Nuevos peligros, viejos temores
De cuando en cuando nos vemos sacudidos por acontecimientos que nos recuerdan que nuestra seguridad pende de un hilo. Es el caso de los accidentes, sobre todo si son a¨¦reos, o cuando, como con las vacas locas, se pone en cuesti¨®n algo tan primario y cotidiano como nuestra propia dieta tradicional. Todos estos hechos nos recuerdan que vivir en una sociedad tecnol¨®gicamente desarrollada est¨¢ vinculado a riesgos m¨¢s o menos fatales. No es posible una vida normal en este tipo de sociedad sin exponernos continuamente a alg¨²n tipo de imponderables -no se puede viajar, por ejemplo, sin valerse del avi¨®n o el autom¨®vil; ni alimentarse fuera de las redes de la industria alimenticia-. Pero lo m¨¢s grave de esta situaci¨®n es que todos estos riesgos, asociados al desarrollo tecnol¨®gico, eluden crecientemente el control de las instituciones protectoras de las sociedades industriales avanzadas; que nuestra creciente dependencia de la tecnolog¨ªa no se ha visto acompa?ada de una correlativa capacidad de 'gesti¨®n de riesgos'. En esto consiste, en esencia, el diagn¨®stico b¨¢sico sobre la 'sociedad del riesgo', que tiene su origen en un sugerente libro del soci¨®logo alem¨¢n Ulrich Beck (1986) y est¨¢ dando lugar a gran n¨²mero de investigaciones interdisciplinares.
Los riesgos asociados al desarrollo tecnol¨®gico eluden el 'control' de las instituciones
Como se puede observar, este problema ha vuelto al centro de la atenci¨®n p¨²blica como consecuencia de la crisis de las vacas locas y de su err¨¢tica gesti¨®n. Antes ya lo estuvo tras Chern¨®bil o en medio de la epidemia del sida. Y se ha visto fortalecido por la explosi¨®n de oportunidades, pero tambi¨¦n de peligros, que nos abren los nuevos avances en biotecnolog¨ªa derivados de nuestro mayor conocimiento del genoma humano. La preocupaci¨®n que se percibe, en el fondo, es que los inmensos desarrollos cient¨ªficos no encuentren un adecuado cauce en su aplicaci¨®n a la vida social; que existe algo as¨ª como un punto de roce entre ciencia y tecnolog¨ªa, por un lado, y organizaci¨®n de la vida social, por otro, que se escapa a nuestro control. Y el problema no deriva s¨®lo de la existencia de riesgos, algo inevitable dadas las contingencias de la vida humana, sino de su percepci¨®n relativa. En principio, todos asumimos los peligros derivados de, digamos, conducir, viajar en avi¨®n o incluso fumar, pero ya nos cuesta m¨¢s reconocer que actividades como comer, respirar o vivir en una determinada zona geogr¨¢fica puede estar vinculado a riesgos m¨¢s o menos graves. Entre otras razones, porque los primeros parecen m¨¢s previsibles, es m¨¢s f¨¢cil establecer las conexiones causales, o, sobre todo, evaluar su impacto relativo, mientras que los segundos se asocian a fen¨®menos que parecen escaparse a la voluntad y comprensi¨®n humanas. E inevitablemente tenemos que suscitar la cuesti¨®n relativa a si los costes derivados de la aplicaci¨®n de una determinada tecnolog¨ªa no superan a los beneficios que aporta.
En las sociedades tradicionales, la mayor¨ªa de los peligros para los seres humanos derivaban de fen¨®menos naturales tales como inundaciones, enfermedades, hambrunas, etc¨¦tera, o bien de la agresi¨®n de los propios cong¨¦neres o la guerra. No es de extra?ar as¨ª que, en la l¨ªnea de Hobbes, la naturaleza humana siempre fuera asociada al miedo. Y, como previera este mismo autor, la mejor forma de atemperarlo consisti¨®, por una parte, en la creaci¨®n del Estado, encargado de defendernos frente a las contingencias provocadas por los hombres, y por otra, en el desarrollo de la ciencia, dirigida al control de la naturaleza. En la sociedad industrial se manifestar¨¢ enseguida el resultado de esa doble estrategia de control de nuestras condiciones de vida, que confluir¨¢ en cotas de progreso cada vez mayores; o, cuando menos, en una situaci¨®n en la que los beneficios exced¨ªan a los costes. El paso a esta 'segunda modernidad' (Beck) en la que ahora vivimos va a significar, sin embargo, la puesta en cuesti¨®n de estas dos estrategias: los casi insoportables niveles de degradaci¨®n medioambiental est¨¢n poniendo en cuesti¨®n el modelo de desarrollo, apoyado sobre la explotaci¨®n industrial de la naturaleza. Y la pol¨ªtica, apoyada sobre un Estado de bienestar en crisis, parece incapaz de saciar la ansiedad generada por los nuevos peligros y la menesterosidad derivada de las nuevas condiciones de la sociedad mundial.
Como puede observarse, este diagn¨®stico se apoya en una cierta mentalidad catastrofista o, cuando menos, de b¨²squeda de 'riesgo cero', que no creo que est¨¦ al alcance de ninguna sociedad humana. Pero no deja de ser interesante el cuestionamiento que hace de nuestra supuestamente ilimitada capacidad prometeica y de la necesidad de repensar las bases sobre las que hemos edificado esta sociedad tecnol¨®gica. Y, sobre todo, su denuncia de ese creciente divorcio entre discurso cient¨ªfico y gobernaci¨®n de la sociedad, que obliga a emprender una m¨¢s ¨ªntima e intensa colaboraci¨®n y comunicaci¨®n entre gobernantes, cient¨ªficos y ciudadanos. En el fondo late la m¨¢s amplia cuesti¨®n relativa al tipo de sociedad en el que deseamos vivir.
Fernando Vallesp¨ªn es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAM.
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