Caerse de la Roca
La Roca ha surgido de nuevo como un obst¨¢culo insalvable entre Madrid y Londres. Ante las afrentas de Londres, que responde con el silencio a las propuestas de di¨¢logo, y de los llanitos, que est¨¢n preparando una nueva Constituci¨®n que les lleve a la autodeterminaci¨®n, el Gobierno de Aznar, finalmente, se ha ca¨ªdo de la higuera. Se ha percatado de que no puede haber relaciones normales entre Espa?a y el Reino Unido mientras persista este hecho colonial, para cuya soluci¨®n el amigo Blair no ha movido un solo dedo.
El Gobierno del PP quebr¨® una l¨ªnea fija de la pol¨ªtica exterior espa?ola y pretendi¨® aislar el problema del Pe?¨®n para desarrollar las relaciones con los brit¨¢nicos en los dem¨¢s campos, ayudadas por las afinidades personales y familiares entre Blair y un Aznar que tambi¨¦n buscaba en este contacto una p¨¢tina centrista. Es posible que esa pol¨ªtica pueda dar alg¨²n d¨ªa resultados positivos en el contencioso del Pe?¨®n. Pero el Tireless, que insultantemente sigue en el puerto de Gibraltar sometido a reparaciones mientras la parte espa?ola mira a distancia, y ahora las pretensiones de los gibraltare?os han echado un jarro de agua fr¨ªa sobre esa estrategia y conducido al Gobierno a una rectificaci¨®n que ya apunt¨® el ministro de Exteriores el pasado 8 de febrero. Esta rectificaci¨®n cuenta con el apoyo de la oposici¨®n socialista, cuyo secretario general se ha negado a viajar a Londres mientras el submarino de la discordia siga en la colonia.
Pero la gota que ha colmado el vaso, lo que puede constituir un 'acto hostil de gravedad', en palabras de Piqu¨¦, ampliadas ayer por Aznar, es la pretensi¨®n de los gibraltare?os de adoptar lo que llaman una nueva Constituci¨®n que, en un supuesto acto de autodeterminaci¨®n, les situara en el mejor de los mundos: pleno autogobierno (no independencia) y mantenimiento de todas sus ventajas como para¨ªso fiscal del que, todo hay que decirlo, se aprovechan no pocos ciudadanos espa?oles en busca de evadir sus impuestos. Tal prop¨®sito de descolonizaci¨®n, no digamos ya la independencia, es contrario al Tratado de Utrecht de 1713, por el cual el Reino Unido tom¨® posesi¨®n del Pe?¨®n, con la condici¨®n de que cualquier cambio en la soberan¨ªa llevar¨ªa a retrotraerla a Espa?a. Los gibraltare?os, sin que Londres haya frenado de momento esta ilusi¨®n, pretenden as¨ª deshacer lo poco andado desde el acuerdo de Bruselas de 1984, por el que Londres y Madrid se compromet¨ªan a dialogar sobre la soberan¨ªa del Pe?¨®n. Las posteriores pretensiones de Abel Matutes en 1997 o, m¨¢s recientemente, de Piqu¨¦ de reanudar y avanzar en este di¨¢logo han ca¨ªdo en o¨ªdos sordos.
El contencioso de Gibraltar no es un asunto puramente bilateral, pues ha frenado en el pasado diversos acuerdos europeos y sigue impidiendo la puesta en marcha de un espacio a¨¦reo com¨²n, al negarse Gibraltar a aplicar la convenci¨®n de 1997 sobre la gesti¨®n conjunta del aeropuerto del Pe?¨®n, instalado en tierra usurpada al margen del Tratado de Utrecht.
En estos a?os, el Gobierno ha perdido el tiempo y ha dado algunas muestras de ingenuidad que las autoridades gibraltare?as est¨¢n intentando exprimir. Las buenas relaciones existentes con Londres pueden ser un punto de partida beneficioso para los intereses espa?oles en Gibraltar, pero en el caso de que Blair gane las elecciones de mayo habr¨ªa llegado la hora de intentar rentabilizarlas para desbloquear un contencioso que va camino de cumplir tres siglos. Al menos para que Londres retire su respaldo sistem¨¢tico a cualquier pretensi¨®n de los gibraltare?os, por incompatible que resulte con el tratado. La soluci¨®n, a largo plazo, s¨®lo puede pasar por la soberan¨ªa, o al menos cosoberan¨ªa, espa?ola sobre el territorio.
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