Los precursores de los cuentos feministas
Puede que sorprenda a muchos la materia de esta reflexi¨®n. Pero la reciente efem¨¦rides del D¨ªa de la Mujer nos hizo recordar el repertorio, verdaderamente extraordinario y singular, de los cuentos populares que se han ocupado de defender, en el seno de la tertulia campesina, el papel activo de la hembra de la especie, como tambi¨¦n de combatir el complejo de primac¨ªa masculina, vulgo machismo. Igualmente de agitar el sacrosanto complejo de inferioridad de las f¨¦minas, o las reminiscencias de matriarcado latente. Y todo ello mucho antes de que se inventara el feminismo como causa pol¨ªtico-social.
Pero es que los prejuicios elitistas que pesan a¨²n sobre la cultura folcl¨®rica son tantos que han desfigurado por completo esta realidad profunda, entre otras, del pensamiento mito-po¨¦tico. Desde aquella ins¨®lita premisa de los Hermanos Grimm, que cre¨ªan que Dios habla a trav¨¦s de la cultura popular, hasta los muchos que les siguieron buscando en ella una suerte de certificado de garant¨ªa para sus ¨ªnfulas nacionalistas, no ha habido un patrimonio peor tratado por las ideolog¨ªas dominantes; banalizado, censurado, mutilado, edulcorado... Casi todo el que entr¨®, por uno u otro motivo, en esos tesoros celosamente protegidos por el ingenio an¨®nimo, lo hizo para servirse a placer en sus banquetes de culturalismo. Todo lo m¨¢s, convirtieron un saber complejo, y a menudo incomprensible, en un saber secuestrado.
Todav¨ªa hoy, cuando ya muchos estructuralistas, semi¨®logos, psic¨®logos y pedagogos se ocupan por ah¨ª fuera de intentar comprender, y reaprovechar, las funciones socializadoras de la literatura oral (cuentos, canciones, trabalenguas, refranes...), la t¨®nica en nuestros cursos para profesores en ejercicio sigue siendo la perplejidad, el asombro sin l¨ªmites de muchos participantes ante la riqueza, la amplitud, la antig¨¹edad -a veces prehist¨®rica- de los cuentos maravillosos. (Como que muchos titulados no han o¨ªdo hablar nunca de Propp). Y en lo que hoy nos concierne: el car¨¢cter transgresor, disidente, de los cuentos de costumbres en los que a menudo se vapulea a los ricos, se sorprende al cura en flagrantes fornicaciones, o se escarmienta al pr¨ªncipe embaucador de doncellas. Todo lo cual fue debidamente escamoteado en la formaci¨®n universitaria y alejado, convenientemente, de la conciencia peque?oburguesa. 'Cuentos de vieja', 'cuentecillos vulgares' (as¨ª los tildaba don Juan Valera), han sido algunos de los remoquetes con los que fueron despachadas sin m¨¢s unas historias llenas de agudeza y sentido desconcertantes, y que incluso en sus formas m¨¢s infantiles llegaron a estar expresamente prohibidas en colegios religiosos. Naturalmente.
El asunto esbozado al principio concierne a un n¨²mero bastante grande de cuentos. En primer lugar, hay que citar siempre el de Blancaflor, que comparte materia m¨ªtica con Medea, en un relato intrincado y bell¨ªsimo de liberaci¨®n de un pr¨ªncipe por el amor desmedido de la hija del Diablo. Pero hay todo un ciclo de cuentos, bajo la r¨²brica de El pr¨ªncipe encantado, donde la acci¨®n liberadora la ejecuta siempre una hero¨ªna muy activa, que ha de desencantar a un pr¨ªncipe, es decir, lo contrario del ciclo m¨¢s conocido de La princesa encantada.
En Andaluc¨ªa, el caso m¨¢s frecuente es el de El pr¨ªncipe lagarto, aquella excitante historia en que la hija menor de un pobre jornalero se atreve a entrar en el palacio, morada inexpugnable del gran lagarto, que humano se le torna en noches de amor oscuro. Es la versi¨®n popular de Amor y Psique, pero anterior a este mito. Al mismo ciclo pertenece El pr¨ªncipe durmiente en su lecho, desconcertante forma masculina de La bella durmiente, y que ya coleccion¨® Machado y ?lvarez. Pero el m¨¢s rompedor de todos, el m¨¢s cr¨ªtico con el sistema, es sin duda el de La ni?a que riega las albahacas, un desternillante relato del que nos ocuparemos el pr¨®ximo d¨ªa.
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