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El horror de Jedwabne

Adam Michnik

La publicaci¨®n del libro del profesor Jan Gross Los vecinos ha hecho que se plantee la pregunta de si los polacos asesinaron a los jud¨ªos juntamente con los alemanes. Es la tesis m¨¢s falsa y absurda que se puede inventar. El nazismo hitleriano y el comunismo sovi¨¦tico causaron heridas a todas las familias polacas. Esos dos totalitarismos exterminaron a tres millones de polacos y a otros tres millones de ciudadanos polacos clasificados por los nazis como jud¨ªos. Polonia fue el primer pa¨ªs que respondi¨® al chantaje nazi con un rotundo 'No', el primero que se opuso con las armas a la agresi¨®n hitleriana. El pueblo polaco jam¨¢s dio a pol¨ªticos como Quisling [Vidkun Quisling, pol¨ªtico noruego 1887-1945, jefe del Gobierno creado en Noruega en 1940 por los alemanes, muri¨® ejecutado. n.t.] Ni una sola unidad militar polaca combati¨® junto a las tropas del Tercer Reich. Los polacos, agredidos por los totalitarismos que concertaron el pacto M¨®lotov-Ribbentrop, combatieron desde el primero hasta el ¨²ltimo d¨ªa de la Segunda Guerra Mundial en los ej¨¦rcitos de los aliados. En la Polonia ocupada se organiz¨® un amplio movimiento de resistencia, surgi¨® una fuerte conspiraci¨®n armada y se realizaron innumerables actos de sabotaje contra los hitlerianos. Fue entonces cuando el primer ministro del Reino Unido rindi¨® homenaje a los polacos por su participaci¨®n en la batalla de Inglaterra, y el presidente de Estados Unidos dijo que los polacos eran la inspiraci¨®n del mundo. Esa admiraci¨®n no les impidi¨®, sin embargo, firmar con Stalin el acuerdo de Yalta que convirti¨® a Polonia en una nueva v¨ªctima. Se permiti¨® que Polonia cayese en las garras de Stalin. Los h¨¦roes del movimiento de resistencia fueron encerrados en el Gulag sovi¨¦tico y en las c¨¢rceles del comunismo polaco, acusados de ser enemigos del comunismo estaliniano. Todas esas circunstancias hicieron que se conformase una imagen singular de la historia del pa¨ªs: Polonia era percibida como una v¨ªctima inocente y noble de la violencia de sus enemigos, de la intriga extranjera.

Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, cuando en los pa¨ªses libres lleg¨® el momento de reflexionar sobre aquellas experiencias que fueron el nazismo y el holocausto, en Polonia se impuso el terror estaliniano que, durante muchos a?os, bloque¨® de manera eficaz el debate sobre el pasado, sobre el exterminio y el antisemitismo. Mientras tanto, las tradiciones antisemitas ten¨ªan en Polonia profundas ra¨ªces. En el siglo XIX, cuando no exist¨ªa el Estado polaco, la naci¨®n polaca moderna se conform¨® sobre la base de los v¨ªnculos ¨¦tnicos y religiosos, as¨ª como en oposici¨®n a los pueblos vecinos que manten¨ªan una actitud indiferente o, incluso hostil, frente a los sue?os polacos sobre la independencia. El antisemitismo -como en todos los pa¨ªses de la regi¨®n habitados por los jud¨ªos- serv¨ªa de aglutinante a la ideolog¨ªa nacionalista. Lo alimentaba tambi¨¦n la Administraci¨®n rusa, de acuerdo con la m¨¢xima divide et impera. En el periodo de entreguerras, el antisemitismo ya era un componente duradero y natural de la ideolog¨ªa de la derecha radical nacionalista. Fuertes acentos antisemitas se pod¨ªan encontrar tambi¨¦n en los pronunciamientos de los dignatarios de la Iglesia cat¨®lica polaca. Polonia, atrapada entre la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin, no sab¨ªa construir relaciones correctas con las minor¨ªas nacionales, incluida la comunidad jud¨ªa. Aunque en los a?os treinta Polonia, en comparaci¨®n con los vecinos totalitarios, a¨²n era un asilo relativamente apacible, los jud¨ªos ya se sent¨ªan discriminados y realmente lo eran, por culpa de la creciente algarab¨ªa de los grupos de choque antisemitas formados por estudiantes universitarios, como consecuencia del aislamiento al que estaban condenados en las aulas de las escuelas superiores y por culpa de los llamamientos que se repet¨ªan con creciente frecuencia a la organizaci¨®n de pogromos. Pero en los tiempos de la ocupaci¨®n hitleriana la derecha polaca nacionalista y antisemita, a diferencia que en la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos, no sigui¨® la senda de la colaboraci¨®n con los nazis, sino que particip¨® activamente en la resistencia antihitleriana. Los antisemitas polacos combatieron contra Hitler y algunos de ellos participaron incluso en las acciones de salvamento de jud¨ªos, a pesar de que arriesgaban as¨ª sus vidas. ?sta es una espec¨ªfica paradoja polaca: en la Polonia ocupada se pod¨ªa ser al mismo tiempo antisemita, miembro heroico de la resistencia antihitleriana y participante en las acciones de salvamento de los jud¨ªos.

Hace unos, a?os Jan Blonski, uno de los intelectuales polacos m¨¢s brillantes, public¨® en el semanario Tygodnik Powszechny [publicaci¨®n de la corriente tolerante, aperturista y dialogante del catolicismo polaco. n.t.] un ensayo sobre ese tema. Record¨® un llamamiento de la organizaci¨®n cat¨®lica Frente de Renacimiento de Polonia, que provoc¨® un gran revuelo cuando fue publicado en agosto de 1942. El texto del llamamiento lo escribi¨® Zofia Kossak-Szczucka, una novelista muy conocida. En el documento podemos leer:

'En el gueto de Varsovia, al otro lado del muro que lo a¨ªsla del mundo, varios cientos de miles de condenados esperan la muerte. Para ellos no hay esperanza de salvaci¨®n, no les llega ayuda de ninguna parte.

El n¨²mero total de jud¨ªos muertos rebasa ya el mill¨®n y esa cifra aumenta cada d¨ªa. El mundo observa ese terrible crimen, peor que todo lo que vieron hasta ahora los ojos del hombre, y guarda silencio. Los jud¨ªos que mueren se encuentran rodeados de Pilatos que se lavan las manos. No se puede tolerar m¨¢s ese silencio, porque, independientemente de sus motivos, es un silencio mezquino. Por eso nosotros, los polacos cat¨®licos, alzamos nuestra voz. Nuestros sentimientos hacia los jud¨ªos no han cambiado. No hemos dejado de considerarlos enemigos pol¨ªticos, econ¨®micos e ideol¨®gicos de Polonia. M¨¢s a¨²n, somos conscientes de que ellos nos odian m¨¢s a nosotros que a los alemanes, pero esos sentimientos de ellos no nos eximen del deber de condenar el crimen'.

Este extraordinario llamamiento, impregnado de nobleza y valent¨ªa y, al mismo tiempo, contaminado claramente por el antisemitismo, ilustra muy bien cu¨¢n parad¨®jica era la actitud de los polacos frente a los jud¨ªos que mor¨ªan. De acuerdo con la tradici¨®n antisemita se ve¨ªa en los jud¨ªos a unos enemigos, pero al mismo tiempo, de acuerdo con la tradici¨®n del hero¨ªsmo polaco, se exhortaba a acudir en su ayuda. Esa misma Kossak-Szczucka, ya despu¨¦s de la guerra, coment¨® aquella paradoja en la carta enviada a una amiga: 'En otra ocasi¨®n, en el Puente de Kierbedz [puente de Varsovia que cruza el r¨ªo V¨ªstula. n.t.], un alem¨¢n vio c¨®mo cierto polaco daba una limosna al ni?o de un jud¨ªo hambriento. Agarr¨® al polaco y le dijo que, si no tiraba inmediatamente al ni?o al r¨ªo, ¨¦l los matar¨ªa a tiros a los dos.

-No podr¨¢s ayudarle -se burlaba del polaco-, mientras que yo, de todos modos, lo matar¨¦. ?l no tiene derecho a estar aqu¨ª. T¨² puedes salvar la vida y marcharte si lo ahogas, o morir a tiros. Contar¨¦ hasta tres. Atenci¨®n. Uno..., dos....

El polaco no resisti¨®, se derrumb¨®, agarr¨® al ni?o y lo lanz¨® al agua. El alem¨¢n le dio unas palmadas en el hombro.

-Braver Kerl -cada uno sigui¨® su camino, pero dos d¨ªas m¨¢s tarde el polaco se suicid¨®'.

La vida de los polacos qued¨® marcada por ese estigma que suele dejar en los testigos de un crimen la certidumbre de que no pudieron hacer nada para impedirlo. As¨ª apareci¨® un trauma singular que se manifiesta siempre que se debate sobre el antisemitismo, las relaciones polaco-jud¨ªas y el holocausto. En el subconsciente de muchos polacos anida, sin duda, el recuerdo de que sus compatriotas ocuparon las viviendas abandonadas por los jud¨ªos que primero fueron arrastrados al gueto, y luego, asesinados por los alemanes.

La opini¨®n p¨²blica polaca tiene ideas muy diversas, pero casi todos los polacos reaccionan de manera muy dura, cuando algunas veces son acusados por jud¨ªos de que 'mamaron el antisemitismo con la leche de sus madres'. Y, sobre todo, cuando se les acusa de haber participado en el holocausto. Para los antisemitas, que no faltan en las zonas marginales de la vida pol¨ªtica polaca, esos ataques son una excelente justificaci¨®n para la tesis de que hay una conspiraci¨®n internacional jud¨ªa contra Polonia. Para la gente normal que se form¨® en los tiempos en los que la verdad era falsificada o se guardaba silencio en lo que concern¨ªa al holocausto, esas acusaciones son una humillante injusticia. Y precisamente para esa gente ha sido un gran choque el libro de Jan Tomasz Gross, Los vecinos, que revela la verdad sobre la matanza de mil seiscientos jud¨ªos en Jedwabne, un crimen cometido por manos polacas.

Es dif¨ªcil valorar la dimensi¨®n de ese choque. El libro de Gross ha provocado reacciones que pueden ser comparadas, por su temperatura, con las reacciones motivadas por el libro de Hanna Arendt Eichmann en Jerusal¨¦n. Arendt escribi¨® sobre la colaboraci¨®n de algunos c¨ªrculos jud¨ªos con los nazis: 'Las autoridades jud¨ªas eran informadas por Eichmann o sus subalternos sobre el n¨²mero de jud¨ªos que se necesitaban para llenar un tren. Tambi¨¦n elaboraban las listas de deportados. Los jud¨ªos se inscrib¨ªan en las listas, rellenaban cantidades enormes de formularios y respond¨ªan a las preguntas sobre sus bienes que conten¨ªan interminables p¨¢ginas de cuestionarios, con lo cual facilitaban la tarea de despojarlos de su patrimonio. Luego se reun¨ªan en los lugares indicados y se montaban en los trenes. Los pocos que trataban de esconderse o de huir eran cazados por una polic¨ªa jud¨ªa especial. Sabemos c¨®mo se sent¨ªan los funcionarios jud¨ªos, cuando se convirtieron en instrumentos del crimen -eran como los capitanes, 'cuyas naves corr¨ªan el peligro de naufragar, pero a pesar de ello consiguieron llegar al puerto deshaci¨¦ndose de gran parte de la carga' o, como los salvadores que 'por el precio de cien v¨ªctimas salvaron a mil personas, y por el precio de mil, a diez mil'.

Poco despu¨¦s los cr¨ªticos jud¨ªos constataron que, seg¨²n Hanna Arendt, los jud¨ªos hab¨ªan sido exterminados por los propios jud¨ªos.

Algunas reacciones polacas ante el libro de Gross fueron igualmente apasionadas. El lector normal polaco no estaba en condiciones de admitir que pudo suceder algo similar. Tengo que confesar que yo tampoco estaba en condiciones de cre¨¦rmelo y pensaba que mi amigo Jan Tomasz Gross hab¨ªa sido v¨ªctima de una mistificaci¨®n. Sin embargo, el crimen de Jedwabne, precedido por un pogromo bestial de los jud¨ªos, se produjo y es una carga para la conciencia colectiva de los polacos. Tambi¨¦n lo es para mi propia conciencia personal. El debate polaco sobre el suceso de Jedwabne se desarrolla desde hace ya varios meses. Es un debate serio, profundo y triste, a veces lleno de espanto, como si se hubiese impuesto a toda la sociedad la obligaci¨®n de soportar el peso de un horrendo crimen cometido sesenta a?os antes. Como se hubiese impuesto a todos los polacos la obligaci¨®n de confesar sus culpas y pedir perd¨®n.

Rechazo la culpa colectiva y tampoco acepto la responsabilidad com¨²n, con la excepci¨®n de la responsabilidad moral. Pienso en mi responsabilidad individual, en mi culpa. Estoy seguro de que no respondo por los criminales que prendieron fuego al granero de Jedwabne lleno de jud¨ªos. Tampoco pueden ser culpados de aquel crimen los habitantes de hoy de Jedwabne. Cuando alguien exige que confiese mi culpa polaca me siento tan herido como los vecinos del Jedwabne de hoy, acosados por periodistas del mundo entero. Pero, cuando o¨ªgo decir que el libro de Gross, que denuncia la verdad sobre el crimen de Jedwabne, es una mentira inventada por la conspiraci¨®n jud¨ªa contra Polonia, entonces siento c¨®mo crece en m¨ª el sentimiento de culpabilidad. Esas maniobras con las que hoy se intenta eludir la responsabilidad no son otra cosa que una justificaci¨®n del crimen de ayer.

Escribo este texto con mucha prudencia y mido cada una de sus palabras. Repito la frase de Montesquieu: 'Soy hombre gracias a la naturaleza; soy franc¨¦s gracias a una casualidad'. Tambi¨¦n yo, gracias a una casualidad, soy un polaco de ra¨ªces jud¨ªas. Casi toda mi familia fue v¨ªctima del holocausto. Mis seres m¨¢s queridos pudieron perecer en Jedwabne. Algunos de ellos eran comunistas o parientes de comunistas. Algunos eran artesanos y comerciantes. Entre ellos pudo haber tambi¨¦n alg¨²n rabino. Pero todos, seg¨²n las leyes de N¨²remberg del Tercer Reich, eran jud¨ªos. Por eso todos pudieron ser conducidos a empujones hasta aquel granero que luego fue incendiado por la mano de un criminal polaco. No me siento culpable de aquel crimen, pero s¨ª me siento responsable. No porque fuesen asesinados, ya que yo no pude hacer nada para impedirlo. Pero me siento responsable de que fuesen asesinados por segunda vez despu¨¦s de muertos, porque no fueron enterrados como seres humanos, no fueron llorados, no se revel¨® la verdad sobre aquel repugnante crimen, pero s¨ª se permiti¨® que durante decenios enteros se difundiese una mentira. Y de todo eso s¨ª me siento culpable. Por falta de imaginaci¨®n y de tiempo, por oportunismo y por pereza intelectual, no me formul¨¦ ciertas preguntas ni trat¨¦ de encontrar las correspondientes respuestas. ?Por qu¨¦? ?No luch¨¦ acaso siempre con tes¨®n por la revelaci¨®n definitiva de la verdad sobre el crimen de Katyn? ?No luch¨¦ acaso con tes¨®n porque se dijese la verdad sobre los procesos estalinianos, sobre las v¨ªctimas del aparato de represi¨®n comunista? ?Por qu¨¦ no busqu¨¦ tambi¨¦n la verdad sobre los jud¨ªos asesinados en Jedwabne? ?No lo hice por miedo a enterarme de lo terrible que fue la suerte corrida por los jud¨ªos en aquellos tiempos?

La chusma salvaje de Jedwabne no fue una excepci¨®n. En todos los pa¨ªses sometidos despu¨¦s del a?o 1939 por la Uni¨®n Sovi¨¦tica se cometieron terribles cr¨ªmenes contra los jud¨ªos en el verano y el oto?o de 1941. Los jud¨ªos mor¨ªan a manos de sus vecinos lituanos y letones, estonios y ucranianos, rusos y bielorrusos. Pienso que ha llegado el momento de que se descubra toda la verdad sobre aquellos terribles sucesos. Yo tratar¨¦ de dar mi aportaci¨®n.

Al escribir estas palabras siento una singular esquizofrenia, porque soy polaco y mi verg¨¹enza por el crimen de Jedwabne es una verg¨¹enza polaca, pero al mismo tiempo s¨¦ que, si entonces me hubiese hallado en Jedwabne, hubiese sido asesinado como jud¨ªo.

?Qui¨¦n soy? Gracias a la naturaleza soy hombre y respondo ante otros seres humanos por lo que hice y por lo que dej¨¦ de hacer. Gracias a mi elecci¨®n soy polaco y respondo ante el mundo por el mal cometido por mis compatriotas. Lo hago por elecci¨®n propia, no obligado por nadie, porque as¨ª me lo ordena mi conciencia. Pero al mismo tiempo soy jud¨ªo y siento una profunda comuni¨®n con aquellos que fueron asesinados por ser jud¨ªos. Pero precisamente porque veo las cosas as¨ª, tengo que decir que todo aquel que trata de sacar el suceso de Jedwabne del contexto hist¨®rico en que se produjo y de aprovechar el crimen para hacer generalizaciones y afirmar que as¨ª se comportaban los polacos, todos los polacos, es un mentiroso tan repugnante como aquellos que falsificaron la verdad sobre Jedwabne y la ocultaron tantos a?os.

Tambi¨¦n en Jedwabne pudo ocurrir que alg¨²n polaco salvase a su vecino jud¨ªo de las garras de los criminales que quer¨ªan asesinarlo. Hubo muchos vecinos polacos que se comportaron as¨ª. En la avenida de los 'Justos entre los pueblos del mundo' del Instituto Yad Vashem de Jerusal¨¦n, el bosquecillo formado por los ¨¢rboles que rinden homenaje a los salvadores polacos es muy espeso. Tambi¨¦n me siento responsable por las personas que murieron por salvar a jud¨ªos, tambi¨¦n me siento culpable, cuando leo tantas cosas en la prensa polaca y extranjera sobre los criminales que asesinaron a los jud¨ªos y se guarda un sordo silencio en el caso de aquellos que salvaban a los jud¨ªos. Los criminales, ?se merecen acaso m¨¢s fama que los Justos? El primado de la Iglesia cat¨®lica polaca y el presidente de la Rep¨²blica, el primer ministro y el rabino de Varsovia dijeron casi con las mismas palabras que el homenaje a las v¨ªctimas del crimen de Jedwabne deber¨¢ servir a la causa de la reconciliaci¨®n, en la verdad, entre polacos y jud¨ªos. Eso es tambi¨¦n mi mayor deseo.

Si no se lograse, yo tambi¨¦n me sentir¨ªa culpable de ello, sobre m¨ª tambi¨¦n recaer¨¢ parte de la responsabilidad.

Adam Michnik es director del diario polaco Gazeta Wyborcza.

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