Freudiana
Por parad¨®jico que a primera vista pueda parecer, que una revista de psicoan¨¢lisis como Freudiana cumpla diez a?os constituye un indicio de buena salud mental por parte de los lectores que, a trav¨¦s de su contrastada fidelidad, la mantienen con vida. Para celebrar el aniversario, los responsables de la publicaci¨®n organizaron hace d¨ªas en el Forum de la FNAC una mesa redonda en la que participaron el propio director y dos psicoanalistas, adem¨¢s del consabido fil¨®sofo-florero, proverbial en este tipo de actos.
Fue precisamente este ¨²ltimo quien -muy en su papel de tuttologo- insisti¨® en subrayar las dificultades de aceptaci¨®n que, ya desde sus or¨ªgenes, en todo momento han tenido que padecer las propuestas psicoanal¨ªticas. A la pertinaz reiteraci¨®n de tanta dificultad propuso denominarla mala fortuna hist¨®rica del psicoan¨¢lisis, y tal vez la denominaci¨®n no resulte del todo desacertada. Algo de verdad parece haber en ella: como m¨ªnimo no se puede decir que el del psicoan¨¢lisis haya sido un camino de rosas. Desde el rechazo antijuda¨ªsta de los primeros momentos hacia Freud al m¨¢s reciente desd¨¦n cientificista hacia Lacan, pasando por todos los escalones intermedios, el psicoan¨¢lisis en ning¨²n momento ha dejado de recibir cr¨ªticas ni ha conseguido por completo evitar las marginaciones.
La revista 'Freudiana' ha cumplido diez a?os. En unos momentos en que se dice que el psicoan¨¢lisis padece una 'mala fortuna hist¨®rica', este aniversario es un buen s¨ªntoma
La constataci¨®n no tendr¨ªa mayor importancia si fuera el caso que vivi¨¦ramos en un mundo que se permite tal displicencia porque ha encontrado la soluci¨®n a los problemas de los que el psicoan¨¢lisis pretend¨ªa dar cuenta. Pero no parece que sea as¨ª, sino m¨¢s bien al contrario. Era precisamente Lacan quien afirmaba: 'Si la religi¨®n triunfa, el psicoan¨¢lisis fracasa'. Y agregaba: '... y la religi¨®n triunfa'. No le faltaba raz¨®n en el diagn¨®stico. No pienso s¨®lo en la proliferaci¨®n de los fundamentalismos de variado pelaje a la que venimos asistiendo por doquier, o en la indisimulada simpat¨ªa con la que buen n¨²mero de intelectuales europeos est¨¢ reflexionando ¨²ltimamente sobre el hecho religioso. Pienso tambi¨¦n -y sobre todo- en el ¨¦xito public¨ªstico de toda esa baratija ideol¨®gica orientaloide que abarrota las mesas de novedades de muchas librer¨ªas.
Hace poco volv¨ª a tropezar casualmente con una afirmaci¨®n de Unamuno que ten¨ªa medio olvidada. Sosten¨ªa Unamuno que eso que solemos llamar yo est¨¢ compuesto en realidad de tres elementos: lo que creemos ser, lo que los dem¨¢s creen que somos y lo que realmente somos. En su sencillez, el planteamiento unamuniano acertaba al advertir no s¨®lo de la relativa complejidad de lo que a menudo tomamos por simple, sino tambi¨¦n de la necesidad de no olvidar ninguno de sus elementos. Porque, de hacerlo, se corre el peligro de entrar en una deriva discursiva tan confusa como enga?osa. Es lo que parece ocurrir en buena parte de esas propuestas presuntamente alternativas a la racionalidad occidental que anuncian, cual si de una buena nueva se tratara, la f¨®rmula m¨¢gica para desprenderse de la pesada carga del yo y, de esta forma, acceder al equilibrio y la paz interiores. Como si ese yo estuviera por completo en nuestras manos, como si saber de ¨¦l s¨®lo exigiera el peque?o esfuerzo de ponerse a contarlo, de tal manera que, narrado el yo, novelada la propia identidad, el narrador-creador pudiera fijarse cualquier prop¨®sito, desde reformarlo en el sentido que se le antojara hasta trascenderlo.
Sin instrumentos te¨®ricos adecuados para abordar cr¨ªticamente la relaci¨®n con el s¨ª mismo, este narrativismo na?f tiende a promover un autocomplaciente e inane relato de la propia vida que en modo alguno accede al territorio del conflicto. Muy probablemente resida ah¨ª la raz¨®n de su ¨¦xito, en especial entre sectores escasamente ilustrados. Nunca llega de verdad a replantear nada, nunca cuestiona realmente el sentido de la existencia: sus consideraciones apenas van m¨¢s all¨¢ de la reformulaci¨®n de esos triviales argumentos desresponsabilizadores del tipo 'esto me pasa por demasiado bueno...' y similares, que tan a gusto consigo mismo acostumbran a dejar al sujeto.
El psicoan¨¢lisis, en cambio, aspira a conocer el elemento que de veras importa: aquello que realmente somos. A sabiendas de los enormes obst¨¢culos con los que necesariamente habr¨¢ de tropezar la b¨²squeda. Hasta el extremo de que alguien podr¨ªa considerar que ese objetivo como una especie de cosa-en-s¨ª inaccesible, inalcanzable. Pero esa esquiva condici¨®n no constituye raz¨®n suficiente para desistir de la empresa, sino m¨¢s bien para esforzarse en plantearla correctamente. No se trata de preguntarse: ?podemos llegar a saber c¨®mo realmente somos? Una pregunta as¨ª resulta tan desenfocada como aquella otra: ?puedo trascender mi propio yo? A ambas interrogaciones subyace parecida concepci¨®n -en el fondo esencialista, animista- de la identidad personal. El psicoan¨¢lisis hace otra cosa: intenta ense?ar a vivir sin la respuesta, a reconocernos en lo que nos constituye. Y lo que nos constituye es precisamente nuestra propia narraci¨®n. O nuestras propias preguntas, como se prefiera. Somos un efecto de ellas y no al rev¨¦s. No somos los narradores sino los narrados. M¨¢s claro: nada nos retrata con mayor exactitud que las preguntas que alcanzamos a formularnos. Ante este retrato nos coloca, siempre incordiante, el psicoan¨¢lisis.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la UB.
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