O. W.
Estas dos iniciales se prestan al malentendido, y no s¨¦ si hay otro caso en la historia del arte de una coincidencia igual. Un escritor de los m¨¢s grandes y m¨¢s tristemente acabados del siglo XIX, Oscar Wilde, y uno de los tres hombres fundamentales del siglo del cine, el XX, que no sufri¨® la c¨¢rcel pero s¨ª las formas del destierro art¨ªstico: Orson Welles. El primero muri¨® solo, desmejorado, a los 46; el segundo, hecho un fogoso anciano de 150 kilos que segu¨ªa fumando habanos y bebiendo whisky; persiste, pese a la magnitud de la obra dejada, la sensaci¨®n inquietante de que se llevaron al m¨¢s all¨¢ una parte suya que nos falta. Seguiremos hablando de ellos en lo mucho que queda del XXI.
O. W. Las letras reciben en el suelo al visitante del Centre de Cultura Contempor¨¤nia de Barcelona, para guiarle al piso subterr¨¢neo donde Jordi Ball¨® y Frederic Amat han montado su homenaje al cineasta, dentro de una serie que el Centre lleva tiempo dedicando a los Faros del siglo XX (el otro O. W. no ha tenido, creo, faro propio, y no ser¨ªa mala idea encend¨¦rselo). Son meses muy welles estos de marzo y abril. La instalaci¨®n de Ball¨®/Amat, de una gran elocuencia visual, se complementa all¨ª mismo con proyecciones y actos paralelos, mientras la Filmoteca Espa?ola (en Madrid) y la de Catalunya (en Barcelona) pasan la obra completa e incompleta del autor de Ciudadano Kane. Garci mostr¨® en su programa la segunda y comparativamente menos conocida pel¨ªcula de Welles, El cuarto mandamiento, y j¨®venes que nunca la hab¨ªan visto salieron a la calle haci¨¦ndose cruces.
Welles, junto a Hitchcock, Eisenstein y Pasolini, es a mi juicio el artista que m¨¢s ha hecho por el porvenir del cine, una lengua en peligro de convertirse en muerta gracias a los que la trabajan sin saber hablarla. Gran parte del cine actual tiende a la jerga, al lenguaje simiesco o sincopado; unos pocos signos elementales bastan para hacerse entender ('comunicar' es demasiado decir) por un espectador al que se le fomenta la condici¨®n de primate. La ortograf¨ªa, la caligraf¨ªa del cine. ?Qu¨¦ ha pasado con ellas? Gadamer habl¨® de la m¨²sica como 'idioma planetario', pero otros fil¨®sofos m¨¢s cin¨¦filos es posible que aplicaran la definici¨®n al cine. Lo malo es cuando ese idioma ilimitado renuncia a usar todas las letras de su alfabeto, desconoce la variedad del l¨¦xico seg¨²n sea japon¨¦s o americano, olvida la existencia de una sintaxis regenerada por Bresson, Dreyer o Godard. Hoy en el cine se habla m¨¢s a voces que con voces.
Welles como gran ling¨¹ista, el ¨²nico del siglo capaz de manejar sofisticadamente la 'culta latiniparla' cinematogr¨¢fica a la vez que contaba historias de pasi¨®n o misterio o alta pol¨ªtica. Welles como ni?o prodigio histri¨®nico y persistente; a los 10 a?os se disfraz¨®, envejeci¨¦ndose con el maquillaje, de Rey Lear, y tres semanas antes de morir trataba de recaudar fondos con que filmar su Rey Lear. El dinero le acompa?¨® siempre como una sombra de la que quiso huir para poderlo despilfarrar en los placeres de la buena vida; por encima de todos puso el cine.
Hablando de dinero llegamos a Espa?a. No todo va a ser queja de nuestro pa¨ªs. Welles fum¨¢ndose un puro en la corrida, delante de Antonio Ord¨®?ez y de las c¨¢maras del No-Do franquista. El vino de Jerez y Welles. El folclore y la publicidad, dos concesiones frecuentes de este genio de las artima?as. M¨¢s all¨¢ del anecdotario, de los tablaos y las cenizas guardadas en la plaza de toros de Ronda, Espa?a fue importante para el cine de Welles. Al pr¨ªncipe destronado de Hollywood le dio cobijo, pero tambi¨¦n los medios y el paisaje, el soporte humano de sus obras maestras finales, Campanadas a medianoche y Una historia inmortal. Igualmente, los personajes del Quijote acompa?aron la vida errante del cineasta desde 1955, y el que la pel¨ªcula no se completase nunca tiene, mirado desde el lado del consuelo, algo quijotesco. Es excepcional, por otra parte, la riqueza y calidad de la bibliograf¨ªa espa?ola sobre ¨¦l, en la que destacan los libros Orson Welles, Espa?a como obsesi¨®n, de Juan Cobos, y Orson Welles, una Espa?a inmortal, de Esteve Riambau; este ¨²ltimo es responsable, junto con Carlos F. Heredero, del magn¨ªfico documental producido en su d¨ªa por Canal +. En su peculiar 'testamento', Welles habl¨® del 'inconquistado pa¨ªs que llamamos futuro'. ?l ya est¨¢ all¨ª, y ser¨ªa bueno que, siguiendo los rayos de su faro, trat¨¢ramos de conquistarlo para nosotros.
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