El guardi¨¢n entre el centeno
Lean la incre¨ªble historia de este hombre que fue el primer hippy y el ¨²ltimo mohicano. Su nombre es Jos¨¦ Luis Gillu¨¦ y pas¨® su infancia en la Protecci¨®n de Menores de Mollet del Vall¨¨s ('la prote', la llama ¨¦l, aunque hoy ya no existe). A los 18 a?os el Estado dej¨® de mantenerle y tuvo que buscarse una casa y la vida.
Colindante con Mollet del Vall¨¨s, est¨¢ el municipio de Gallecs. ?Se acuerdan ustedes de lo de Gallecs? En la d¨¦cada de 1970 el municipio fue expropiado para construir una gran ciudad dormitorio. Pero los vecinos estaban cabreados (todav¨ªa lo est¨¢n) y Franco muri¨®, de manera que al final no se construy¨® nada. Los propietarios esperaban que durante la transici¨®n, sus mas¨ªas y sus tierras les ser¨ªan devueltas. Pero no. El territorio pas¨® a ser del Incasol, de manera que hoy pertenece a la Generalitat. Legalmente sigue siendo suelo urbanizable. Y suelo apetecible, por supuesto. Cerca de Barcelona y bien comunicado. Hoy, en 2001, los que se negaron a irse siguen viviendo all¨ª, al lado de las casas abandonadas.
Gallecs fue un pueblo m¨ªtico que se opuso a la expropiaci¨®n franquista. Hoy pertenece al Incasol y sigue inexpropiado
A 10 metros de 'la prote' estaba Can Ros, una de las mas¨ªas expropiadas, de manera que a Jos¨¦ Luis enseguida se le ocurri¨® ir a vivir all¨ª. La ocup¨® sin k, es decir, por necesidad, no por ideolog¨ªa. Pronto vinieron otros cinco ex compa?eros de infancia. Se repartieron las habitaciones. Pintaron la casa. Plantaron marihuana. Uno de ellos, que era inventor, construy¨® una alarma conectada al radiocasete. El ladr¨®n de hierba pisaba un hilo de pescar que pon¨ªa en marcha La Nit de Sant Joan a todo volumen. ?Se lo imaginan?
No ten¨ªan agua corriente, as¨ª que lo siguiente que hicieron fue ir al pueblo a hablar con el pocero. Para hacer un pozo, el zahor¨ª profesional debe caminar con una varita de junco, doblada, como si fuera un manillar. Cuando la vara se mueve, es que hay agua debajo. El pocero vino bebido. 'Molina, ?se ve capaz?', preguntaban los chicos de Can Ros. Y Molina daba tumbos y dec¨ªa que s¨ª con el junco en la mano hasta que de la misma borrachera se cay¨® al suelo. '?Es aqu¨ª!', farfull¨® se?alando el lugar donde se hab¨ªa ca¨ªdo. '?Seguro, Molina?', preguntaban ellos. Pero Molina ya roncaba. Le apartaron, cavaron y encontraron el agua.
Pronto las otras casas tambi¨¦n fueron ocupadas, con el l¨®gico malestar de los propietarios que no se fueron. Dicen que lo peor no es que los hippies esos les robaran melones, sino que se los robaran en pelotas. Porque esta vez, los que vinieron s¨ª eran hippies con ideolog¨ªa, es decir, con padres. Hoy he ido con Jos¨¦ Luis hasta una de las mas¨ªas, Casa Nova, la que se adivina en la foto.
Sentados en la era, me ha contado todo esto; que los de Can Ros alucinaron con sus nuevos vecinos, que eran de un grupo de teatro asambleario, La Farinera. Llevaban el pelo largo. 'No como nosotros', explica, 'que parec¨ªamos Los Chichos'. Se pasaban el rato haciendo estiramientos. Para ellos ir vestido era 'ser facha'.
Por fin, un d¨ªa, los de Casa Nova les invitaron a una fiesta. '?Hoy ligamos!', se dijeron los hu¨¦rfanos mientras se arreglaban para salir (es decir, mientras se desnudaban para salir). Las del grupo de teatro eran, de hecho, las primeras mujeres que conoc¨ªan. Al final, la fiesta acab¨® en org¨ªa. Jos¨¦ Luis recuerda 'aquella casa de tres plantas, inmensa, con m¨¢s de 60 personas jugando al teto por los rincones'.
En esa ¨¦poca les visitaba otro ex compa?ero de 'la prote'. 'Me acuerdo que trabajaba en las Siliconas Hisp¨¢nicas y nos tra¨ªa patitos de goma y cosas as¨ª', dice Jos¨¦ Luis. El chico ve¨ªa a las mujeres cocinando desnudas y no se lo pod¨ªa creer. '?Pero no hac¨¦is nada con ellas?', tartamudeaba. Una de las chicas acababa de leer ese cap¨ªtulo de Las ense?anzas de Don Juan, de Carlos Castaneda, donde Don Juan le dice al autor que debe buscar su sitio en la caba?a y que cuando lo haya encontrado lo notar¨¢. La pobre se lo tom¨® a pecho y cada noche dorm¨ªa en una habitaci¨®n distinta. Pero el de las siliconas crey¨® que la muchacha estaba 'colectivizada', as¨ª que un d¨ªa tambi¨¦n se desnud¨® y la esper¨® en la cama. '?Qu¨¦ haces en mi habitaci¨®n?', le pregunt¨® ella. 'Es que hoy me toca a m¨ª', respondi¨® de buena fe. El patito y ¨¦l durmieron en el pasillo.
Por la casa pas¨® mucha gente. Por ejemplo, mis 50 mejores amigas y yo, que ¨¦ramos menores. Un americano de Minneapolis que ten¨ªa una silla ergon¨®mica y cultivava semillas de soja. 'Era muy adelantado', explica Jos¨¦ Luis. Daba clases de ingl¨¦s a todos los vecinos, pero los de Can Ros siempre estaban fumados y no aprend¨ªan nada. 'Pronunci¨¢bamos mal a prop¨®sito, como en Amarcord. Tambi¨¦n vino una separada y se apalanc¨®, pero despu¨¦s iba echando a todo el mundo de sus habitaciones y tambi¨¦n se las quedaba ella', a?ade. Vino un padre que buscaba a su hija. 'No le dijimos que estaba en otra casa'. Otra vez se acerc¨® uno que ten¨ªa piojos pero no los mataba porque hab¨ªa estado en la India. 'Nos dec¨ªa: no os preocup¨¦is, que los tengo amaestrados, de mi cabeza no salen'.
Casa Nova ha estado ocupada siempre. Primero hippies, despu¨¦s yonquis y hoy inmigrantes sin papeles.
Jos¨¦ Luis, al final, se lig¨® a una de mis 50 mejores amigas, Maribel. Se casaron. Viven en Parets. Ella dirige obras de teatro en la comarca. ?l es jardinero. Sigue leyendo mucho. Ahora, su autor preferido es Enrique Vila-Matas. Fueron buenos tiempos.
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