Haider en Espa?a
Ha dicho Jordi Pujol que el problema planteado por las declaraciones de Marta Ferrusola, su esposa, sobre la nueva inmigraci¨®n es que ella utiliza 'un lenguaje muy directo y muy franco'. En efecto, ¨¦se es el problema: que no ha recurrido al lenguaje pol¨ªticamente correcto del nacionalismo actual, sino al m¨¢s sincero que algunos nacionalistas emplean en privado. Ahora bien, ese lenguaje es m¨¢s parecido -casi calcado- al de un Jorg Haider, el l¨ªder de la extrema derecha xen¨®foba austriaca, que al del nacionalismo integrador que predica Pujol.
Las palabras de Ferrusola pretenden tejer una denuncia de los supuestos abusos que de las prestaciones sociales hacen estos inmigrantes; del presunto favoritismo de la Administraci¨®n, incluida la que encabeza su marido, hacia ellos en detrimento de los nacionales; de su supuesta tendencia a imponer sus costumbres, su lengua y su religi¨®n, completada con una actitud refractaria hacia los valores de la sociedad que los acoge; de su llegada como presunta amenaza hacia ¨¦sta, dada su mayor fertilidad... Todo ello en un lenguaje que combina desprecio, miedo y amenaza.
Es un discurso xen¨®fobo: que transmite hostilidad al extranjero. Recuerda al discurso de un Sabino Arana que culpaba a la invasi¨®n maketa de la inseguridad ciudadana, corrupci¨®n de costumbres, aumento de la conflictividad social y p¨¦rdida de la religiosidad. Pero el propio Arana reprochaba a los nacionalistas catalanes su voluntad integradora: de 'atraer hacia s¨ª a los dem¨¢s espa?oles' [en lugar de] 'rechazarlos como extranjeros'. Ya hace tiempo que Pujol se arrepinti¨® de su art¨ªculo de 1958 en que defin¨ªa al inmigrante (andaluz o murciano) como 'un hombre destruido y an¨¢rquico' que, 'si por su n¨²mero llegase a dominar, destruir¨ªa a Catalu?a', pues 'introducir¨ªa su mentalidad an¨¢rquica y pobr¨ªsima, es decir, su falta de mentalidad'.
El presidente de la Generalitat defiende desde hace muchos a?os una actitud integradora, que no es lo mismo que asimilacionista, respecto a los llegados de fuera. La sociedad de acogida, ha escrito, 'debe ser justa, respetuosa, no discriminatoria, favorable a todo lo que puede ayudar a promocionar a los inmigrantes'. Y es esa actitud lo que da coherencia a su oposici¨®n a determinados aspectos de la Ley de Extranjer¨ªa que ha promocionado el PP. La cuesti¨®n es saber cu¨¢l de esas dos actitudes de Pujol es la aut¨¦ntica.
Porque han sido las declaraciones de Pujol, y antes las de su conseller en cap, Artur Mas, las que han acabado por dar estatuto p¨²blico a las palabras de Marta Ferrusola (que de todas formas no es una particular: es dirigente sectorial de su partido, adem¨¢s de esposa del presidente catal¨¢n). Pujol y Mas han tratado de justificarla alegando que 'la gran mayor¨ªa de los ciudadanos piensa como ella'. Dejarse arrastrar por lo que se supone bajos instintos y torcidas pasiones del hombre de la calle es renunciar al papel pedag¨®gico que corresponde a todo l¨ªder democr¨¢tico: si se tratase de cabalgar la ola, no tardar¨ªamos en escuchar que hay que restaurar la pena de muerte. De esa renuncia parte la legitimaci¨®n del autoritarismo, y por ello el drama no est¨¢ en los prejuicios xen¨®fobos de Ferrusola, sino en su aceptaci¨®n como algo natural por los dos principales dirigentes institucionales de la Generalitat. Es cierto que al observar que 'muchos comparten' Pujol no afirma que entre esos muchos est¨¦ ¨¦l. Pero tampoco indica lo contrario, seguramente porque sabe que muchos de esos muchos le votan a ¨¦l.
Pero no s¨®lo a ¨¦l. La nueva oleada migratoria est¨¢ suscitando en toda Europa reacciones de hostilidad al percibido como diferente. Las respuestas de los gobiernos van de la improvisaci¨®n demag¨®gica al autoritarismo. 'Hab¨ªa un problema y se ha solucionado', dijo alegremente Aznar al dar cuenta de la indigna expulsi¨®n de un centenar de inmigrantes. Luego vino el pogromo de El Ejido, y hace pocos d¨ªas un socialista, vicepresidente del Parlamento andaluz, consideraba gracioso decir -creyendo que el micr¨®fono estaba apagado- que 'los moros, a Marruecos, que es donde tienen que estar'. Los nacionalistas no tienen el monopolio del desprecio al definido como diferente.
La revoluci¨®n industrial y la desintegraci¨®n de los imperios centroeuropeos generaron en el primer tercio del siglo pasado inmensas oleadas migratorias y brotes de xenofobia y de racismo, que en un caso desembocaron en la mayor verg¨¹enza de la historia europea. Hoy recorremos los primeros pasos de una nueva revoluci¨®n econ¨®mica global, que multiplicar¨¢ las tensiones poblacionales y constituir¨¢ la base de cualquier desafuero xen¨®fobo. Por eso el episodio Ferrusola no merece comprensi¨®n, ni admite frivolizaci¨®n ni minimizaci¨®n. S¨®lo el m¨¢s contundente rechazo.
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