El puente
La dimisi¨®n de un ministro suele despertar los halagos de sus correligionarios y el aplauso incondicional de sus propios enemigos pol¨ªticos. Pero esto tiene sus matices. Porque no es lo mismo abandonar la cartera por reconocida incapacidad resolutiva, por imperativos personales o por cualquier convicci¨®n ¨¦tica, que tener que desprenderse del cargo ante una tragedia de irremediables proporciones que una acci¨®n eficaz hubiera evitado a tiempo. Le ha ocurrido esta misma semana al ministro de Fomento portugu¨¦s, Jorge Coelho, un personaje consolidado en el gobierno luso e indiscutible mano derecha de Ant¨®nio Guterres. Nadie podr¨¢ decirle nunca, ni a ¨¦l ni a los cinco secretarios de Estado de su departamento de Obras P¨²blicas, que no estaban al corriente del alarmante deterioro del puente centenario de Entre os Rios. ?l mismo, hace a?os y medio, pudo constatar sus deficiencias al personarse en el lugar y advertir las escasas garant¨ªas de seguridad que ofrec¨ªa su estructura. Pero no conforme con ignorar el asunto, el gobierno acall¨® las recientes protestas de los vecinos denunciando a los organizadores por bloquear con sus veh¨ªculos el acceso al puente y por su impertinente insistencia ante una situaci¨®n que pod¨ªa ser cr¨ªtica, es verdad, pero nunca como para tomar actitudes radicales y cortar el paso de una carretera. La respuesta ha llegado y el abandono del ministro ha servido para que los ocupantes de dos veh¨ªculos y un autob¨²s que regresaba de una excursi¨®n campestre con m¨¢s de sesenta agricultores, obreros, mineros jubilados, parados y ni?os hayan perecido bajo las aguas del Duero, a veinte metros de profundidad, sin nadie que les oiga.
Espero que la lecci¨®n sirva al menos para que aqu¨¦llos que ocupan una responsabilidad de este calibre sean verdaderamente conscientes de lo que tienen en sus manos. Un ministerio es un asunto serio y no un lugar de paso del que se puede dimitir con deportividad y ligereza cuando la pata se ha metido hasta las ingles. Que tomen nota los nuestros antes de que la fiebre aftosa, la Ley de Extranjer¨ªa y los pilotos de Iberia acaben demoliendo los pilares de nuestra paciencia, que todo es posible.
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