªa abiertamente el esp¨ªritu de la propia ley.
La noticia me ha hecho recordar los tiempos de la Espa?a de Franco. Cuentan los m¨¢s antiguos del lugar que hubo en aquel entonces un director general de televisi¨®n que, cuando llegaban de alg¨²n pa¨ªs extranjero informaciones sobre una manifestaci¨®n contra la falta de libertades en Espa?a, ordenaba con frecuencia que se emitiesen las im¨¢genes, pero cambiando los textos. Dicen unos que lo hac¨ªa para no desperdiciar el material, y afirman otros que para vengarse de los pa¨ªses democr¨¢ticos que criticaban el r¨¦gimen espa?ol. Pero lo cierto es que, de ese modo, las im¨¢genes de una manifestaci¨®n en los Campos El¨ªseos contra el r¨¦gimen de Franco pod¨ªan servir, cuidando de que no se pudiesen leer las pancartas, tanto para 'ilustrar' gr¨¢ficamente los comentarios de una supuesta manifestaci¨®n contra Italia como los de una no menos imaginaria manifestaci¨®n contra el Gobierno franc¨¦s. De esa forma no s¨®lo se ocultaba a los espa?oles la informaci¨®n, sino que ¨¦stos recib¨ªan adem¨¢s noticias del extranjero sobre hechos que nunca hab¨ªan ocurrido.
Mucho tiene que ver aquella ¨¦poca -mucho m¨¢s de lo que algunos parecen dispuestos a admitir- con el que ahora la noticia de lo que est¨¢ pasando en Chequia sea tambi¨¦n la noticia de lo que nunca ha ocurrido en Espa?a. Los abusos que han llevado en aquel pa¨ªs a la rebeli¨®n de los periodistas y la manifestaci¨®n de los ciudadanos son id¨¦nticos, y si acaso menores que los que en Espa?a estamos acostumbrados a ver, desde hace muchos a?os, en Radiotelevisi¨®n Espa?ola y en las televisiones p¨²blicas de las comunidades aut¨®nomas, en las que los gobernantes de turno nombran a su gusto los directores generales, convirtiendo dichas televisiones en un descarado instrumento de propaganda.
V¨¢clav Havel acaba de afirmar en Chequia exactamente lo mismo que desde hace varios a?os vengo reiterando en Espa?a de palabra y por escrito: que, diga lo que diga la letra de la ley, en un pa¨ªs con una Constituci¨®n democr¨¢tica no se puede permitir que un Gobierno utilice descaradamente la televisi¨®n p¨²blica para manipular la conciencia de los ciudadanos. Pero mucho me temo que ni siquiera la muy superior autoridad de Havel va a conseguir que la mayor¨ªa de nuestros gobernantes entiendan la verdadera naturaleza del problema.
?C¨®mo puede explicarse que si a lo largo de la historia los espa?oles hab¨ªan venido demostrando tanto valor y tanto aprecio por la libertad como el que puedan haber demostrado, por ejemplo, los checos, consientan ahora un atropello de sus libertades que otros pueblos europeos no parecen estar, l¨®gicamente, dispuestos a adm¨ªtir? Siendo el atentado contra la libertad de informaci¨®n pr¨¢cticamente el mismo en Praga que en Madrid, el agudo contraste entre la decidida reacci¨®n de los checos y la permanente pasividad de los espa?oles obliga, cuando menos, a preguntarse por las posibles razones de esa notable diferencia de actitud: ?estar¨¢ acaso la cultura democr¨¢tica del pueblo espa?ol menos desarrollada que la del pueblo checo? ?Pesar¨¢n tal vez las secuelas del franquismo en nuestro pa¨ªs m¨¢s de lo que las secuelas del comunismo puedan pesar en Chequia?
El que hoy Espa?a sea el ¨²nico pa¨ªs de la Uni¨®n Europea en que el partido ganador de las elecciones puede utilizar la televisi¨®n p¨²blica para manipular impunemente la conciencia colectiva de los ciudadanos es s¨®lo posible por la supervivencia de instituciones y comportamientos heredados de la dictadura.
La estructura del poder pol¨ªtico en las televisiones p¨²blicas espa?olas es una momia del franquismo. La ley de 1980 que regula la televisi¨®n p¨²blica es un monumento a la ingenuidad democr¨¢tica y una consagraci¨®n del esp¨ªritu del r¨¦gimen anterior. En esencia, en la organizaci¨®n pol¨ªtica de Radiotelevisi¨®n Espa?ola no ha cambiado absolutamente nada, s¨®lo han movido el decorado. Hoy, como desde hace 43 a?os, el ¨²nico que realmente manda en la televisi¨®n p¨²blica es el Gobierno. Las televisiones p¨²blicas de las comunidades aut¨®nomas lo ¨²nico que han hecho, en cuanto a organizaci¨®n, es clonar la momia. Es cierto que hay una diferencia importante con la televisi¨®n franquista: antes, la opini¨®n p¨²blica la manipulaba un Gobierno que no estaba legitimado por las urnas y ahora la manipula un Gobierno democr¨¢ticamente elegido. El lector sabr¨¢ lo que le parece peor.
Pero el que tiene poder tiende a abusar de ese poder mientras no haya nadie que se lo impida; para que las cosas fuesen de otro modo habr¨ªa que cambiar la naturaleza humana. Lo sorprendente no es, pues, que los partidos pol¨ªticos acaparen las televisiones p¨²blicas para convertirlas en instrumentos de propaganda. Lo verdaderamente sorprendente es que los ciudadanos espa?oles lo consientan, que durante 23 a?os de democracia la descarada utilizaci¨®n partidista de las televisiones p¨²blicas no haya merecido ni una sola rebeli¨®n de sus periodistas ni una sola manifestaci¨®n de los ciudadanos. Y aqu¨ª es donde reside, a mi juicio, lo m¨¢s grave de la herencia franquista: en el terreno de la cultura democr¨¢tica, en la actitud ante el poder, en la concepci¨®n de las libertades.
Hoy, en Espa?a, para informarse, como para manifestarse, hay todav¨ªa demasiados ciudadanos que permiten que el Gobierno les lleve de la mano. Que el Gobierno haya tomado por costumbre ponerse al frente de las manifestaciones ciudadanas contra hechos que el Gobierno es el primer encargado de evitar es ya de por s¨ª bastante significativo (lo ha explicado hace poco, en estas mismas p¨¢ginas, mi colega P¨¦rez Royo).
Pero es much¨ªsimo m¨¢s grave lo que sucede en el terreno de la libertad de informaci¨®n. Desde el punto de vista democr¨¢tico, permitir que el Gobierno controle la televisi¨®n p¨²blica no es s¨®lo il¨®gico, es adem¨¢s suicida. Esa televisi¨®n tiene entre sus principales obligaciones la de contribuir a la libre formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica y, siendo as¨ª, poner al Go-
Jos¨¦ Juan Gonz¨¢lez Encinar es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la Universidad de Alcal¨¢.
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