Jud¨ªos, gitanos y magreb¨ªes
La historia de Andaluc¨ªa registra distintas persecuciones de personas consideradas 'impuras'
De las noticias aparecidas sobre los sucesos xen¨®fobos de hace un a?o en El Ejido queda claro que los inmigrantes m¨¢s castigados fueron aquellos que se encontraban en una situaci¨®n cercana a la estabilidad. Triste conclusi¨®n pero nada novedosa porque en nuestra historia hubo otros hechos parecidos: los juicios contra Sus¨®n y los conversos jud¨ªos dejaron a los barrios sevillanos sin jurados y la expulsi¨®n de los moriscos acarre¨® la consecuente ruina de la agricultura y del comercio de la seda. El s¨ªndrome de pureza nunca fue buen aliado de la econom¨ªa. Es m¨¢s, cuando despu¨¦s la econom¨ªa se resent¨ªa, la pureza incitaba a buscar nuevos impuros para volver a echarles la culpa.
Lo acaecido con los judaizantes en el siglo XV y con los moriscos en los dos siguientes volvi¨® a escena en el reinado de Fernando VI: en los d¨ªas se?alados de Santiago y Santa Ana de 1749, el Marqu¨¦s de la Ensenada dise?¨®, prepar¨® y orden¨® una gigantesca redada de gitanos con los consabidos argumentos de vagancia, bandolerismo y extranjer¨ªa puesto que eran o dec¨ªan ser egiptanos, o sea, naturales de Egipto.
La acci¨®n se llev¨® a cabo con desigual aceptaci¨®n por la sociedad: unos aplaudieron fervorosamente, bastantes se aprovecharon de la situaci¨®n y tambi¨¦n hubo gente e instituciones que protestaron. Entre estas ¨²ltimas, muchos ayuntamientos argumentaron que los apresados eran en su gran mayor¨ªa vecinos con oficios necesarios como los de herreros, cesteros, albe¨ªtares, carniceros, enterradores, pregoneros... Tambi¨¦n estos gitanos eran ya econom¨ªa aunque muchos no se dieran cuenta.
La mayor¨ªa de nuestros intelectuales no debi¨® ver la operaci¨®n de apresamiento -con gran aparato de soldados, por cierto- o hizo como que no la ve¨ªa, a juzgar por los pocos testimonios que nos quedan; los de mentalidad proclive a los detenidos siguen en la tinta del manuscrito original o han sido impresos hace muy poco. Predomin¨® el posibilismo: ya que hab¨ªa gitanos buenos y gitanos malos, los errores eran desgracias comprensibles. Total, que el rey Fernando VI fue calificado despu¨¦s por personalidades como Joaqu¨ªn Guichot de Marco Aurelio espa?ol.
Al final, tras meses o a?os de trabajos forzados, todo sigui¨® m¨¢s o menos como antes pero con dos diferencias: eran muchas menos las personas integradas en la sociedad y, por reacci¨®n, tras la Guerra de la Independencia, los gitanos andaluces colaboraron m¨¢s que activamente con los sectores absolutistas, contrarios a la Constituci¨®n de C¨¢diz, y hasta pidieron con procesiones c¨ªvicas que se reinstaurara la Inquisici¨®n para juzgar a todos aquellos descre¨ªdos, causantes de sus desgracias. Era la respuesta del Tali¨®n a una persecuci¨®n con episodios muy duros como la separaci¨®n forzada de miles de madres e hijos o la muerte en el mar de cientos de presos.
El relato de una batida en la isla del Tarajal, Guadalquivir arriba de Sevilla, en la que vecinos con perros y armas de fuego buscaron a los huidos de las poblaciones ante el asalto a sus casas da idea del clima reinante en algunos enclaves. Todo es repetible porque, desgraciadamente, noticias como la de la cacer¨ªa del magreb¨ª en la Sierra de las Nieves nos ponen casi en el mismo escenario.
El falso y reiterado preg¨®n del efecto llamada, voceado en realidad para los de aqu¨ª, no s¨®lo no ha causado ninguna mella en el ¨¢nimo de los que, procedentes de pa¨ªses empobrecidos, intentan llegar a nuestra tierra, sino que, al parecer, puede haber operado en bastantes de nosotros, los ind¨ªgenas, un efecto malsano: convencernos de que los inmigrantes que prueban fortuna en la ruleta ilegal del desembarco son los propios culpables de su persecuci¨®n.
Es la negaci¨®n legal de algunos de los derechos humanos y la impasibilidad de nuestra sociedad ante ello lo que puede llevar a que alguien no tome a cualquier ilegal por un verdadero hombre, ya que, en lenguaje orteguiano, para la ley espa?ola, el abominable hombre de la Sierra de las Nieves solamente lo era veros¨ªmilmente. Puede poseer una tarjeta de sanidad, vender en el sem¨¢foro un peri¨®dico que nadie compra, asistir a una clase de alfabetizaci¨®n, pero nunca podr¨¢ llegar a ser el 'animal pol¨ªtico' de Arist¨®teles, un ciudadano en medio de otros ciudadanos.
La sociedad que desprecia la aportaci¨®n laboral y vital de los d¨¦biles de fuera suele echar mano de argumentos patri¨®ticos, pero acaba someti¨¦ndose a los patrioteros que siguen releyendo las cr¨®nicas de la Guerra de ?frica de Pedro Antonio de Alarc¨®n sin pararse a pensar, siquiera, en la vertebraci¨®n econ¨®mica de una Andaluc¨ªa que necesita renovarse con nuevas fuerzas.
De este modo, El Ejido (o Andaluc¨ªa si la mirada viene de lejos) no s¨®lo se ha convertido en paisaje mental que, como Chern¨®bil o Soweto, fija la imagen perdurable de la infamia, sino, lo que es peor, en punto de partida de una est¨²pida mesocracia capaz de dar a muchos el super¨¢vit econ¨®mico suficiente para comprarse una escopeta y dejarlos con un d¨¦ficit cultural que les impide tanto distinguir entre un conejo y una persona como pensar en el futuro del lugar en el que viven.
As¨ª es como levantamos, por en¨¦sima vez, los muros de una sociedad que se nos agrietar¨¢n m¨¢s adelante.
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