Morirse de risa
Si tiene usted necesidad de re¨ªrse, corra al Infanta Isabel a ver La cena de los idiotas. Digo que corra porque las localidades se agotan r¨¢pidamente: el s¨¢bado estaban llenas las dos funciones y el ruido de las carcajadas dejaba a veces sin entenderse una frase; por la salud de alg¨²n espectador que saltaba, enrojec¨ªa y pegaba golpes a su vecino llegu¨¦ a temer.
No traiciono secretos si cuento lo que pasa: se ha visto la pel¨ªcula, se ha divulgado la historieta, y es una de las razones para que la gente vaya a ver esta versi¨®n, la primera, para el teatro. Francis Veber es el director y el escritor de obras como La cage aux folles o Un hombre rubio y alto con un solo zapato negro (no s¨¦ si ¨¦sta es la traducci¨®n que se le dio en Espa?a), muchas veces rehechas por el cine de Estados Unidos. Sal¨ªa de lo que fue su primer fracaso, escribi¨® esta comedia y encarril¨® su camino de ¨¦xitos comerciales. Un grupo de amigos que celebra regularmente una cena a la que cada uno de ellos invita al m¨¢s idiota que encuentra (no es raro: en Madrid hab¨ªa una cena en la que se daba cada mes el premio al tonto contempor¨¢neo: salieron nombres muy ilustres. El jurado acert¨® siempre). Uno de ellos espera en casa a su invitado para llevarle a la cena, cuando le da un ataque de ci¨¢tica que le impide salir; llega el idiota, se queda con ¨¦l y comienza a producir desastres, desde la escapada de su mujer hasta el odio de su inspector de Hacienda. Es uno de esos pelmas que clasificaba Huxley como 'adherentes', aunque no le faltan dotes de la clase 'penetrante' por c¨®mo se infiltra en su v¨ªctima. La escritura vodevilesca y el desenfado que ha conseguido Paco Mir en la versi¨®n espa?ola (y en su direcci¨®n) deben estar al nivel de la obra original. Hay un int¨¦rprete excepcional, Pep¨®n Nieto, el idiota metepatas; y su pareja esc¨¦nica, Luis Tosar, el poseso por el imb¨¦cil; pero no son s¨®lo ellos dos, sino todos los actores los que contribuyen a que esto funcione.
El final es feliz, para no escapar a las sombras del teatro comercial: la v¨ªctima va recuperando su vida, los otros se arreglan y, naturalmente, es el querido pelma el que termina por arreglar todo. Una suerte.
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