Trabajos malolientes
Hace tiempo que sabemos que las endrinas (los aranes, como dicen en ?lava) de nuestro pachar¨¢n vienen de Ruman¨ªa. Tampoco es un secreto que el pescado nos llega por el mayor puerto mar¨ªtimo de Euskadi: el aeropuerto de Foronda. Pero el derrumbe de nuestras tradiciones gastron¨®micas alcanza incluso a los recursos humanos: seg¨²n dice la prensa, la flota de bajura vasca encuentra cada vez m¨¢s problemas para completar tripulaciones con personal nativo, de modo que han empezado a llegar a los puertos de la costa contingentes de marineros peruanos. Poco se ha hablado de esta forma de inmigraci¨®n que tanto va a cambiar el color local. Las melanc¨®licas estampas costumbristas de Txomin Agirre, las sentidas novelas de marineros que escribi¨® Baroja, quedar¨¢n como testimonio de otro tiempo. Ahora son aires incaicos los que se respiran junto a la d¨¢rsena.
Que nos vamos haciendo europeos (europeos de verdad) se demuestra en una cosa: nos repugnan los trabajos m¨¢s duros. Si hace unas pocas d¨¦cadas a¨²n ¨¦ramos pastores, marineros o trabajadores de los hornos, ahora el bienestar nos encandila y aspiramos a un razonable est¨¢ndar europeo. Aqu¨ª uno re¨²ne malamente cuatro euros y se lanza a conquistar un adosado. Siguen siendo necesarios hombres esforzados que trabajen con sus manos, pero nosotros preferimos el razonable confort de la oficina.
El paisaje vasco va a dar paso a una nueva estampa: el de las abigarradas urbes europeas. La basura la recoger¨¢n para nosotros inmigrantes de Nigeria. Se lanzar¨¢n al duro mar peque?os y laboriosos peruanos. Barrer¨¢n nuestras calles magreb¨ªes y de los mercados nos traer¨¢n la fruta, muy de madrugada, guineanos o ecuatorianos. Los ladrillos de las casas quedar¨¢n a cargo de peonadas b¨²lgaras o bosnias. Limpiar¨¢n los aseos p¨²blicos turcos o argelinos. Las forjas se llenar¨¢n de marroqu¨ªes y las canteras de eslovacos. Todo eso por no hablar de ciertas brasile?as y dominicanas, proletariado sexual dedicado a satisfacer nuestra lujuria: nos hacen el trabajo m¨¢s sucio de todos.
Nosotros a lo nuestro: generar bases de datos, crear p¨¢ginas web, adoptar decisiones estrat¨¦gicas, dise?ar productos financieros. Otros se encargar¨¢n de limpiarnos la caca, endurecerse las manos y madrugar a horas inconcebibles. Hasta el pat¨¦tico ej¨¦rcito espa?ol va a recurrir de nuevo al mercenario para cubrir sus plazas con aventureros mal pagados, venidos de todas partes, tiznados de cualquier color. S¨ª, nosotros a lo nuestro mientras los senegaleses recogen las hojas de los parques, y las colombianas cuidan a nuestros ni?os, y las filipinas limpian los fregaderos y planchan las corbatas de seda. Nosotros a lo nuestro, en una impl¨ªcita reproducci¨®n de una sociedad racista, donde los adaptados son nativos y los reci¨¦n llegados se quedan con el trabajo maloliente (strictu sensu).
Va a ser una sociedad muy triste, porque har¨¢n falta un par de generaciones hasta que se suscite cierta permeabilidad social y los nietos de guineanos lleguen a ser ingenieros y los nietos de las filipinas accedan a las concejal¨ªas. Va a ser una sociedad triste porque los que ahora llegan, irremediablemente, se ocupar¨¢n de hacer esos trabajos que nosotros ya no vemos ni en pintura. En unas cuantas d¨¦cadas la sociedad filtrar¨¢ a unos y otros en funci¨®n de su val¨ªa, pero nosotros ya no estaremos para verlo.
Va a ser un poco triste, s¨ª: nosotros comi¨¦ndonos todo el pescado que capturen, bebi¨¦ndonos las copas que nos sirvan, vistiendo los calzoncillos que nos laven, nosotros paseando los domingos por esas avenidas que ellos adecenten por la noche. Me da un poco de verg¨¹enza, claro, y por eso sue?o con lo que acaso no ver¨¢ esta generaci¨®n: vecinos negros, burguesotes, que trabajen de abogados y te den en el ascensor los buenos d¨ªas o gerentes de impronta amerindia que jueguen al golf o tengan un amarre en el puerto deportivo. De momento conviene recordar la raz¨®n por la que llegan: no s¨®lo porque quieren progresar, sino porque nosotros somos demasiado delicados y ya no queremos limpiarnos las letrinas ni trabajar en los intestinos del sistema. Hasta habr¨ªa que darles las gracias por el marr¨®n que van a echarse encima, y pedirles perd¨®n por traerlos en pateras.
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