Sexo, vecinos y cintas de v¨ªdeo
Cuando la prostituci¨®n llama al timbre y sube las escaleras
ilbao, Bilbao, tomates, mil rayas, Atxuri tus mujeres, Somera, La Palanca y el Arenal', satirizaba la gente de Karraka en aquel m¨ªtico musical de los 80, donde las putas ense?aban la pantorrilla subidas a un taburete, mientras mascaban chicle y hac¨ªan calceta. Era un Bilbao a¨²n cercano a la poes¨ªa de Blas de Otero, 'ciudad de curas y putas', en que las mujeres tristes y pintadas miraban a las carteras en la calle del pecado, cuando pecar todav¨ªa era posible, mientras maldec¨ªan los hombres en los barrios altos y abajo rezaban los presidentes del Consejo.
Hoy apenas quedan curas, pero los barrios altos siguen m¨¢s cerca del infierno que del cielo y casi han dejado de verse por all¨ª aquellas hembras despensa , bien surtidas, con un escapulario de la Virgen del Carmen asom¨¢ndoles en el generoso escote, a las que mayormente hab¨ªa seducido, deshonrado, embarazado, violado y abandonado el se?orito canalla de su pueblo, aboc¨¢ndolas a la mala vida.
'El barrio' empez¨® a languidecer el d¨ªa que se abri¨® el primer club para se?oritas en el centro de la ciudad. Entonces cay¨® en manos de los traficantes y el asunto del fornicio dej¨® de ser competencia exclusiva de chulos, polic¨ªas, hampones, pensiones de mala muerte, vecinos olvidados y proletarias del amor con el pre?ado oculto en la faja para pasar a formar parte de un conflicto municipal que terminar¨ªa incluyendo en la lista a concejales, 'empresarios del sector', chicas inmigrantes sin y con papeles, tribunales, abogados y ciudadanos residentes dispuestos a que el alcalde impidiera la recreaci¨®n en su escalera, y a escasos metros de la casa consistorial del Sal¨®n Kitty.
Hasta entonces se admit¨ªa que la salud moral de una ciudad pod¨ªa sustentarse en la insalubridad de la prostituci¨®n tolerada en la periferia de La Palanca, muy cerca del extinto Dispensario Municipal de Higiene, donde la gonorrea pod¨ªa ser tan frecuente como el catarro com¨²n, donde el traj¨ªn de solitarios y mirones, de travestis escandalosos, de vendedores nocturnos de loter¨ªa, de camellos, de taxis haciendo la noria, llevando y trayendo paquetes de pardillos, de neones fluorescentes de color rosa, de olores a perfume barato y alcantarilla, de tascas abiertas hasta el amanecer, de peleas, blasfemias y bocinas, le daban cierto aire entre clandestino, libertino, castizo y de bajo fondo de serie B, hasta que todo se fue al carajo y la coyunda se traslad¨® al coraz¨®n de la ciudad, dejando a las buenas gentes del lugar solas ante el peligro.
En ese momento, los macarras tradicionales, que sol¨ªan hacer corro en las esquinas discutiendo de f¨²tbol, exhibiendo el R¨®lex y control¨¢ndolo todo a distancia, con un palillo en la boca y un medall¨®n de oro en el pecho de toro, fueron paulatinamente barridos por la nueva est¨¦tica de los modernos encargados con sus trajes de Adolfo Dom¨ªnguez. tipo Corrupci¨®n en Miami y su m¨®vil de ¨²ltima generaci¨®n.
Ahora, en la actual ubicaci¨®n de los burdeles , pr¨®ximos a Gucci y a Zara, habitualmente recibe un karateka con todas las sesiones de gimnasio estall¨¢ndole en las costuras de la chaqueta. Dentro, todo va bien. Las chicas, que cada d¨ªa mueren a las cinco de la madrugada para resucitar a las cuatro de la tarde, llevan el disfraz del erotismo consumista y su vagina es como una caja registradora que viene a dar en lo que se llama facturaci¨®n, elemento que cuadra el balance de unos industriales con asesor fiscal y abogado en n¨®mina. Si algo va mal, si hay problemas con la competencia siempre se puede repetir aquello de Marlon Brando en El Padrino: 'Le hice una oferta que no pudo rechazar'. En caso contrario puede ocurrir lo que le pas¨® a Luis Lasterra, un pionero en este trasiego de carne del Tercer Mundo, uno de los empresarios m¨¢s conocidos del sector, bilba¨ªno elegante, culto y cordial.
Una ma?ana lleg¨® un tipo a su casa a la misma hora que llama el cartero. Toc¨® el timbre y cuando Lasterra abri¨®, el desconocido le dej¨® el recado en plena cara: un tiro a bocajarro. Estas cosas pasan. Son gajes del oficio. Antes, el gremio las resolv¨ªa tirando de faca o con los nudillos de hierro estallando en un ment¨®n, pero desde que se civiliz¨® el negocio, los m¨¦todos de resoluci¨®n de conflictos tambi¨¦n han cambiado. Recuerdo la ¨²ltima vez que habl¨¦ con Lasterra. Hab¨ªamos concertado una entrevista para tratar en televisi¨®n el caso de una prostituta brasile?a, muerta de tuberculosis en el Hospital de Basurto, y Osakidetza trataba de alertar a sus posibles clientes del foco infeccioso. Fue en el Belle Epoque, un nombre evocador para un club sutil cercano a los cines Ideales, muy lejos de la estridencia demasiado evidente del Ven y Ven o El Palanca 34, garitos emblem¨¢ticos del barrio chino.
'?ste es un negocio respetable, que tenemos que hacer respetar', me dijo entonces. Hoy, mientras los letrados de los clubes de alterne dirimen sus contenciosos con los vecinos en los tribunales, ¨¦l trata de recuperarse de un intento de homicidio.
Todo ha cambiado. Las viejas pensiones de Cortes, con su camastro, toalla y lavabo, han sido sustituidas en los ¨²ltimos a?os por el piso alquilado de una comunidad respetable. Ya no queda nada de aquel elenco de cabar¨¦, poco pervive del muelle portuario donde se subastaba la mercanc¨ªa en plena calle, 'tres mil y la cama', bajo la ley de la oferta y la demanda que fluctuaba a la hora en la que los ¨²ltimos borrachos deambulaban sin br¨²jula abofeteados por la noche.
Hoy el asunto del lenocinio se ha traslado a los plenos y a la ley de Arrendamientos Urbanos, salpicando hasta el alcalde. '!Atenci¨®n. Est¨¢ usted siendo grabado en v¨ªdeo!', advierten los vecinos de General Concha a cuantos entran en el portal de sus viviendas, con los m¨²sculos entumecidos por la responsabilidad ante el inminente encuentro con la mulata que les franquea la entrada con el trasero enguantado en una minifalda de lycra: '!Ay, Bilbao, c¨®mo has cambiao!'
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