Yo, Bush
La presidencia de George W. Bush no pod¨ªa haber empezado peor para el resto del mundo. El nuevo presidente primero decide cortarle los fondos de ayuda exterior a programas que contemplen el aborto voluntario. Manda el mensaje de que, pase lo que pase, va a desarrollar un sistema antimisiles. Bombardea Irak, en una demostraci¨®n de in¨²til fuerza. Expulsa a 50 esp¨ªas rusos. Se desdice de lo que hab¨ªa prometido en su campa?a electoral y hab¨ªa firmado (con reparos) la Administraci¨®n precedente e incluso la suya propia unos d¨ªas antes en una reuni¨®n del G-8, abandonando el Protocolo de Kioto, ¨²nico marco internacional de regulaci¨®n de las emisiones de gases t¨®xicos. Todo esto es grave en s¨ª, y m¨¢s a¨²n si se acent¨²a que la Administraci¨®n no se considera heredera de los pactos internacionales que contrajo la precedente. Pues la ruptura del principio de pacta sund servanda puede llevar al mundo al caos y este unilateralismo tener consecuencias indeseadas incluso para EE UU.
Luego est¨¢ el incidente con China por el avi¨®n esp¨ªa que tuvo que aterrizar de emergencia en la isla de Hainan. Con este regalo ca¨ªdo del cielo, los chinos se toman una revancha por el bombardeo de su Embajada en Belgrado. Pero, sobre todo, demuestran que son importantes, que pueden plantar cara a Washington y poner simb¨®licamente en duda el mundo unipolar, y por eso lo que han pedido como prioridad es un gesto, justamente simb¨®lico: una excusa formal de EE UU. Ahora bien, si hay una enorme diferencia en el uso del tiempo entre un pa¨ªs y otro, en el fondo, han chocado dos voluntades muy parecidas entre s¨ª, y diferentes al resto del mundo. Pues EE UU y China, como se?ala Carlos A. Zald¨ªvar en su libro Al contrario, son dos potencias que optan por lo bueno (para cada uno de ellas) frente a lo justo (como lo entienden los dem¨¢s). De ah¨ª la negativa a Kioto y a otros acuerdos internacionales.
Con el incidente del avi¨®n ha quedado visible algo que el candidato a candidato republicano George Bush ya apuntaba en oto?o de 1999 al hablar de China como 'competidor estrat¨¦gico', y que en un futuro puede llevar a una confrontaci¨®n, s¨®lo que sin ideolog¨ªa interpuesta, y por tanto peor. La b¨²squeda de un enemigo para cohesionar externa e internamente Estados Unidos es una pol¨ªtica peligrosa, especialmente cuando esta Administraci¨®n parece no s¨®lo haberle cogido gusto a ser ya la ¨²nica hiperpotencia, sino que quiere preservar esa posici¨®n. Le falta auctoritas para ser un l¨ªder, pero mandar, ?vaya si quiere mandar!
?Qui¨¦n manda? ?sa es otra inc¨®gnita de la nueva ecuaci¨®n. Pues cuando habla Bush no se sabe a¨²n en nombre de qui¨¦n lo hace. Preside una estructura de poder, pero ?la gobierna o va a gobernarla? La decisi¨®n sobre el Protocolo de Kioto refuerza la imagen de una Administraci¨®n, SA, abierta y permeable a la influencia de los diferentes grupos de presi¨®n, o que est¨¢ devolviendo favores a las industrias que apoyaron a Bush durante la car¨ªsima campa?a electoral.
Dentro de la Administraci¨®n, los que parecen llevar las riendas son el presidente Richard Cheney y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, ambos veteranos de la guerra fr¨ªa, ambos ex jefes del Pent¨¢gono y ambos demasiado vinculados a las grandes SA. Si hay algo de biso?ez en todo esto -y los tiempos de 100 d¨ªas de luna de miel se han acabado en el mundo tanto como la calidad del liderazgo- tambi¨¦n hay mucho de arrogancia. Todos los signos precursores apuntaban hacia tal actitud, y hacia una divergencia creciente de intereses (incluida la pol¨ªtica hacia China) con una Europa que tiene el rabo metido entre las piernas. Aunque, por desgracia, la UE tampoco puede hacer mucho m¨¢s. Le falta capacidad y voluntad de autonom¨ªa. En Macedonia ha demostrado que puede pesar, y en Oriente Pr¨®ximo est¨¢ intentando llenar una parte del hueco de la pol¨ªtica de distanciamiento de esta Administraci¨®n Bush. Es de esperar que la Administraci¨®n Bush, ante su objetivo central -la reelecci¨®n de W. en noviembre de 2004-, cuaje y se atempere. Que no sea lo que ahora parece. aortega@elpais.es
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