Nicole Kidman defiende un 'videoclip' musical hueco y parasitario
'Moulin Rouge' abre un austero concurso
La plagiaria Moulin Rouge es toda una pel¨ªcula de autor, por parad¨®jico que parezca. S¨®lo puede ser obra -o, si se afila la lengua, fechor¨ªa- de Baz Luhrmann. Brota por los cuatro costados de su dorado naufragio la tinta de la escritura, el latigazo de la fusta directora y, sobre todo, el despliegue de la secuencia en vertiginosas y apretadas s¨ªntesis de jugueteos visuales propios del spot publicitario y el videoclip musical, formatos -que no formas- con los que el cineasta australiano quiere, y por ahora no puede, construir el armaz¨®n de una verdadera forma f¨ªlmica.
Con s¨®lo tres pel¨ªculas es Luhrmann un principiante casi veterano. Est¨¢ ahora enrolado en la producci¨®n marginal de los estudios de Hollywood y su cine sobre el papel ofrece un modelo de pel¨ªcula innovador y sugerente, pero sobre la pantalla esa su potencial originalidad y riqueza se le desinfla y adocena.
Se intu¨ªa todo esto en su m¨¢s humilde y mejor obra, la in¨¦dita en Espa?a Strictly ballroom; cantaba sonoramente en las petulantes y cursilonas oquedades del Romeo + Julieta donde hace cuatro a?os embarc¨® a Leonardo Di Caprio; y vuelve a cantar, y clamorosamente, en los delirantes retorcimientos de c¨¢mara de Moulin Rouge, que distorsionan y, por tanto, envilecen todas las interrelaciones de los int¨¦rpretes, que, sin embargo, componen un buen reparto, que logra salvar la credibilidad del incre¨ªble tinglado y lo hace finalmente visible, a no ser que el espectador no se haya derrumbado a mitad de pel¨ªcula, mareado por el bombardeo de los fren¨¦ticos vaivenes del foco, por el chorreo de deformaciones ¨®pticas y por las continuas aceleraciones y frenazos de los ritmos de montaje.
Pero la moda de una pantalla acelerada a ritmo discotequero parece ser consustancial con el cine llamado posmoderno y ¨¦ste es un seguro indicio de que Moulin Rouge provocar¨¢ el consabido revuelo en los gallineros de la modernez. Y una llamada de atenci¨®n: en el jurado suena el c¨¦lebre nombre de Terry Gilliam, sumo pont¨ªfice de la tramposa confusi¨®n, reinante en este tipo de pel¨ªculas, entre exceso y exageraci¨®n, por lo que el d¨ªa final de los premios entra en lo posible que tengamos que volver a hablar de esta pretenciosa y hueca pel¨ªcula, que invade desp¨®ticamente la pantalla y, con ¨ªnfulas de exquisitez y de pureza art¨ªstica, nos cuela de rond¨®n un filme interiormente vac¨ªo y endeble, mal organizado o, peor a¨²n, enga?osamente bien organizado.
Megaloman¨ªa
Como de costumbre en estos diluvios de im¨¢genes mitad plagiarias y mitad desp¨®ticas, que anulan la libertad del espectador al privarle de tiempos de tregua atencional y de reposo cr¨ªtico, que le permitan meditar y arrojar luz sobre lo que sus ojos y sus o¨ªdos se est¨¢n tragando sin posibilidad de respuesta, son los int¨¦rpretes los principales apaleados por la megaloman¨ªa del director, quienes con m¨¢s pasi¨®n defienden algo que, sin percibirlo as¨ª, disminuye su talento porque da?a a su libertad. Nicole Kidman, Ewan McGregor, John Leguizamo, Jim Broadvent y Richard Roxburgh luchan con calor, a veces incluso con abnegaci¨®n, por estas im¨¢genes que a veces van contra ellos, que maniatan y amordazan su elocuencia gestual y verbal, y hacen flotar heroicamente el celuloide de un naufragio imaginario al que s¨®lo ellos dan calidad de carne y r¨¢fagas de verdad.
Babelia
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