Una historia inmortal
Hay libros de memorias a los que sobran p¨¢ginas: unas decenas, unos centenares o simplemente todas. Muchos ceden a la tentaci¨®n de escribir un perdurable monumento a sus vidas sin que en ellas haya nada medianamente memorable. Diarios y autobiograf¨ªas constituyen, a menudo, una vida esencial donde no hay ni siquiera una vida accidental. Ejercicios de inmortalidad perfectamente prescindibles. Y aunque sus autores tienen, desde luego, todo el derecho a exhibir su vanidad, no por eso dejan de contribuir a la brutal inflaci¨®n de la literatura memorialista.
Por eso son tan de agradecer algunos libros que act¨²an en sentido opuesto: libros a los que faltan p¨¢ginas y que desear¨ªamos leer a lo largo de m¨¢s d¨ªas. Curiosamente, en estos casos, la modestia suele acompa?ar a la evocaci¨®n como si lo memorable fuera inversamente proporcional a lo vanidoso. Los reflejos de la fugacidad quedan registrados, parad¨®jicamente, en un aire inmortal.
Mem¨°ries d'un cirugi¨¤ (Barcelona, 2001), de Mois¨¨s Broggi, es uno de esos excepcionales ejemplos. Casi can¨®nicamente: el autor pide disculpas al lector por la humildad de su vida, y por su temeridad al contarla, pero al mismo tiempo lo atrapa desde el primer cap¨ªtulo con una historia, personal y colectiva, que se agiganta paso a paso hasta alcanzar medidas ¨¦picas. Al contrario que tantas memorias de literato, Broggi, que no lo es ni pretende serlo, ha conseguido una escritura convincente y hermosa en su eficacia narrativa. Sin artificio, sin vacuidad, sin la insoportable necedad de tantos saltimbanquis de s¨ª mismos.
Un gran cirujano es asimismo un gran pensador del cuerpo y un narrador privilegiado de sus vicisitudes. Nadie est¨¢ m¨¢s ¨ªntimamente en contacto con el alma del hombre que quien secciona su piel, atraviesa su carne, visita sus entra?as: aquel que posee la experiencia de la vida mediante el almacenamiento constante de la experiencia de la muerte. Nadie est¨¢ m¨¢s cerca de la idea de salvaci¨®n que quien destruye para restaurar. El cirujano, volcado hacia los espacios interiores, es, pienso, una de las m¨¢scaras del escritor; la otra, orientada hacia los espacios exteriores, es el viajero.
El libro de Mois¨¨s Broggi es una excelente demostraci¨®n de este v¨ªnculo. El m¨¦dico no quiere usurpar la vaporosa figura del literato al saber que, como cirujano, tiene un acceso directo al alma humana. El de Broggi es, por tanto, y hasta sus ¨²ltimas consecuencias, un texto de cirujano en el que el bistur¨ª escribe a trav¨¦s de la piel de una ¨¦poca.
Es tambi¨¦n el texto de alguien que, sin autocomplacencia de ning¨²n tipo, con extra?a naturalidad, reconoce una coherencia secreta entre su vida y su tiempo. Desde el mirador de sus 90 a?os largos -casi el entero siglo XX- Broggi se contempla creciendo entre los ritmos y controversias que le son contempor¨¢neos: una juventud aliment¨¢ndose de las ilusiones de una sociedad que parec¨ªa destinada a grandes logros colectivos -luego truncados- y una madurez encauzada por la terrible prueba inici¨¢tica de la guerra.
La memoria de Broggi recupera, desde dentro, el sue?o de lo que pudo ser y el sangriento aplazamiento de las esperanzas: p¨¢ginas incisivas sobre la renovaci¨®n intelectual de una Catalu?a -la de los hermanos Trias i Pujol, la de Trueta, la de Bosch Gimpera, la de la Universidad Aut¨®noma- que apuntaba hacia un equilibrio entre cosmopolitismo y autoestima. Vista desde hoy y desde el enanismo actual es imposible no leer estas p¨¢ginas con el regusto amargo de la nostalgia.
La mirada estoica e ilustrada de Broggi se pasea con delicada firmeza sobre el paisaje de la Dictadura de Primo de Rivera y de la Rep¨²blica. Pero no hay duda de que esta mirada da lo mejor de s¨ª misma cuando penetra en el territorio ¨¢spero y terminal de la guerra civil. Este es, por as¨ª decirlo, el momento central de la vida que se nos relata: nada es igual tras este momento y nada debe serlo.
En consonancia con su implicaci¨®n con la guerra -cirujano en el frente con las Brigadas Internacionales- Broggi rememora con intensidad y riqueza aquel mundo que vive al d¨ªa, como si cada hora pudiera ser la ¨²ltima. Los cap¨ªtulos dedicados a la guerra est¨¢n tan repletos de episodios inolvidables que constituyen una lecci¨®n sobre el tiempo y el acontecer: caben varias vidas en estos tres a?os.
Me quedo con dos de estos episodios, mortales, y, en su compa?¨ªa, con una historia inmortal. Los dos episodios acaban en muerte y vienen presididos por dos personajes -irreales hasta que una guerra los hace realidad- que causan un indudable hechizo sobre Broggi. El primero es el comandante Georg Montague Nathan, un jud¨ªo de origen humilde pero de aristocr¨¢ticas maneras que, siempre elegantemente vestido con el uniforme del ej¨¦rcito brit¨¢nico, parece ganar las batallas con su sola e imperturbable presencia: morir¨¢ en la de Brunete. El segundo es un ruso, el capit¨¢n Katchewski, que Broggi nos presenta permanentemente a caballo, como un centauro solitario, y uniformado con ropas de la guardia zarista. El misterioso Katchewski se ilumina con la muerte: tras el desastre republicano el centauro se hace francotirador y durante dos d¨ªas, antes de suicidarse, barre con una ametralladora el camino del ej¨¦rcito enemigo.
El protagonista de la historia inmortal no es ning¨²n h¨¦roe guerrero, sino el propio Broggi, es decir, aquel joven cirujano, tan apasionado de su profesi¨®n como sensato, que vive cotidianamente la muerte y que lucha contra ella. Ning¨²n pasaje tiene la grandeza que el que m¨¢s espl¨¦ndidamente refleja este combate: la invenci¨®n, proyecto y puesta en marcha de los denominados Auto-Chir, los hospitales m¨®viles impulsados por Broggi y sus compa?eros que tanto contribuyeron -junto a los 'bancos de sangre' de Duran Jord¨¤ y a las innovaciones traumatol¨®gicas de Trueta- a la supervivencia de heridos en aquella guerra y en aquella otra, ya mundial, que se avecinaba.
Familiarizado con la muerte, Mois¨¨s Broggi apuesta siempre por la vida, tanto en la evocaci¨®n del pasado como en la escritura del presente. Su estoicismo lo preserva del hundimiento en la misma medida que su curiosidad cient¨ªfica le excita la perseverancia. Como si todo pudiera ser visto con justicia desde los dos ¨¢ngulos opuestos: lo que huye y lo eterno. Al igual que aquel r¨®tulo bajo el cad¨¢ver embalsamado que en su juventud de estudiante de medicina le sorprendi¨® tanto. Estaba escrito: aeternitas.
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