Inmigraci¨®n: la historia sigue
1. El coro de las maravillas de la globalizaci¨®n pierde su alegr¨ªa cuando se habla de circulaci¨®n de personas. Ante la inmigraci¨®n, los poetas del fin de la historia se callan. ?Por qu¨¦? Es siempre ¨²til preguntarse por lo inhibido, por aquello de lo que no se quiere hablar, por la preocupaci¨®n que se oculta detr¨¢s del entusiasmo o de la inquietud. Las fabulaciones sobre la globalizaci¨®n y los miedos ante la inmigraci¨®n son la expresi¨®n de un mismo temor, de un mismo tab¨²: el mundo occidental es la minor¨ªa rica de la humanidad, hay varios miles de millones de personas que nos contemplan desde la miseria. Una situaci¨®n as¨ª atemoriza porque se antoja insostenible. La globalizaci¨®n es la fantas¨ªa de que esta fractura se puede suturar, de que un d¨ªa todo ser¨¢ uno; el miedo ante la inmigraci¨®n es el temor a ser vistos, a ser reconocidos como ricos y a ser obligados a compartir nuestras riquezas. De ah¨ª la esquizofrenia dominante ante la emigraci¨®n: lo dicen las encuestas, crece la xenofobia, pero se siente compasi¨®n de los ilegales, de los que son devueltos por la fuerza a sus pa¨ªses; el mercado de trabajo pide mano de obra inmigrante, pero la ciudadan¨ªa quiere muestras de firmeza por parte de los gobernantes; se necesitan y se rechazan; la globalizaci¨®n es el mercado universal, dicen, pero se reconstruyen las fronteras.
Ante esta esquizofrenia, ?hay un discurso realista sobre la inmigraci¨®n? Reconocido el derecho a la inmigraci¨®n como principio, ?hay un modo de hacerlo compatible con la realidad sin intransigencias ni descarrilamientos? El punto de partida es evitar los discursos catastrofistas. 'No podemos albergar todo la miseria del mundo', dijo Michel Rocard hace ya algunos a?os. Y es verdad. Pero no es desde esta amenaza desde la que se debe plantear el debate, entre otras cosas porque dejar el propio lugar de cada uno no es nada f¨¢cil, porque llegar hasta aqu¨ª no se consigue sin grandes esfuerzos y porque s¨®lo unos pocos -generalmente los mejores- tienen el atrevimiento de intentarlo. Precisamente por esto los flujos funcionan mientras hay posibilidades reales de mejorar la posici¨®n respecto al origen. Sin necesidad de cupos -y es razonable establecerlos- tambi¨¦n habr¨ªa umbrales de saturaci¨®n. El miedo a la invasi¨®n es m¨¢s un efecto de la paranoia de minor¨ªa rica de Occidente que una amenaza objetiva.
Otro lugar com¨²n del discurso catastrofista es la destrucci¨®n de identidades. Cualquier dato sirve para alimentar las pesadillas. Raymond Aron hab¨ªa dicho que 'las tasas de crecimiento demogr¨¢fico son, a los dos lados del Mediterr¨¢neo, demasiado diferentes como para que estos pueblos de razas y religiones distintas puedan ser fracciones de una misma comunidad'. ?Qu¨¦ pasar¨¢, se pregunta a veces gente demasiado acelerada, en Catalu?a o en Andaluc¨ªa, dentro de veinte a?os, con las altas tasas demogr¨¢ficas de los magreb¨ªes? Los ge¨®grafos advierten de que las tasas demogr¨¢ficas no son un imperativo gen¨¦tico y que la urbanizaci¨®n las reduce dr¨¢sticamente. No hay mejor anticonceptivo que la ciudad, dice el profesor Tom¨¢s Vidal. De modo que los comportamientos tienden a converger. Lo que pasar¨ªa en una Catalu?a o en una Andaluc¨ªa con mucha poblaci¨®n magreb¨ª es que los inmigrantes pronto tendr¨ªan la misma tasa de crecimiento demogr¨¢fico que la poblaci¨®n aut¨®ctona.
Desmontar los alarmismos uno a uno es fundamental en la pedagog¨ªa democr¨¢tica para desautorizar al populismo xen¨®fobo. Y al mismo tiempo, la adaptaci¨®n a la inmigraci¨®n tiene que hacerse sabiendo que se deber¨¢n atravesar periodos turbulentos con atm¨®sferas cargadas. Por ejemplo, la irrupci¨®n de alg¨²n partido ultraderechista que tratara de pescar en los malestares de la ciudadan¨ªa y, probablemente, en una primera fase tendr¨¢ eco. Pero para evitar estos trances -que habr¨¢ que afrontar y superar- no hay que condicionar la pol¨ªtica y provocar el conflicto como est¨¢ haciendo irresponsablemente el Gobierno espa?ol.
Lo peor de todo es dinamitar los puentes, romper las v¨ªas de consenso, que es lo que ha hecho la Ley de Extranjer¨ªa.
2. Se discute a menudo sobre modelos de acogida: separaci¨®n o integraci¨®n. En realidad, lo que se trata de conseguir es un proceso de adaptaci¨®n. De los inmigrantes a un marco legal distinto del suyo, de los espa?oles a la presencia de inmigrantes, es decir, a una sociedad m¨¢s cosmopolita, que es uno de los d¨¦ficit que este pa¨ªs no tiene resueltos. El discurso multiculturalista se pierde entre la metaf¨ªsica de las diferencias y la fragmentaci¨®n cultural. No es el camino. Porque las diferencias no son ninguna realidad natural, sino hechos culturales surgidos en la interrelaci¨®n, y nuevas interrelaciones crean nuevas situaciones culturales. Y porque, al fin y al cabo, el multiculturalismo llevado al extremo es la separaci¨®n ¨¦tnica, los Balcanes ser¨ªan la realizaci¨®n ut¨®pica -es decir, que no deber¨ªa tener lugar en el mundo- de esta doctrina.
Por tanto, el criterio de adaptaci¨®n debe ser la ley. ?sta obliga por igual al inmigrante como al aut¨®ctono y a ella han de atenerse uno y otro. Lo dice, en entrevista de Jos¨¦ Mart¨ª G¨®mez en La Vanguardia, Joaquim Giol, un sacerdote implicado desde hace muchos a?os en la problem¨¢tica de la inmigraci¨®n: 'La legalidad del inmigrante no debe vincularse a la situaci¨®n laboral, sino al cumplimiento de un marco de derechos y obligaciones comunes'. Para que la adaptaci¨®n sea posible, el inmigrante ha de ser reconocido como ciudadano. ?C¨®mo puede adaptarse a una ley que no le reconoce? La ilegalidad es un efecto evidente de mala pol¨ªtica, que s¨®lo beneficia a mafiosos y traficantes. El reconocimiento como ciudadano del inmigrante hace que, a trav¨¦s de los mecanismos democr¨¢ticos, pueda intervenir tambi¨¦n en la formaci¨®n de la ley y en la vida pol¨ªtica activa, es decir, en el compromiso firme con la obligaci¨®n.
La doble moral, tan caracter¨ªstica de la tradici¨®n cat¨®lica, se deja notar en la relaci¨®n de los espa?oles con los inmigrantes. Por un lado, no produce grandes indignaciones que miles de personas est¨¦n explotadas en condiciones lamentables y salarios inferiores a las quinientas pesetas/hora. Pero, por otro lado, surge la compasi¨®n -como coartada compensatoria- cuando los inmigrantes se encierran en huelga de hambre u organizan una protesta. La nueva Ley de Extranjer¨ªa, al ampliar a cinco a?os el periodo de regulaci¨®n (anteriormente situado en dos) de los que est¨¢n trabajando en Espa?a no hace m¨¢s que favorecer las mafias: las de traficantes y las de los empresarios que presionan para tener trabajadores a disposici¨®n a cualquier hora y a cualquier precio. La nueva Ley de Extranjer¨ªa parte del principio de que no es aplicable en algunos de sus t¨¦rminos, por imposible o por riesgo demasiado grande de conflicto. As¨ª se empieza mal, porque se dificulta la aceptaci¨®n del principio de obligaci¨®n.
3. El president Pujol se preguntaba en un art¨ªculo reciente si los inmigrantes podr¨¢n sentirse espa?oles o catalanes: ?Por qu¨¦? ?Qu¨¦ falta hace? ?Qu¨¦ necesidad tienen de sentirse espa?oles o catalanes para vivir aqu¨ª? ?D¨®nde est¨¢ escrito que un catal¨¢n (o un espa?ol) que viva en Par¨ªs o en Buenos Aires tenga que sentirse franc¨¦s o argentino? Algo parecido escrib¨ªa recientemente Barenboim a prop¨®sito de los alemanes: no entienden que personas de otros pa¨ªses y culturas puedan venir a su pa¨ªs sin perder su propio patriotismo. Y, sin embargo, la idea herderiana de naci¨®n que Pujol y los alemanes pueden compartir deber¨ªa hacerles mucho m¨¢s sensibles al argumento de que cada cual lleva su patria puesta. Aunque s¨®lo sea como pura melancol¨ªa. Puede que sea uno de los efectos parad¨®jicos de la globalizaci¨®n: la facilidad para comunicarse con los pa¨ªses de origen puede crear patrias transterritoriales de car¨¢cter cultural. Basta ver en el Raval de Barcelona la cantidad de locutorios que han crecido como setas en los ¨²ltimos meses y que, por lo general, son de uso exclusivo de una sola comunidad. En un mundo tan interconectado habr¨¢ que seguir avanzando en la laicizaci¨®n de la vida p¨²blica y distinguir bien com¨²n e inter¨¦s general de cultura, patria e identidad. Habr¨¢ que andar con cuidado con la doctrina de los derechos culturales, tan de moda ¨²ltimamente. Poco habr¨ªamos avanzado si por este camino se introdujeran imperativos y coerciones mentales propias del pasado tiempo de las sociedades religiosas y org¨¢nicas.
Lo m¨¢s inadmisible en las pol¨ªticas de inmigraci¨®n es el cinismo. El cinismo del que cree especular con la ignorancia: como el Gobierno, cuando propone a los inmigrantes regresar a Ecuador para legalizarse y despu¨¦s volver a Espa?a. El cinismo del discurso vac¨ªo cuando se dice que la mejor manera de afrontar el problema es contribuir al desarrollo de los pa¨ªses de origen. Se hace dif¨ªcil creer que haya intenci¨®n real de actuar en esta l¨ªnea. En el coraz¨®n de ?frica hay diez pa¨ªses enrocados en una cruel guerra, sin ning¨²n s¨ªntoma de que acabe. ?Y qu¨¦ ha hecho Occidente? Armarlos.
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