Cama, cocina, 'chill-out'
- Cama y cocina. Para mi gusto, una comedia negra ha de tener una poderosa fuerza de convicci¨®n como motor o se me queda en a) una simple exposici¨®n de patolog¨ªas o b) una acumulaci¨®n de shocking moments para noquear al espectador. En ambos aspectos, a Lee Hall, autor de A la cuina amb Elvis, que se est¨¢ representando en Teatreneu, se le ve (y se le va) demasiado la mano. No es exactamente una cuesti¨®n de coraz¨®n. Una comedia negra puede tenerlo -A day in the death of Joe Egg, de Peter Nichols- y funcionar; puede no tenerlo -Entertaining mr. Sloane, de Joe Orton- y funcionar igualmente. Es, insisto, cuesti¨®n de convicci¨®n, de que nos creamos a los personajes, y las situaciones, por desmesuradas que sean. He citado las obras de Nichols y Orton porque me parecen los dos antecedentes m¨¢s directos de esta funci¨®n, que se vio con gran ¨¦xito -Cooking with Elvis- en el Whitehall Theatre de Londres la temporada anterior.
'En la escena m¨¢s cruda de la funci¨®n, la ni?a hace que Ramon se vista de Elvis y se la lleve al catre'
Como en Joe Egg, tenemos un vegetal en escena. All¨ª era una ni?a de 10 a?os; aqu¨ª, el padre de familia, un imitador de Elvis, parapl¨¦jico y catat¨®nico en una silla de ruedas tras un accidente. Como en Sloane, tenemos tambi¨¦n a un caballero visitante que llega a una casa y se l¨ªa con todo el mundo, salvo con una tortuga. A partir de aqu¨ª, vayamos por partes. Porque, realmente, en A la cuina amb Elvis las dos partes, las dos historias b¨¢sicas, no ligan, a mi juicio, ni con cola. Primer problema: el padre parapl¨¦jico no existe como personaje. Est¨¢ en su silla de ruedas y s¨®lo cobra vida en las fantas¨ªas de su hija, J¨²lia (Savina Figueras), como Elvis, Elvis live. Es decir, cada 10 o 15 minutos, aproximadamente, se levanta de la silla, vestido de Elvis en Memphis, mayormente, y a) canta sus grandes ¨¦xitos o b) monologa como el Elvis terminal, inflado de pastillas y trabajando para el FBI, no como el esposo y padre que fue. Nacho Vidal tiene una voz espl¨¦ndida y canta formidablemente las canciones de Elvis (aunque a quien se parece, m¨¢s bien, es a un joven Dean Martin), pero la relaci¨®n org¨¢nica con la historia principal es nula; m¨¢s bien parece un truco para animar la funci¨®n cada 10 o 15 minutos. A la historia principal tampoco le encuentro demasiado sentido. El Sloane, digamos, de A la cuina... es un pobre tonto, Ramon (Eduard Farelo), a la postre el ¨²nico personaje simp¨¢tico de la obra. Es un pastelero que llega a la casa familiar para acostarse con la madre, Merc¨¨ Montal¨¤, una profesora alcoh¨®lica y hambrienta de sexo, y acaba li¨¢ndose con la hija, J¨²lia, una adolescente obsesionada por la comida. Lamento destripar el argumento, pero es que, si no, dif¨ªcil lo tengo para razonar mi desinter¨¦s. En la escena m¨¢s cruda de la funci¨®n, la ni?a hace que Ramon se vista de Elvis - o sea, de papa¨ªto- y se la lleve al catre. El polvo es un desastre, y a ella parece importarle un pimiento. Pero es el detonante de todo lo que ocurre en la segunda mitad de la obra. Hemos de creernos, porque lo dice el gui¨®n, que la g¨¦lida J¨²lia se siente 'traicionada en su amor' por Ramon, que sigue enrollado con su madre. Hacia el final tambi¨¦n hay una escenita entre Ramon y el parapl¨¦jico que no les destripo; si se la creen les felicito, porque podr¨¢n creerse cualquier cosa. Este material, m¨¢s peligroso que la t¨ªpica pira?a en un bidet, ha sido tratado por Roger Pe?a, estupendo traductor y programador de Teatreneu, en un tono tirando a l¨¢nguido, falto de ritmo, de punch. Es un texto que, para luchar contra sus inverosimilitudes, pide dislocaci¨®n y furia. Sin embargo, los actores son muy interesantes. Eduard Farelo, y esto no es nuevo, tiene un gancho instant¨¢neo para la comedia y es quien coloca mejor las r¨¦plicas. Merc¨¨ Montal¨¤ y Savina Figueras est¨¢n bien, pero parece que est¨¦n haciendo Sabor a miel: naturalismo melanc¨®lico, con ocasionales estallidos de locura. Aunque, como digo, no me convence el tono, quiero destacar especialmente el trabajo de Savina Figueras, que debut¨® haciendo la Miranda en La tempestad de Calixto Bieito. Siempre es un placer ver crecer a una actriz, y en su segundo trabajo teatral ha crecido de un modo admirable, con una gran seguridad esc¨¦nica. Me dej¨® con ganas de m¨¢s; m¨¢s funciones, m¨¢s personajes.
- 'Chill-out'. No ha sido una buena semana. Despu¨¦s de ver A la cuina amb Elvis fui al Nacional, Sala Tallers, para ver Que alg¨² em tapi la boca, el nuevo espect¨¢culo de Roger Bernat/General El¨¨ctrica. A Roger Bernat no le van las medias tintas. O hace espect¨¢culos apasionantes (10.000 Kgs., ?lbum, Confort dom¨¨stic,Una joventut europea, Flors) o se descuelga con uno de los trabajos m¨¢s aburridos de la temporada. Aburrido a lo grande. Poderosa, intensamente aburrido. Bernat y sus compinches de General El¨¨ctrica (excelentes actores: Nico Baixas, Miguel ?ngel Gonz¨¢lez, Jordi Vilches, Juan Navarro) y un m¨²sico (Oriol Rossell) han cocinado una funci¨®n que, en palabras de Bernat, 'obliga a l'espectador a resituar-se a la seva butaca'. Santa verdad: yo no par¨¦ de resituarme el culo. M¨¢s po¨¦tica: 'Mostrar all¨° que ¨¦s banal ¨¦s l'¨²nica proesa'. (Pregunta: ?por qu¨¦?). Otra: 'En definitiva, un espectacle que no vol fer ning¨² m¨¦s intel.ligent, nom¨¦s una mica m¨¦s simple'. (El subt¨ªtulo de Que alg¨² em tapi la boca es, por cierto, 'un espectacle per a persones simples'). Me pierdo en esta po¨¦tica. Sobre todo, porque, en el interior del dossier, Bernat apunta en otra direcci¨®n: 'Es tracta de crear la sensaci¨® en el p¨²blic d'un estat de consci¨¨ncia alterada'. ?Ah, amigo!, aqu¨ª ya tengo un poquito m¨¢s de tela que cortar. Aqu¨ª se me abren dos posibles v¨ªas interpretativas. Primera o 'la noblesse de la banalit¨¦', que dec¨ªa la se?ora Duras: lo que vemos en escena son los ejercicios de calentamiento para un espect¨¢culo futuro. Ahora doblo el bracito. Ahora me busco un grano. Ahora me retuerzo un rato. Ahora me doy un lech¨®n, etc¨¦tera.
Posibilidad segunda: estamos en un chill-out. Como ustedes sabr¨¢n, a poco modernos que sean, un chill-out es el espacio, digamos, que en una discoteca tecno se reserva para todos aquellos que, digamos, se han pasado en la ingesta de pastillas. No, no es exactamente un cuarto oscuro. M¨¢s bien es el lugar en el que suena una m¨²sica ambient (aunque la banda sonora ideal ser¨ªa el tango Los mareados) y donde uno (o una) suele retirarse un rato en cuanto comienza a experimentar sensaciones poco habituales y no siempre agradables. Por ejemplo, que tu pie no es el tuyo. O que tu mano no obedece a las ¨®rdenes motoras al uso. O que te has tragado una silla, como en aquel cuento de Ambrose Bierce en el que un hipnotizador hac¨ªa creer a un tipo que era un avestruz. O que un androide de 80 kilos te est¨¢ descoyuntando los huesos bajo el agua. Las sensaciones que he citado est¨¢n, m¨¢s o menos, recreadas en Que alg¨² em tapi la boca con gran habilidad t¨¦cnica, si bien su inter¨¦s es altamente discutible, sobre todo cuando se prolongan m¨¢s de una hora.
La atm¨®sfera de chill-out, de chill-out en la Ant¨¢rtida, la sugieren la escenograf¨ªa, una gran caja blanca, con paredes de pl¨¢stico, y la m¨²sica, que un disc-jockey pincha y programa al fondo de la caja: atm¨®sferas a lo Brian Eno con sobredosis de crepitaciones electr¨®nicas. De los cuatro actores, el que m¨¢s pringa (el m¨¢s zarandeado, sacudido, mareado) es Jordi Vilches, posiblemente porque es el m¨¢s ligerito de peso. Su cara est¨¢ entre el pasmo y la resignaci¨®n, como si nos estuviera diciendo: 'Anda que haber ganado un premio de la cr¨ªtica y una nominaci¨®n a los Goya para que me den este tute'. ?Soy, quiz¨¢, demasiado sarc¨¢stico, demasiado duro? Creo que no, creo que a Bernat y los de General El¨¨ctrica puedo exigirles m¨¢s, porque no son unos cualquieras. Ni se toman por unos cualquieras. No, Bernat: eres demasiado inteligente para llenarte la boca con declaraciones arrogantes ('penso que es provocatiu en el sentit que aborda una manera de fer teatre que potser no ¨¦s la m¨¦s com¨² en aquesta ciutat') y servirnos un montaje viejo (Pina Bausch, cosecha de los ochenta), que huele a instalaci¨®n seudovanguardista, y con declaraciones ('¨¦s simplement un viatge per tenir una s¨¨rie de sensacions') que hemos le¨ªdo quinientas veces en los programas de mano de los grupos de danza con mayor pereza mental de este hemisferio.
En fin, no he visto nada. Y he sentido m¨¢s bien poco, y durante demasiado rato. Posibilidad a) yo ten¨ªa la noche idiota. Posibilidad b) Bernat y los suyos han optado por un juego de abstracciones que me dejan fr¨ªo y fuera: chill-out.
Quiz¨¢ la opci¨®n m¨¢s clara, m¨¢s directa, para crear 'estados de conciencia alterados' hubiera sido aquella que, har¨¢ unos veinte a?os, propugnaba Carlos Pazos. Una 'muestra art¨ªstica' titulada You go to my head en la que el p¨²blico entraba en una sala en cuyo centro hab¨ªa una gigantesca copa de Martini de la que brotaba una droga gaseosa, mitad poppers, mitad nitrato de amilo. Y el espect¨¢culo ser¨ªa la conducta de los visitantes, mientras los vapores hac¨ªan su efecto y en una cinta sin fin sonaban las innumerables versiones de You go to my head.
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