Un trabajo demasiado duro
Al Mutanabbi, Mozart, Einstein, Leonardo da Vinci, Ibn Khaldun, Shakespeare. Hay una palabra que los define a todos: genio. Genio significa poseer dones apenas imaginables de invenci¨®n, de c¨®mputo, de percepci¨®n; dones que son infinitos en su riqueza, milagrosos, rayanos en lo divino, desde luego m¨¢s que humanos. Todos estos atributos est¨¢n relacionados con la rapidez, con la fuerza ciega, con una aplastante novedad y originalidad. Y tambi¨¦n tienen que ver con unas vidas que son tan misteriosas e inescrutables, tan fuera de lo com¨²n en cuanto a lo que nos revelan del poder de la genialidad, que cuando se aborda la biograf¨ªa completa con sus detalles cotidianos -los problemas conyugales, la mala dentadura y los dentistas granujas, los problemas econ¨®micos...- aparece un retrato decepcionante por su monoton¨ªa. Mozart era un cortesano adulador y un marido celoso. Einstein, un mediocre violinista aficionado y un profesor poco estimulante. Incluso a Goethe, cuyos dones abarcaban una gama universal, desde la ciencia hasta la poes¨ªa, no pareci¨® importarle permanecer durante 50 a?os en un aburrido empleo administrativo en el peque?o Estado de Weimar. La disparidad que existe entre el genio puro y la vida cotidiana es tan grande que los formidables logros del primero se ven impresionantemente subrayados por la banalidad de la segunda.
Aun as¨ª, los logros de los genios tienen una capacidad de supervivencia milenaria. Al mismo tiempo desaf¨ªan cualquier intento de explicarlos, a pesar de que necesitamos una idea general del genio para imaginar unos atributos sobrehumanos. Y es que lo esencial de las obras de los genios es que ocultan o eliminan todo rastro del trabajo que supusieron. En vez de intentar seguir la pista del monumental esfuerzo empleado en realizar la obra, se lo atribuimos todo al 'genio', como si el genio fuera una varita m¨¢gica o una f¨®rmula qu¨ªmica secreta. El Muqadimah es una obra tan abrumadora, o tan admirable por su poder, que preferimos hablar de 'genio' que analizarla desde la perspectiva de las horas y horas de trabajo necesarias para producirla.
Esta idea un tanto perezosa del genio como algo tan concluyente como fuera de la normal comprensi¨®n, venera, idealiza de forma rom¨¢ntica y oscurece lo que deber¨ªa estudiarse para provecho de todos: el hecho de que el genio es m¨¢s una excepcional devoci¨®n por el trabajo, la paciencia, el avanzar lentamente en un problema o en una tarea, que la posesi¨®n un rayo devastador de inspiraci¨®n divina. No hay forma de hacerlo sin la inspiraci¨®n, por supuesto. Pero ¨¦sta es menos importante que lo que el genio hace con ella mediante un trabajo exhaustivo y una atenci¨®n obsesiva a los detalles durante a?os y a?os. La paciencia es una virtud tan importante como la inventiva, puede que incluso m¨¢s.
Todos los genios trabajan duro, aunque no todos los que sudan son genios. Entre las cualidades que tiene el genio se encuentra un algo de elegancia e inevitabilidad incomparables, que dejan a uno sin respiraci¨®n. Se suele decir que la soluci¨®n a un dif¨ªcil problema matem¨¢tico es elegante cuando ha sido un genio quien la ha obtenido, e incluso las dif¨ªciles composiciones musicales de Pierre Boulez son poderosamente bellas. En la obra del genio se da una mezcla ¨²nica de complejidad y simplicidad, como en el Ulises de Joyce, una historia de familia abiertamente banal, que se eleva, como la Odisea de Homero o el Edipo de S¨®focles, hasta la complejidad m¨¢s trascendente. Pero todos esos dones se tienen que manifestar por medio de un trabajo muy arduo, de la realizaci¨®n de una tarea que exige una concentraci¨®n sin par y una atenci¨®n obsesiva. 'Tengo un aspecto tan cansado', dijo una vez Oscar Wilde, 'porque me he pasado toda la ma?ana poniendo una coma y toda la tarde quit¨¢ndola'.
Los m¨¢s claros ejemplos de este aspecto del genio que se tiende a pasar por alto est¨¢n en la m¨²sica. Johann Sebastian Bach, probablemente la m¨¢s excelsa figura de toda la historia de la m¨²sica cl¨¢sica occidental, ten¨ªa una asombrosa capacidad para extraer de un tema o una melod¨ªa lo que nadie era capaz de extraer. Esto no significa en absoluto que fuera el mejor melodista de su ¨¦poca, ni siquiera el profesional m¨¢s perfecto a la hora de escribir las partes para el ¨®rgano, la voz o el viol¨ªn. Quiere decir, como ya observaron sus contempor¨¢neos, que pose¨ªa una capacidad sorprendente para la invenci¨®n, que en su significado original en lat¨ªn (inventio) significa 'volver a encontrar', para extraer de un retazo dado de melod¨ªa todas las posibles permutaciones y combinaciones en funci¨®n de la armon¨ªa, la melod¨ªa, el contrapunto y el ritmo. Esto es un trabajo muy duro, tanto que un compositor medio no se habr¨ªa molestado en realizarlo. Bach, sin embargo, era capaz de sentarse y elaborar una y otra vez un pu?ado de notas hasta que emerg¨ªa una gigantesca composici¨®n all¨ª donde originalmente no hab¨ªa m¨¢s que una peque?a canci¨®n. Lo podemos escuchar en el gran Preludio y fuga para ¨®rgano de Santa Ana, una composici¨®n monumental de 30 minutos construida a partir de las siete primeras notas de un himno luterano. La melod¨ªa no era de Bach, pero su paciente elaboraci¨®n (que es como si alguien utilizara un anodino trozo de cuerda para crear docenas de perfiles distintos) la transforma completamente, crea o m¨¢s bien recrea la obra.
O tambi¨¦n est¨¢ Beethoven, sin duda el m¨¢s laborioso de todos los genios musicales, el que trabaj¨® m¨¢s y dedic¨® m¨¢s tiempo a sus obras. Desde su muerte, en 1827, los estudiosos y m¨²sicos se han volcado sobre los apuntes de sus composiciones con mucho inter¨¦s y emoci¨®n. Esos peque?os cuadernos musicales que llevaba con ¨¦l, y en los que tomaba notas cuando paseaba o se sentaba a comer, dan testimonio de la ilimitada capacidad de transpirar de un hombre de una energ¨ªa terrible, de alguien que trabajaba sobre fragmentos sencillos de m¨²sica, a menudo hermosos, pero rara vez excepcionales, y los transformaba en procesos que llevaban consigo esfuerzo, intensidad, lucha. Un peque?o vals del compositor menor Diabelli evoluciona hasta convertirse en 33 variaciones de incre¨ªble variedad y complejidad, cada una de las cuales da testimonio de que Beethoven no estaba dispuesto a dejar de trabajar en aquella cosa insignificante, de la que ¨¦l exprime hasta la ¨²ltima gota de posible variaci¨®n, hasta que no est¨¦ completamente transfigurada. La palabra que mejor define esto es elaboraci¨®n, ya que tambi¨¦n, en su forma latina original, cuenta perfectamente la historia de la transpiraci¨®n y la inspiraci¨®n: e-laborare, calcular, extraer y arrastrar por medio del trabajo. En otras palabras, un gran gasto de tiempo y de esfuerzo que de alg¨²n modo extra?o tiene poco que ver con aquello de lo que partieron Beethoven o Bach. Es algo que transforma completamente la peque?a chispa original en un horno abrasador cuyas llamas dejan fuera todo lo dem¨¢s. Y ello es as¨ª ¨²nicamente porque el genio se toma todo el tiempo necesario para criar pacientemente la gran estructura y darle vida.
Sin embargo, no siempre suce-de que el genio tenga tiempo para escribir y volver a escribir hasta que la obra sea perfecta. Walter Scott y Dickens, por ejemplo, simplemente escrib¨ªan todo el tiempo: novelas, cuentos, periodismo, teatro, historias, folletos. La pura actividad, la aparentemente incesante necesidad de producir a un nivel tan alto de calidad, tambi¨¦n define al genio. Esto es evidentemente cierto en el caso de Naguib Mahfouz. O en el de Rembrandt o Picasso, cuyos esbozos, modelos, revisiones y repeticiones le llenan a uno de admiraci¨®n frente a esa capacidad, nunca escatimada, de ser prol¨ªfico, exorbitante, inhumanamente expansivo.
Dios est¨¢ en los detalles, dijo Spinoza. Una capacidad infinita para tomarse molestias. Lo que no es precisamente un trabajo pesado: no se trata de trabajar como un esclavo o de quedarse hasta tarde en la oficina. Lo que impresiona de los grandes logros del genio es que su don incluye saber cu¨¢nto trabajo es necesario y cu¨¢ndo hay que parar. Nunca sabremos la cantidad de libros, composiciones musicales, teoremas, bocetos y modelos fueron elaborados para luego ser descartados, aunque yo creo que es cierto que la voluntad del genio de emplear una enorme cantidad de esfuerzo est¨¢ generalmente ligada tanto a un extraordinario don para saber con anticipaci¨®n cu¨¢nto esfuerzo ser¨¢ necesario como para saber tambi¨¦n cu¨¢ndo ya no es necesario. Es como si existiera un perfil previo de la obra en la mente del creador, y que s¨®lo se pudiera hacer realidad por medio de un trabajo intensivo de elaboraci¨®n que no permite atajos ni componendas. La estatua de Rodin Los burgueses de Calais parece estar all¨ª en todas sus versiones anteriores, como si s¨®lo necesitara ese peque?o toque final para alcanzar su claridad definitiva. La estatua ecuestre de Luis XIV de Bernini y su magn¨ªfica Verdad son el resultado previamente imaginado de muchas pruebas y modelos. El genio puede necesitar trabajar laboriosamente, pero su trabajo no es en absoluto como el de S¨ªsifo, subiendo una y otra vez la roca colina arriba para que vuelva a rodar antes de alcanzar la cumbre. El genio es productivo. Lo que resulta m¨¢s conmovedor en Marcel Proust es su retirada del mundo para completar su gran novela, para vivir en soledad y silencio, y llegando incluso a utilizar literalmente su ¨²ltimo aliento para corregir, a?adir y tachar palabras en las pruebas de imprenta. S¨®lo la muerte parece haber detenido sus prodigiosas fatigas.
As¨ª pues, en lugar de pensar en el genio como en el triunfo de la voluntad divina sobre el destino y los dones de la mayor¨ªa, deber¨ªamos ser m¨¢s precisos y verlo como un esfuerzo pat¨¦tico y eterno para conseguir que la obra est¨¦ bien, dejando siempre lugar a la persistente duda de que nunca logre estar bien, de que nunca se consiga, de que al final se fracase. Esto es tan cierto con un genio inquieto y moderno como Bertrand Russell, fil¨®sofo, matem¨¢tico, visionario y rebelde peripat¨¦tico, como lo era con Beethoven. Conozco dos prodigios contempor¨¢neos, Daniel Barenboim, un m¨²sico sorprendentemente dotado, y el brillante ling¨¹ista y fil¨®sofo Noam Chomsky: no podr¨ªan ser m¨¢s distintos en cuanto a sus dones y, sin embargo, la caracter¨ªstica de sus carreras es su inagotable capacidad para el trabajo, pr¨¢cticamente imparable. El poeta ingl¨¦s Alexander Pope dijo con cierta frivolidad que la locura es la 'fiel aliada' del genio. Pero se podr¨ªa utilizar un razonamiento igualmente fuerte, pero quiz¨¢ mejor, defini¨¦ndole como un condenado a trabajos forzados, una especie de presidiario que tiene que volver una y otra vez al banco de trabajo, al estudio, al escritorio, para intentar terminar una obra cuya primera inspiraci¨®n se aleja cada vez m¨¢s y exige un intento casi desesperado para conferirle realidad y permanencia. S¨®lo se llega a ese punto tras mucha incertidumbre y un esfuerzo incesante: a lo largo del camino, la duda corroe la confianza, amenazando con minar completamente la obra. Los productos del genio son precarios, sus resultados no est¨¢n garantizados en absoluto y, desgraciadamente, se derivan de un esfuerzo a menudo ingrato. Ser un genio es un trabajo excesivo para la mayor¨ªa de la gente.
Edward W. Said es profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia (Nueva York) y cr¨ªtico musical.
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