Campe¨®n
Dice el historiador alem¨¢n Hans Magnus Enzensberger que si la cultura nos libra de la barbarie, resulta contradictorio comprobar que la mayor parte de los artistas y pol¨ªticos contempor¨¢neos defienden una barbarie que ¨²nicamente persigue relamerse a s¨ª misma. Esto, a mi parecer, define bien la situaci¨®n actual de un amplio sector de la sociedad espa?ola.
La clave del comentario de Enzensberger quiz¨¢ se encuentre en el verbo 'relamerse', que seg¨²n el diccionario de la RAE significa lamerse los labios una o muchas veces y que tiene connotaci¨®n de placer, pues verdadero placer de haberse conocido a s¨ª mismos es lo que suelen sentir entre nosotros muchos personajes p¨²blicos del arte, la cultura, la pol¨ªtica o la moda, que aparecen a diario en los medios de comunicaci¨®n. Alguno de ellos, adem¨¢s, de pronto decide tambi¨¦n convertirse en escritor, ya que la letra impresa, por eso del prestigio de Cervantes, sigue teniendo un aura que seduce.
La inflaci¨®n editorial en Espa?a -un pa¨ªs que no lee casi nada y que publica cincuenta mil t¨ªtulos anuales- nos depara de vez en cuando la sorpresa de autores insospechados, que uno dir¨ªa m¨¢s a gusto en una recepci¨®n mundana, en la revista ?Hola! o jugando al p¨¢del. Claro est¨¢ que nunca falta un editor dispuesto a publicar paridas ni un p¨²blico que las compre.
Y hablando de paridas, no falla, hace tres semanas, por si fu¨¦ramos pocos, pari¨® la abuela: en el firmamento libresco acaba de surgir una nueva estrella, esta vez oriunda de la pol¨ªtica local. Eduardo Zaplana, el presidente de la Generalitat Valenciana (la rima es inevitable), acaba de poner su nombre en la portada de El acierto de Espa?a, pues todo hombre de Estado que se precie ha de escribir al menos un libro en su vida. Lo dio a luz en Madrid, rodeado de gente guapa.
Pero las malas lenguas, que nunca faltan, han empezado ya a murmurar que c¨®mo es posible que el Molt Honorable encontrara el tiempo necesario para entretejer verbos, adjetivos y pronombres, en fin, para eso que requiere el trabajo sosegado de concebir un libro y perge?arlo palabra a palabra, si entre los asuntos de gobierno, las fiestas, los viajes a la Corte y al extranjero, la promoci¨®n de complejos urban¨ªsticos multimillonarios, el julioigleseo en Canal 9 y las funciones fisiol¨®gicas de todo ser humano, la vida no da para tanto. Una de dos, o este hombre es Superman o est¨¢ tratando de anarrosaquintanear al personal. ?Qui¨¦n ser¨¢ el negro que le hizo el mal favor de fusilar textos ajenos?, cuchichean con sarcasmo.
(Lo malo, el impostor piensa a veces, es que existe la noche, el silencio sin aplausos comprados. Por eso detesta los crep¨²sculos solitarios en que ha de asumir su verdadera capacidad, pues entonces resulta in¨²til seguir mintiendo: ?para qu¨¦, para qui¨¦n? Duda, tiene miedo. ?Llegar¨¢n a descubrir alg¨²n d¨ªa que es un gigante con pies de barro? Pero se rehace pronto de esos minutos de vacilaci¨®n y repite en voz alta que el destino le depara la gloria. Seca el sudor fr¨ªo que empa?a su frente, se relame luego los labios con deleite, se mira en el espejo y le habla sonriendo a la imagen invertida de su rostro: 'Qui¨¦n te ha visto y qui¨¦n te ve, campe¨®n, ?te acuerdas de hace unos a?os, cuando no eras nadie, all¨¢ en Cartagena?').
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