Destino
El viejo Pinochet comienza a enterarse ahora de que no existe el crimen perfecto. Ya lo dec¨ªa Hitchcock, quien, por cierto, tambi¨¦n jugaba con el suspense y con la muerte, pero con mucho m¨¢s estilo y sin necesidad de recurrir a la tortura.
Augusto Pinochet, ese mal imitador de Francisco Franco -a quien precisamente veneraba como a un pont¨ªfice-, padece una demencia vascular progresiva que le proporciona una curiosa lucidez, la misma que le ha de servir para recuperar la conciencia perdida y entender, desde su residencia costera de los Boldos y su trono de octogenario, que el tiempo no resta?e las heridas, al menos no todas. Y su valedor, el encargado de poner en marcha los mecanismos de su memoria, el mensajero que ha de decirle a la Historia que la hora del juicio ha llegado, es el juez Guzm¨¢n. Por su culpa, los ¨²ltimos d¨ªas han soplado como un viento fr¨ªo contra el dictador. La cobarde actitud del anciano esquivando responsabilidades, inculpando a viejos oficiales como el retirado general Joaqu¨ªn Lagos, le ha servido de poco; bien al contrario, su gallard¨ªa ha hecho hablar al encargado de la Primera Divisi¨®n del Ej¨¦rcito chileno y ¨¦ste ha aportado pruebas suficientes para conocer las matanzas realizadas por los militares en 1973 bajo la supervisi¨®n de Pinochet Ugarte. Conviene recordar que en aquella caravana de la muerte no era necesario ning¨²n proceso para matar a los secuestrados, 'a veces los fusilaban por partes', confiesa el ex oficial Lagos, 'primero las piernas; despu¨¦s, los ¨®rganos sexuales; despu¨¦s el coraz¨®n'. Pero lo triste es que, para dictar un auto de procesamiento y arresto contra el se?or Pinochet, haya sido necesaria una larga lucha por parte de la abogada Carmen Hertz, un dilatado seguimiento del abogado Joan Garc¨¦s y del juez Baltasar Garz¨®n en el plano internacional... Todo un rosario de querellas que se topaba una y otra vez con los recursos y las apelaciones de la defensa del dictador. Por eso cuesta creer (los sue?os son as¨ª) que por fin, en unos d¨ªas, al viejo Pinochet se le tomar¨¢n las huellas dactilares, posar¨¢ de frente y de perfil para una fotograf¨ªa que la Historia enmarcar¨¢ como extracto de filiaci¨®n junto a su nombre, en el lugar preciso, sin remedio alguno.
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