P¨¢jaro que ensucia su propio nido
El autor se define como un 'p¨¢jaro que ensucia su propio nido' en este texto. Se trata del ep¨ªlogo de su pr¨®ximo libro, que lleva el mismo t¨ªtulo, y que ayer ley¨® en la sede del C¨ªrculo de Lectores de Madrid. Goytisolo se siente 'ajeno a grupos de intereses, estamentos y bandas'
En varias ocasiones, con motivo de una conferencia o lectura p¨²blica, alg¨²n asistente me formula una pregunta: ?qu¨¦ lugar ocupa usted en la actual literatura espa?ola? Tras muchos apuros y un lamentable desconcierto, di al fin un d¨ªa con la respuesta: ninguno. Como dijo el poeta Edmond Jab¨¨s, mi lugar es una ausencia de lugar o, por mejor decir, un no lugar.
Nacido en Barcelona, no me expreso en catal¨¢n. Tampoco soy vasco, no obstante mi apellido. Si bien escribo y publico en castellano, no vivo desde hace d¨¦cadas en la Pen¨ªnsula y me sit¨²o al margen del escalaf¨®n. Por ello me etiquetaron primero como afrancesado, aunque s¨®lo he redactado en franc¨¦s un pu?ado de art¨ªculos. Ahora me llaman muy cort¨¦smente moro, por el hecho de dominar el dialecto ¨¢rabe de Marruecos y haberme afincado en Marraquech. Ni nuestros entom¨®logos universitarios, con sus rutinarias clasificaciones, ni nuestros cr¨ªticos literarios, tan propensos a la vacuidad y redundancia, alcanzan a incluirme en el comod¨ªn de una generaci¨®n; la que ellos denominan del 'medio siglo', por m¨¢s que coincida cronol¨®gicamente con los agavillados en ella. Mi experiencia personal y literaria es radicalmente distinta, y, por consiguiente, mi obra, tambi¨¦n. Si form¨¦ parte de aquel grupo en mi juventud, dej¨¦ de pertenecer a ¨¦l a partir de Don Juli¨¢n.
Atento a la norma de escribir sobre lo poco que s¨¦, restrinjo el ¨¢mbito de mis intervenciones
El reclamo generacional obedece a estrategias de promoci¨®n juvenil o de pereza intelectual. A nadie de buen seso se le ocurrir¨ªa considerar a san Juan de la Cruz como un destacado poeta de la generaci¨®n de 1575 o a G¨®ngora de la de 1590. Si va a decir verdad, todo creador de fuste es irreductible a esquemas geogr¨¢ficos, tem¨¢ticos, ideol¨®gicos, etc¨¦tera. La literatura, como la lengua, es m¨®vil, mutante, bastarda: nadie puede canalizarla por mucho que se esfuerce la Academia.
Mi singladura del espacio pol¨ªtico y ¨¦tico es tambi¨¦n solitaria. Prefiero equivocarme por mi cuenta a tener raz¨®n por consigna. Si inmerecidamente recibo alg¨²n lauro u honor, me inquieto y dudo de m¨ª mismo; si me declaran persona non grata, como ha ocurrido ya dos veces a lo largo de mi vida, s¨¦ que tengo raz¨®n. A mediados de los sesenta, me alej¨¦ sin rencor de mis compa?eros marxistas, pero Marx sigue siendo uno de mis autores de referencia. Abrazo desde entonces causas sociales, ¨¦ticas o pol¨ªticas que no atraen a nadie o casi nadie en raz¨®n de su escasa rentabilidad. Como los gitanos y los inmigrantes no votan, la defensa de sus derechos no moviliza a nuestras plumas.
Atento a la norma de escribir sobre lo poco que s¨¦, y no sobre lo mucho que no s¨¦, restrinjo el ¨¢mbito de mis intervenciones p¨²blicas. Por mi experiencia del racismo y xenofobia en Francia y otros pa¨ªses de la Uni¨®n Europea, detect¨¦ los primeros s¨ªntomas de su reaparici¨®n en la homog¨¦nea y compacta sociedad hispana cuando Espa?a ces¨® de ser un pa¨ªs desdichado y pobre, desangrado por sucesivas oleadas de inmigraci¨®n econ¨®micas y pol¨ªticas, para transformarse en otro -im¨¢n de inmigrantes- habitado por esos nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos que aborrecen al moro y desprecian al sudaca. As¨ª, me he ganado a pulso, como en tiempos del franquismo, la triste reputaci¨®n de un revoltoso ejemplar de p¨¢jaro que ensucia su propio nido. Guiado por mis simpat¨ªas y estudios de autodidacta, fui tres veces a Sarajevo durante el asedio; a una Argelia desgarrada, como Colombia, por los grupos isl¨¢micos radicales y las milicias patri¨®ticas en una guerra despiadada contra los civiles indefensos; a Chechenia, en su pen¨²ltima destrucci¨®n por los zares de anta?o y de hoy d¨ªa. Pues el p¨¢jaro que ensucia su propio nido no se recata y enmugrece tambi¨¦n algunos ajenos. Soy as¨ª un p¨¢jaro aguafiestas en todas las acepciones del t¨¦rmino; ajeno a grupos de intereses, estamentos y bandas, preocupado tan s¨®lo por afinar el canto. Pero, como se?al¨® el poeta Joseph Brodsky en su pr¨®logo a la obra del gran Osip Mandelstam, 'cuanto m¨¢s clara es una voz, m¨¢s disonante suena. No hay coro a quien le guste y su aislamiento est¨¦tico adquiere dimensiones f¨ªsicas'.
?Quiere decir todo eso que no tengo ra¨ªz alguna y floto en el espacio como un globo o colgado de un hilo como una planta aer¨ªcola? Nada m¨¢s lejos de la verdad. El escritor que concibe su obra como una aventura y a la vez como una tarea de sostenido empe?o intentar¨¢ que su creaci¨®n conjugue una experiencia vital ¨²nica y un saber literario profundo y vasto. La busca y hallazgo de antepasados con los que forjar¨¢ su propio ¨¢rbol, de esa genealog¨ªa de autores cuya existencia prolonga y vivifica, le mostrar¨¢ sus afinidades secretas con otros escritores abiertos tambi¨¦n a una multiplicidad de culturas y lenguas, tanto a la tradici¨®n oral en la que bebieron nuestros antepasados antes de la invenci¨®n de la imprenta como a lo que com¨²nmente se juzga alta literatura. 'El m¨¢s hermoso jard¨ªn', leemos en Las mil y una noches, 'es un armario lleno de libros'. Y ese jard¨ªn de ¨¢rboles de todas las especies, hierbas, plantas y helechos arborescentes abarcar¨¢, como nos ense?¨® Cervantes, el grato y bien sombreado bosque de la escritura. En el espacio p¨²blico de la gran plaza de Marraquech, declarado por la Unesco Patrimonio Oral de la Humanidad, he aprendido a escuchar las leyendas, poemas y cr¨®nicas de las tradiciones que convergen en ella y que probablemente no difieren mucho de las conservadas por los 'tesoros humanos vivos' de las comunidades ind¨ªgenas de M¨¦xico y de toda Iberoam¨¦rica: un patrimonio fr¨¢gil y gravemente amenazado por la modernidad desaforada en la que vivimos. Y junto a esas fuentes vivas, procuro internarme y perderme tambi¨¦n en la biblioteca de Babel cervantina y borgiana, en el fascinador jard¨ªn de los senderos que se bifurcan. Mi curiosidad por las literaturas de Oriente y Occidente, por los cruces, injertos, polinizaciones que se producen fuera de los cotos del saber programado y de las aproximaciones eruditas -reductivas y est¨¦riles- a nuestros cl¨¢sicos, me ha arrimado a escritores del pasado cuya lectura es una aventura, porque su escritura tambi¨¦n lo fue. Hablo de estos autores sin los cuales la literatura en lengua espa?ola no existir¨ªa o ser¨ªa trunca y distinta: de Juan Ruiz, de Fernando de Rojas, Delicado, san Juan de la Cruz, Cervantes, Quevedo, G¨®ngora... y tambi¨¦n de los que componen el acervo universal, ya sea griego o latino, iran¨ª o ¨¢rabe. Sin olvidar a quienes descubrieron en el Quijote el f¨¦rtil territorio de la duda y de las posibilidades de juego de la novela: los Sterne, Diderot, Flaubert, toda esa tradici¨®n de 'la Mancha' -y de Las mil y una noches- evocada por Carlos Fuentes en un luminoso ensayo. De este modo, las coordenadas de un escritor como yo se revelan afines a las de los creadores en nuestra lengua que cervantean, gongorizan y celestinean. La voz aislada descubre a otras que tambi¨¦n resuenan en soledad y no se integran en ning¨²n coro. Son las de las excepciones a la regla normalizadora, que conectan la 'moderna intensidad' de la que habla Antonio Saura con un conocimiento de los autores medievales que, libres de toda directiva de academia o de escuela, escrib¨ªan obras de perturbadora audacia est¨¦tica y moral que los lectores de hoy sentimos contempor¨¢neas nuestras.
Mientras es f¨¢cil apandillar a los segundones en una determinada corriente novelesca sin la cual su obra no existir¨ªa -qu¨ªtenme ustedes a Faulkner, a Rulfo, a Garc¨ªa M¨¢rquez o a Manuel Puig (escojo deliberadamente a autores muy dis¨ªmiles) y centenares de astros que parecen brillar con luz propia se extinguir¨ªan-, el cantor solitario se inspira en cuanto le rodea y no encaja en corriente alguna. Su avidez omn¨ªvora le incita a entrar a saco en la biblioteca de Babel; a beber en las fuentes primitivas, cl¨¢sicas y modernas; a defender el texto literario frente al producto editorial; a contagiarse del inter¨¦s de Picasso por Vel¨¢zquez y el arte africano; a buscar esa inocencia y fulgor que transforme a los frescos murales de Ab¨² Simbel y Luxor en obras de Giacometti. El artista solitario es siempre fronterizo, transita entre culturas y lenguas, es coet¨¢neo de poetas antiguos y medievales, vive en acron¨ªa perpetua. Puesto que la mirada de los dem¨¢s forma parte del conocimiento global de nosotros mismos, procurar¨¢ mirar y verse reflejado desde la periferia, aunar la intimidad y la distancia, huir de todo esencialismo identitario, interrogar a los espacios culturales extra?os y ponerse a s¨ª mismo en tela de juicio. Toda obra nueva deber¨ªa ser un salto al vac¨ªo, imprevisible y aleatorio. La de un acr¨®bata sin red, y no, como dijo burlonamente Genet, de un conductor de autob¨²s con trayecto fijo. A quienes le reprochan mirar afuera y atr¨¢s, su atracci¨®n singular por gran n¨²mero de culturas y lenguas, el artista solitario responder¨¢ modesta, pero firmemente, que calar en el pasado es la mejor forma de discernir el futuro. El gran Bajt¨ªn expres¨® mejor que nadie esa atemporalidad -que ¨¦l llama 'temporalidad m¨¢s vasta'- en unos t¨¦rminos que quisiera reproducir in extenso:
'Una obra no puede vivir en los siglos venideros si no se alimenta de los siglos pasados. Si hubiera nacido exclusivamente en el ahora, si no prolongara el pasado y no se hallara ligada de modo consustancial a ¨¦ste, no podr¨ªa vivir en el futuro. Cuanto pertenece tan s¨®lo al presente muere con ¨¦l...'.
Tras lo cual, en una observaci¨®n destinada a los portavoces del nacionalismo castizo, de la pureza ideol¨®gica y, a la postre, del burdo ensimismamiento, agrega:
'El significado [de una cultura] se revela en su plenitud gracias al encuentro y contacto con otro ajeno a ¨¦l: entre ambos se entabla un di¨¢logo que rebasa el ¨¢mbito cerrado y un¨ªvoco, tanto del significado como de la cultura tomados aisladamente. Formulamos a una cultura extranjera preguntas nuevas, de una ¨ªndole que ¨¦sta no se plantear¨ªa a solas. Buscamos en ella respuestas a preguntas que son nuestras...'.
La riqueza art¨ªstica y literaria de Iberoam¨¦rica obedece a este intercambio fecundo de miradas e interrogantes, a esta mezcla admirable del mudejarismo y el barroco peninsulares y de un arte ind¨ªgena de sorprendente inventiva. Mirar afuera y asimilar las creaciones ajenas al servicio de un proyecto nuevo y cualitativamente distinto son manifestaciones de la vitalidad y lozan¨ªa del arte y la literatura de un pa¨ªs, en los ant¨ªpodas del ombliguismo y de las supuestas esencias perennes e inmarchitas. Como no me canso de repetir, una cultura es a fin de cuentas la suma total de las influencias que ha recibido a lo largo de los siglos.
Me excusar¨¢n si me expreso ahora con cierta melancol¨ªa: los p¨¢jaros que se esfuerzan en cantar claro, fuera del coro de los que G¨¹nter Grass llama 'palomos amaestrados', y que, para colmo, ensucian su propio nido (aunque, dicho esto entre par¨¦ntesis, la realidad sea muy otra, ya que es el nido el que apesta y ellos quienes se esfuerzan, al rev¨¦s, en orearlo), son una especie amenazada y sin protecci¨®n. La trivialidad que nos invade, la omnipotencia y ubicuidad de la imagen y de los medios de comunicaci¨®n de masas cuya censura comercial resulta m¨¢s eficaz y mort¨ªfera que la vieja censura ideol¨®gica, religiosa o pol¨ªtica, imponen el producto editorial frente al texto literario, promueven valores ef¨ªmeros pero rentables, agitan las aguas que salpican a quienes mantienen a¨²n los ojos abiertos y ensordecen a todos con su griter¨ªo.
Se me dir¨¢ que esto ha acaecido siempre y que los lectores de Joyce o de Kafka han sido, son y ser¨¢n minoritarios respecto a los de Cor¨ªn Tellado o Tom Clancy. Pero la perspectiva actual es peor: los heraldos del 'fatalismo risue?o' que denunciaba Octavio Paz han cambiado de bando y ensalzan ahora las leyes inexorables del cruel dios Mercado, que condenan a las catacumbas a quienes no se pliegan a la seudoest¨¦tica del sistema y a su chato conformismo moral y pol¨ªtico. Si la tendencia actual se acent¨²a, estos espec¨ªmenes de rara avis se convertir¨¢n muy a pesar suyo en una nueva muestra de los 'tesoros humanos vivos' catalogados por la Unesco, como los que preservan las tradiciones ind¨ªgenas de M¨¦xico, Centroam¨¦rica, Per¨², Bolivia o de la plaza de Xem¨¢a el Fn¨¢. ?Pesimismo excesivo? Confiamos en que sea as¨ª, pues la cultura sobrevive a menudo a los cataclismos m¨¢s destructores y busca y encuentra en tiempos de crisis sus propias respuestas. La imaginaci¨®n opuesta a todo dogmatismo y el conocimiento de la historia y sus ciclos nos permiten abrigar alguna esperanza. No quisiera que, para garantizar su supervivencia, los p¨¢jaros aguafiestas fueran declarados especie protegida. No me gustan los cotos aunque odie la caza. La cultura, si se muse¨ªza, pierde su levadura y est¨ªmulo: no muere, pero permanece en hibernaci¨®n a la espera del dios que le inyecte nueva vitalidad y dinamismo.
Me agradar¨ªa extenderme en Cervantes y su impronta en la literatura de mi siglo merced a la lectura aguijadora y sin anteojeras de Borges y Am¨¦rico Castro: en su presencia impl¨ªcita en la estructuraci¨®n de novelas como Terra nostra, Tres tristes tigres o las de quienes cervanteamos a sabiendas o sin saberlo. Pero me detendr¨¦ en la tradici¨®n que enhebra las diferentes versiones de Las mil y una noches hasta entretejer el texto m¨¢s o menos fiable que conocemos.
Como es com¨²nmente aceptado, gran parte de los poemas ¨¦picos, leyendas y cuentos que fundan las literaturas de todo el mundo se transmitieron durante siglos por boca de bardos y juglares en los mercados y zocos hind¨²es, europeos y ¨¢rabes. No cabe duda de que el Cantar de Myo Cid y el Libro de buen amor se inspiraron en textos y poemas de muy diverso origen, y que, una vez compuestos en una forma aproximada a la que tenemos acceso (el Libro del Arcipreste sufri¨® la poda de algunos pasajes supuestamente obscenos por nuestros irredimibles eclesi¨¢sticos), fueron recitados con m¨ªmica y gestos en los espacios p¨²blicos en donde se congregaba el pueblo. Pues si la literatura escrita procede ab initio de la tradici¨®n oral, ¨¦sta se enriquece a su vez con aqu¨¦lla. El canje opera como entre dos vasos comunicantes. Men¨¦ndez Pidal y Matthew Arnold estudiaron hace ya medio siglo el tema y nos han transmitido algunas reflexiones dignas de tomarse en cuenta.
En m¨¢s de una ocasi¨®n he se?alado que la lectura ideal de un sector minoritario, pero enjundioso y significativo, de la novela del siglo XX ser¨ªa una audici¨®n por boca de su autor: una lectura en voz alta. La prosodia, el ritmo, el ¨¦nfasis, desempe?an as¨ª, como antes de Gutenberg, un papel importante. Sin ¨¢nimo de agotar la lista de los incluidos en este apartado, mencionar¨¦ los nombres de Joyce, C¨¦line, Carlo Emilio Gadda, Arno Schmidt o Guimar?es Rosa, por citar tan s¨®lo a los ya fallecidos. La mayor parte de mis novelas, de Don Juli¨¢n para ac¨¢, se inscriben en dicha corriente. Pero lo que me interesa ahora es mostrar la vigencia del sistema de los vasos comunicantes con un ejemplo que me concierne.
Seg¨²n una vieja tradici¨®n marroqu¨ª, los campesinos bereberes consideran a las cig¨¹e?as como seres humanos que, a fin de viajar y conocer otros mundos, adoptan temporalmente su forma y, de regreso al pa¨ªs, recobran su condici¨®n primigenia. Dicha leyenda inspir¨® el relato de uno de los narradores (en este caso, una narradora) del C¨ªrculo de Lectores de la novela Las semanas del jard¨ªn: 'Los hombres-cig¨¹e?a'. El cuento entreteje la f¨¢bula y una acuciante realidad en la que no s¨®lo las cig¨¹e?as, sino tambi¨¦n los seres humanos, emigran de ?frica a la Fortaleza Europea, con la diferencia de que mientras las primeras lo hacen sin trabas, los segundos arriesgan la vida y perecen a menudo en el intento. La novela fue traducida al ¨¢rabe cl¨¢sico y un d¨ªa uno de los mejores cuentistas de Xem¨¢a el Fn¨¢ solicit¨® mi permiso para adaptar el relato al dialecto marrakch¨ª, con objeto de interpretarlo en la Plaza. In¨²til decirles que su petici¨®n me colm¨® de dicha: la leyenda oral hab¨ªa pasado a la literatura escrita y, tras varios trasvases, volv¨ªa, transmutada, a sus ra¨ªces. Ning¨²n premio ni recompensa, por altos y prestigiosos que fueran, podr¨ªan procurarme tal alegr¨ªa. El engarce con la oralidad existente en el mundo durante docenas de miles de a?os -un lapso inconmensurablemente mayor que el de la escritura- me integraba en el ciclo de los pr¨¦stamos y permutas. Mi mirada hacia atr¨¢s, me proyectaba adelante. Hab¨ªa cumplido con mi humilde papel de eslab¨®n. La biblioteca, el jard¨ªn de la biblioteca, me devolv¨ªa a los or¨ªgenes: al n¨²cleo seminal, al flujo incesante de la vida.
Juan Goytisolo, escritor, es presidente del jurado internacional de la Unesco sobre el Patrimonio Oral de la Humanidad.
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