Gente que camina
En Madrid hay ahora mismo m¨¢s sitio para ejercitar el coche que para ejercitar las piernas. Pese a ello, las piernas contin¨²an vigentes. La mayor¨ªa de las personas que conozco se pasan siete u ocho horas sentadas a una mesa, moviendo los brazos y los labios con las piernas paralizadas debajo del tablero. Cuando abandonan la mesa, apenas dan unos pasos hasta el coche, donde las piernas continuar¨¢n pr¨¢cticamente quietas. Otro ¨®rgano con menos talento ya se habr¨ªa atrofiado, pero las piernas contin¨²an misteriosamente h¨¢biles. Mucha gente no se da cuenta de que tiene piernas hasta que se jubila y comienza a moverlas. Cuando vas a los sitios caminando, descubres una dimensi¨®n de la realidad que no se percibe desde el coche, ni siquiera desde el autob¨²s. Quiero decir que ves gente que camina. Al principio no es f¨¢cil distinguir a los que andan de los que se mueven, pero si prestas atenci¨®n, la mirada se acostumbra a la oscuridad y enseguida comprendes las diferencia entre una cosa y otra.
?Y a d¨®nde va toda esa gente solitaria? No va a ning¨²n sitio. S¨®lo ha salido a utilizar las piernas. Hay individuos que durante los dos primeros a?os de su jubilaci¨®n recorren andando m¨¢s kil¨®metros que durante toda su vida pasada. Lo sorprendente es que las piernas les responden, y no s¨®lo les responden, sino que mejoran con el uso. El problema, ya digo, es d¨®nde usarlas. Los peri¨®dicos deber¨ªan publicar itinerarios urbanos con el mismo esp¨ªritu con el que publican excursiones a la sierra. Desde la iglesia de los jesuitas de Serrano, por ejemplo, hasta Cibeles hay unos 25 minutos caminando. Mucha gente cree que las distancias entre las calles son enormes porque uno de los problemas que conlleva el no andar es que se pierde la noci¨®n de las cosas m¨¢s elementales. Una vez que se comienza a usar las piernas se descubre que todo est¨¢ m¨¢s cerca de uno mismo de lo que cre¨ªamos. El coche enga?a m¨¢s que la vista.
Las autoridades a¨²n no se han enterado de que en Madrid hay gente que camina, es decir, gente que utiliza las piernas. Si lo supieran, pondr¨ªan paneles en las calles destacando las v¨ªas por las que es m¨¢s sencillo hacerlo y el tiempo estimado en llegar de un sitio a otro. A los que corren se les distingue enseguida por el pantal¨®n corto y el jadeo, pero la gente que camina es secreta. Por otra parte, ya hemos dicho que no todos los que se desplazan caminan.
El que camina distingue al que camina como un fantasma distingue a otro. La semana pasada, desde El Corte Ingl¨¦s de Princesa hasta Bilbao, cont¨¦ siete personas que hab¨ªan salido a utilizar las piernas. Lo bueno es que al poco de ponerse en funcionamiento las piernas se activan los neurotransmisores tambi¨¦n y empiezas a comprender cosas que hasta el momento se te hab¨ªan mostrado opacas. En ese sentido, la gente que camina tiene cierto peligro, pues es casi imposible utilizar las piernas sin utilizar la cabeza: una cosa conduce a la otra y, de s¨²bito, te das cuenta de que la ciudad est¨¢ completamente equivocada. No es que haya cosas peores o mejores: es que est¨¢ todo mal. La ciudad ha devenido en un artefacto insoportable cuyo ¨²nico objeto es enriquecer a los fabricantes de coches y a las compa?¨ªas petrol¨ªferas. A lo mejor, ni eso. No es necesario que el disparate tenga un sentido, ni siquiera un sentido malo. Lo cierto es que en un momento determinado las cosas se empezaron a torcer y nadie ha sabido c¨®mo detener esa ca¨ªda.
Sin embargo, hay ciudades en las que se est¨¢ poniendo freno al deterioro. Son aquellas en las que las autoridades se han atrevido a trabajar a favor de las piernas y en las que se ha cerrado al tr¨¢fico el centro hist¨®rico, algo es algo. En estas ciudades, la gente, al recuperar el uso de las extremidades inferiores, ha recuperado tambi¨¦n, curiosamente, el de la cabeza, descubriendo a la par el mundo de las ideas y el de la arquitectura. En Madrid, hace a?os que no hay una sola idea. La met¨¢fora perfecta de nuestra vaciedad es ese socav¨®n de 70 metros cuadrados que hace un par de semanas se abri¨® en plena M-30. El asfalto es un decorado, las fachadas son un decorado, el ayuntamiento es un decorado. No es que las cosas est¨¦n mejor o peor, insisto, es que no est¨¢n. Pero en medio de toda esa nada atroz, sales a pasear y de s¨²bito, cuando los ojos se acostumbran a la oscuridad, ves gente que camina con una determinaci¨®n admirable entre la gente que simplemente se mueve o va de compras. De momento no pasan de ser presencias fantasmales, quim¨¦ricas, aunque tienden a corporeizarse a una velocidad de v¨¦rtigo. Cualquier d¨ªa nos dan una sorpresa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.