Integraci¨®n es igual a ciudadan¨ªa
Como en los viejos tiempos, los m¨¢s desesperados, los excluidos de la sociedad, se refugian en las iglesias para plantear sus reivindicaciones pol¨ªticas. Tambi¨¦n como en los viejos tiempos, mos¨¦n Vidal los acoge ahora en la iglesia del Pi en Ciutat Vella, como antes lo hab¨ªa hecho en su parroquia de la Bordeta con Comisiones Obreras y con la Assemblea de Catalunya. M¨¢s all¨¢ de los habituales errores t¨¢cticos de ciertas vanguardias extremistas, todo ello nos deber¨ªa hacer pensar.
A su vez, han tenido lugar estos ¨²ltimos d¨ªas las reuniones de Davos y de Porto Alegre para tratar, desde ¨¢ngulos contrapuestos, de la llamada globalizaci¨®n. No coincido con las posiciones mayoritarias de Davos ni con las de Porto Alegre. Davos parte del supuesto de que el simple crecimiento econ¨®mico cuantitativo comporta ya el desarrollo humano: es el viejo ideal tecnocr¨¢tico del fin de las ideolog¨ªas -hoy pensamiento ¨²nico- que ya predicaban hace 40 a?os L¨®pez Rod¨® y Fern¨¢ndez de la Mora siguiendo ciertas tendencias norteamericanas de aquella ¨¦poca.
Por su parte, los de Porto Alegre, con los que me siento unido afectivamente, creo que se equivocan en la diana de sus ataques. La globalizaci¨®n, en s¨ª misma, no es un mal. Esta palabreja se ha puesto de moda hace poco, pero el desarrollo de su contenido comenz¨® hace siglos; si no antes, por lo menos cuando Col¨®n lleg¨® a Am¨¦rica. Primero se le llam¨® colonialismo, despu¨¦s imperialismo, ahora globalizaci¨®n. Hay diferencias entre ellos, sin duda, pero no son m¨¢s que las fases de una misma tendencia. Marx no se opuso a la industrializaci¨®n, no propugn¨® la destrucci¨®n de las f¨¢bricas. Por el contrario, en el Manifiesto comunista realiz¨® un gran elogio del capitalismo visto desde una perspectiva hist¨®rica, analiz¨® sus contradicciones y tendencias, y se propuso superarlo. La globalizaci¨®n debe ser tratada de una forma semejante: en s¨ª misma, no s¨®lo es inevitable, sino positiva para el desarrollo general de la humanidad. Lo que se debe reorientar son sus efectos perversos, hoy m¨¢s que evidentes.
Tomemos Barcelona como punto de referencia. Hace 100 a?os, los reci¨¦n llegados en busca de trabajo se instalaban en la periferia: Sants, Hostafranchs, Poble Sec, Poblenou, Sant Andreu. Proven¨ªan del campo catal¨¢n, aragon¨¦s o levantino. Hace 50 a?os, fueron ocupando los entonces peque?os municipios del Baix Llobregat, del Vall¨¨s y de parte del Maresme. Proven¨ªan del centro y del sur de Espa?a. Hoy los que pretenden emprender una vida nueva y mejor en Catalu?a vienen de m¨¢s lejos, de la otra ribera del Mediterr¨¢neo y del Atl¨¢ntico; escapan de la pobreza que genera la econom¨ªa de mercado de sus respectivos pa¨ªses, subordinada a los pa¨ªses ricos, que son los grandes beneficiarios del proceso de globalizaci¨®n.
Ello debe subrayarse porque algunos han cre¨ªdo que el mercado por s¨ª mismo ya produce riqueza. Comprobar que eso es falso resulta muy simple. Ciertamente, los pa¨ªses que han planteado alternativas al mercado -la planificaci¨®n socialista de matriz sovi¨¦tica- hasta ahora han fracasado o, por lo menos, no tuvieron capacidad suficiente para competir en crecimiento econ¨®mico con los pa¨ªses capitalistas desarrollados. Pero tambi¨¦n ha fracasado la econom¨ªa de mercado a nivel global. Abandonemos, por tanto, el f¨¢cil triunfalismo liberal de principios de la d¨¦cada de 1990, muy perceptible todav¨ªa en Davos, y contemplemos objetivamente el mundo globalizado: creciente distanciamiento entre pa¨ªses ricos y pobres, mayores diferencias dentro de cada uno de ellos, tres cuartas partes de la humanidad por debajo del nivel de pobreza.
?ste es el contexto en el que debe analizarse la inmigraci¨®n en Catalu?a. ?C¨®mo no van a tener derecho a emigrar aquellos a los que, por un lado, nuestra econom¨ªa globalizada expulsa de sus pa¨ªses de nacimiento y que, por otro, son necesarios como fuerza de trabajo en los pa¨ªses ricos cuya curva demogr¨¢fica es descendente? Y si tienen derecho por todas esas razones, ?c¨®mo negarles, como seres humanos que son, los mismos derechos que nos reconocemos a nosotros mismos? Pero hoy, para tener derechos plenos, previamente uno debe ser considerado ciudadano.
La ciudadan¨ªa no consiste simplemente en poder disfrutar de los derechos individuales, sino tambi¨¦n de los pol¨ªticos y sociales. Ser ciudadano implica, por tanto, necesariamente el derecho a votar en todas las elecciones. A los inmigrantes con un m¨ªnimo arraigo probado hay que concederles la nacionalidad espa?ola y, por tanto, tambi¨¦n la ciudadan¨ªa europea. No se trata, como paternalmente piden algunos, de integrarlos exigi¨¦ndoles su adaptaci¨®n a nuestras costumbres, a nuestra forma de vida, a nuestra cultura o, en el l¨ªmite, a nuestra religi¨®n. Integrar al inmigrante quiere decir, simplemente, convertirlo en ciudadano, tratarlo como un ser libre, hacerlo copart¨ªcipe de la voluntad popular que legitima nuestras leyes. Rousseau dec¨ªa que 'la libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha prescrito'. Si queremos, pues, tener como conciudadanos a hombres libres, debemos ofrecerles la oportunidad de que sean plenamente corresponsables de las actuaciones de las autoridades, a las que deben reconocer como tales por haber tenido ocasi¨®n, directa o indirectamente, de elegirlas.
Legalizar a los inmigrantes es un paso previo, pero insuficiente. Lo ¨²nico aceptable en democracia es convertirlos en ciudadanos, sin que se les requieran otros derechos y deberes que los que se exigen a los nacionales de origen. ?sa, y no otra, es la ¨²nica forma de integrarlos.
Francesc de Carreras es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la UAB.
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