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Reportaje:LOS TALIB?N CONDENAN A LAS AFGANAS A LA MISERIA | MUJERES

Fantasmas azules

?ngeles Espinosa

Zohra pide limosna en el centro de Kabul. No tiene otra forma de sustento. Es viuda. Uno de sus hijos result¨® muerto en alg¨²n momento de la guerra que desde hace 23 a?os desangra Afganist¨¢n. El otro se encuentra en prisi¨®n. 'Los talib¨¢n', dice en un susurro mientras aprieta mi mano. Vive con su nuera y cinco nietos. Ninguna de las dos puede trabajar. Son mujeres. Es la ley impuesta por los nuevos se?ores del pa¨ªs, una milicia de fan¨¢ticos religiosos que aplica una estricta interpretaci¨®n del islam.

Agradecida por unas m¨ªseras pesetas, Zohra se levanta el burqa y me abraza. Bajo el velo encuentro una mujer consumida que aparenta 20 a?os m¨¢s de los 40 que declara. Dos d¨¦cadas largas de conflicto armado han dejado en el camino muchas mujeres sin marido, como Zohra. S¨®lo en Kabul, las agencias humanitarias estiman que viven 100.000 viudas de una poblaci¨®n total cercana al mill¨®n de habitantes. Eso significa que casi la mitad de las familias de la capital tienen como cabeza de familia a una mujer.

Vetadas para el trabajo (salvo en casos excepcionales y en entornos exclusivamente femeninos), est¨¢n condenadas a la miseria. Muchas sobreviven gracias a las panader¨ªas subvencionadas por el Programa de Alimentaci¨®n Mundial (PAM). 'Dan de comer a pr¨¢cticamente un tercio de la poblaci¨®n de Kabul', asegura una funcionaria de la ONU. Dos centenares de hornos por toda la capital reciben el grano gratis para poder vender la pieza de pan (400 gramos) a 2.500 afganis (unas seis pesetas). Veintiuno est¨¢n gestionados por cooperativas de mujeres y abastecen s¨®lo a mujeres.

Prohibido re¨ªrse

'Cuando, el pasado junio, un decreto prohibi¨® que las afganas trabajaran con las ONG y agencias de la ONU, esas 21 panader¨ªas tuvieron que cerrar, pero s¨®lo por un d¨ªa; r¨¢pidamente las autoridades se percataron de que eran 6.000 familias las que se quedaban sin pan y dieron marcha atr¨¢s con la excusa de que el edicto 'no alcanzaba a las cooperativas', explica la misma fuente.

No s¨®lo es el trabajo. Las mujeres tienen prohibido asistir a los centros oficiales de ense?anza de cualquier nivel. Tampoco pueden acudir a la consulta de un m¨¦dico var¨®n, aun cuando en su lugar de residencia no haya una mujer m¨¦dico. Ni siquiera se les permite salir a la calle sin la escolta de un pariente masculino, e incluso en ese caso est¨¢ prohibido que lo hagan sin burqa, esa especie de tienda de campa?a individual que les cubre de la cabeza a los pies, con un leve enrejado a la altura de los ojos, y las convierte en fantasmas azules (el color predominante en las calles de Kabul).

Los decretos del emirato isl¨¢mico que los talib¨¢n han instaurado en Afganist¨¢n han llegado hasta prohibir que las mujeres se r¨ªan o hagan ruido al andar. Y, sin embargo, ante una enfermedad grave, hasta los talib¨¢n llevan a sus esposas al m¨¦dico. En algunos lugares han empezado a surgir 'escuelas espont¨¢neas' para ni?as dentro de los hogares. En todos los casos se exponen a la humillaci¨®n y la reprimenda de los maruf -una especie de polic¨ªa religiosa que depende del Ministerio para la Promoci¨®n de la Virtud y la Prevenci¨®n del Vicio-, cuando no al encarcelamiento de las dar al tadih, o casas de rehabilitaci¨®n, un eufemismo para referirse a las c¨¢rceles femeninas.

'No es s¨®lo el burqa; la inseguridad jur¨ªdica y las restricciones son a¨²n peor', asegura Mahbooba, una joven de 19 a?os que, a ra¨ªz de la entrada de los talib¨¢n en Kabul (1996), huy¨® con su familia al vecino Pakist¨¢n. 'Si pudiera acudir a la universidad para estudiar medicina, no me importar¨ªa llevar el burqa, aunque no es lo que deseo; yo antes me vest¨ªa con ropas occidentales, como las tuyas, ahora incluso aqu¨ª, en Pakist¨¢n, tenemos mucha presi¨®n', relata nost¨¢lgica de su pa¨ªs.

'Esos tipos est¨¢n obsesionados con la separaci¨®n de sexos y la vestimenta isl¨¢mica', manifiesta Marco Garitti, cirujano de Emergency, una ONG italiana que acaba de abrir un hospital para heridos de guerra en Kabul. Garitti se ha enfrentado a las trabas sexistas del Ministerio de Salud. 'Quer¨ªan que tuvi¨¦ramos dos quir¨®fanos separados para hombres y mujeres', cuenta todav¨ªa incr¨¦dulo. Admite que han tenido que hacer algunas concesiones, como poner un muro separador en la sala de admisiones o en la unidad de cuidados intensivos. Adem¨¢s de varias enfermeras, uno de los tres m¨¦dicos locales que han contratado es una mujer. 'Inevitablemente tiene que atender a hombres; hace guardias como todos', asegura Garitti, quien no ha encontrado resistencia por parte de las f¨¦minas a las que atiende. A¨²n as¨ª, guardan las formas. 'Si alguien les fuera con el cuento de que no respetamos las reglas, nos cerrar¨ªan el hospital', concluye seguro de que les vigilan.

En medios oficiales se insiste en que no han sido los talib¨¢n los que han inventado el burqa. 'Ya exist¨ªa cuando nosotros llegamos', asegura Yahan Mir, un joven colaborador del Ministerio de Asuntos Exteriores. 'Es una ropa tradicional de nuestro pa¨ªs, y la mayor¨ªa de las mujeres no tienen ning¨²n problema en usarlo'. Mir reconoce, sin embargo, que 'hay una minor¨ªa que se opone: las mujeres influenciadas por la ideolog¨ªa sovi¨¦tica que nos trajo el r¨¦gimen comunista'.

La voz de las refugiadas

'El burqa es un s¨ªmbolo. Tal vez no sea la principal preocupaci¨®n de los hombres de este pa¨ªs, pero s¨ª que lo es para las mujeres educadas', responde por su parte un alto funcionario de la ONU que ha tenido ocasi¨®n de escuchar las quejas de juezas, doctoras y profesoras universitarias que hoy viven encerradas en sus casas para evitar la humillaci¨®n de los maruf. Es innegable que el burqa tiene una ra¨ªz local, pero resulta m¨¢s discutible su aceptaci¨®n generalizada. La oposici¨®n a ese velo no s¨®lo procede de las ¨¦lites educadas urbanas. Las mujeres de las tribus del norte (tayikas, hazaras, etc¨¦tera), nunca se han tapado la cara y siguen sin hacerlo. Lo que Mir no dice es que se trata de una cobertura tradicional entre los pashtunes, la etnia mayoritaria de Afganist¨¢n y de la que ha surgido la milicia de los talib¨¢n a la que ¨¦l pertenece.

Las estrictas normas que rigen la presencia de extranjeros en Afganist¨¢n hacen muy dif¨ªcil comprobar el grado de rechazo al burqa: tanto periodistas como empleados de organizaciones humanitarias tienen prohibido entrar en domicilios de afganos.

Con mayor libertad se expresan las afganas refugiadas en Pakist¨¢n. All¨ª, en los campos de refugiados, conviven todas las etnias que pueblan Afganist¨¢n (13 principales). En el centro de distribuci¨®n de comida de Nuevo Shamsatoo, el grupo de mujeres que espera su raci¨®n es un peque?o muestrario. Un tercio de ellas no lleva burqa, sino los vestidos coloristas de las campesinas del Norte y un pa?uelo a la cabeza. 'En nuestro pueblo nunca hemos usado burqa', responde sorprendida por la pregunta una mujer procedente de Shamalina, en el Norte. Las que esperan totalmente tapadas son invariablemente pasht¨²n. 'No, no queremos dejar de usar el burqa, es nuestra tradici¨®n, y aunque vivamos en Pakist¨¢n mantendremos el purdah', asegura Rahmatula Sha, de 45 a?os. 'No tenemos ning¨²n problema con cubrirnos de acuerdo con los preceptos isl¨¢micos; somos musulmanas y conocemos nuestros deberes religiosos y tambi¨¦n nuestros derechos', explica por su parte Fatana Gailani, directora del Consejo de Mujeres Afganas, (AWC, en sus siglas inglesas). Esta ONG afgana, ganadora, entre otros, del Premio Pr¨ªncipe de Asturias a la Cooperaci¨®n Internacional (1998) trabaja por la educaci¨®n, la salud y los derechos humanos de los afganos, con especial atenci¨®n a las mujeres. 'Nos imponen el burqa en nombre del islam, pero no lo aceptamos porque no est¨¢ ni en el Cor¨¢n ni en nuestra religi¨®n. La mujer musulmana debe cubrirse, pero ese velo nos ha sido impuesto por los hombres del Kal¨¢shnikov', concluye con la misma energ¨ªa con la que lleva 23 a?os luchando para que su pa¨ªs vuelva a la normalidad.Zohra pide limosna en el centro de Kabul. No tiene otra forma de sustento. Es viuda. Uno de sus hijos result¨® muerto en alg¨²n momento de la guerra que desde hace 23 a?os desangra Afganist¨¢n. El otro se encuentra en prisi¨®n. 'Los talib¨¢n', dice en un susurro mientras aprieta mi mano. Vive con su nuera y cinco nietos. Ninguna de las dos puede trabajar. Son mujeres. Es la ley impuesta por los nuevos se?ores del pa¨ªs, una milicia de fan¨¢ticos religiosos que aplica una estricta interpretaci¨®n del islam.

Agradecida por unas m¨ªseras pesetas, Zohra se levanta el burqa y me abraza. Bajo el velo encuentro una mujer consumida que aparenta 20 a?os m¨¢s de los 40 que declara. Dos d¨¦cadas largas de conflicto armado han dejado en el camino muchas mujeres sin marido, como Zohra. S¨®lo en Kabul, las agencias humanitarias estiman que viven 100.000 viudas de una poblaci¨®n total cercana al mill¨®n de habitantes. Eso significa que casi la mitad de las familias de la capital tienen como cabeza de familia a una mujer.

Vetadas para el trabajo (salvo en casos excepcionales y en entornos exclusivamente femeninos), est¨¢n condenadas a la miseria. Muchas sobreviven gracias a las panader¨ªas subvencionadas por el Programa de Alimentaci¨®n Mundial (PAM). 'Dan de comer a pr¨¢cticamente un tercio de la poblaci¨®n de Kabul', asegura una funcionaria de la ONU. Dos centenares de hornos por toda la capital reciben el grano gratis para poder vender la pieza de pan (400 gramos) a 2.500 afganis (unas seis pesetas). Veintiuno est¨¢n gestionados por cooperativas de mujeres y abastecen s¨®lo a mujeres.

Prohibido re¨ªrse

'Cuando, el pasado junio, un decreto prohibi¨® que las afganas trabajaran con las ONG y agencias de la ONU, esas 21 panader¨ªas tuvieron que cerrar, pero s¨®lo por un d¨ªa; r¨¢pidamente las autoridades se percataron de que eran 6.000 familias las que se quedaban sin pan y dieron marcha atr¨¢s con la excusa de que el edicto 'no alcanzaba a las cooperativas', explica la misma fuente.

No s¨®lo es el trabajo. Las mujeres tienen prohibido asistir a los centros oficiales de ense?anza de cualquier nivel. Tampoco pueden acudir a la consulta de un m¨¦dico var¨®n, aun cuando en su lugar de residencia no haya una mujer m¨¦dico. Ni siquiera se les permite salir a la calle sin la escolta de un pariente masculino, e incluso en ese caso est¨¢ prohibido que lo hagan sin burqa, esa especie de tienda de campa?a individual que les cubre de la cabeza a los pies, con un leve enrejado a la altura de los ojos, y las convierte en fantasmas azules (el color predominante en las calles de Kabul).

Los decretos del emirato isl¨¢mico que los talib¨¢n han instaurado en Afganist¨¢n han llegado hasta prohibir que las mujeres se r¨ªan o hagan ruido al andar. Y, sin embargo, ante una enfermedad grave, hasta los talib¨¢n llevan a sus esposas al m¨¦dico. En algunos lugares han empezado a surgir 'escuelas espont¨¢neas' para ni?as dentro de los hogares. En todos los casos se exponen a la humillaci¨®n y la reprimenda de los maruf -una especie de polic¨ªa religiosa que depende del Ministerio para la Promoci¨®n de la Virtud y la Prevenci¨®n del Vicio-, cuando no al encarcelamiento de las dar al tadih, o casas de rehabilitaci¨®n, un eufemismo para referirse a las c¨¢rceles femeninas.

'No es s¨®lo el burqa; la inseguridad jur¨ªdica y las restricciones son a¨²n peor', asegura Mahbooba, una joven de 19 a?os que, a ra¨ªz de la entrada de los talib¨¢n en Kabul (1996), huy¨® con su familia al vecino Pakist¨¢n. 'Si pudiera acudir a la universidad para estudiar medicina, no me importar¨ªa llevar el burqa, aunque no es lo que deseo; yo antes me vest¨ªa con ropas occidentales, como las tuyas, ahora incluso aqu¨ª, en Pakist¨¢n, tenemos mucha presi¨®n', relata nost¨¢lgica de su pa¨ªs.

'Esos tipos est¨¢n obsesionados con la separaci¨®n de sexos y la vestimenta isl¨¢mica', manifiesta Marco Garitti, cirujano de Emergency, una ONG italiana que acaba de abrir un hospital para heridos de guerra en Kabul. Garitti se ha enfrentado a las trabas sexistas del Ministerio de Salud. 'Quer¨ªan que tuvi¨¦ramos dos quir¨®fanos separados para hombres y mujeres', cuenta todav¨ªa incr¨¦dulo. Admite que han tenido que hacer algunas concesiones, como poner un muro separador en la sala de admisiones o en la unidad de cuidados intensivos. Adem¨¢s de varias enfermeras, uno de los tres m¨¦dicos locales que han contratado es una mujer. 'Inevitablemente tiene que atender a hombres; hace guardias como todos', asegura Garitti, quien no ha encontrado resistencia por parte de las f¨¦minas a las que atiende. A¨²n as¨ª, guardan las formas. 'Si alguien les fuera con el cuento de que no respetamos las reglas, nos cerrar¨ªan el hospital', concluye seguro de que les vigilan.

En medios oficiales se insiste en que no han sido los talib¨¢n los que han inventado el burqa. 'Ya exist¨ªa cuando nosotros llegamos', asegura Yahan Mir, un joven colaborador del Ministerio de Asuntos Exteriores. 'Es una ropa tradicional de nuestro pa¨ªs, y la mayor¨ªa de las mujeres no tienen ning¨²n problema en usarlo'. Mir reconoce, sin embargo, que 'hay una minor¨ªa que se opone: las mujeres influenciadas por la ideolog¨ªa sovi¨¦tica que nos trajo el r¨¦gimen comunista'.

La voz de las refugiadas

'El burqa es un s¨ªmbolo. Tal vez no sea la principal preocupaci¨®n de los hombres de este pa¨ªs, pero s¨ª que lo es para las mujeres educadas', responde por su parte un alto funcionario de la ONU que ha tenido ocasi¨®n de escuchar las quejas de juezas, doctoras y profesoras universitarias que hoy viven encerradas en sus casas para evitar la humillaci¨®n de los maruf. Es innegable que el burqa tiene una ra¨ªz local, pero resulta m¨¢s discutible su aceptaci¨®n generalizada. La oposici¨®n a ese velo no s¨®lo procede de las ¨¦lites educadas urbanas. Las mujeres de las tribus del norte (tayikas, hazaras, etc¨¦tera), nunca se han tapado la cara y siguen sin hacerlo. Lo que Mir no dice es que se trata de una cobertura tradicional entre los pashtunes, la etnia mayoritaria de Afganist¨¢n y de la que ha surgido la milicia de los talib¨¢n a la que ¨¦l pertenece.

Las estrictas normas que rigen la presencia de extranjeros en Afganist¨¢n hacen muy dif¨ªcil comprobar el grado de rechazo al burqa: tanto periodistas como empleados de organizaciones humanitarias tienen prohibido entrar en domicilios de afganos.

Con mayor libertad se expresan las afganas refugiadas en Pakist¨¢n. All¨ª, en los campos de refugiados, conviven todas las etnias que pueblan Afganist¨¢n (13 principales). En el centro de distribuci¨®n de comida de Nuevo Shamsatoo, el grupo de mujeres que espera su raci¨®n es un peque?o muestrario. Un tercio de ellas no lleva burqa, sino los vestidos coloristas de las campesinas del Norte y un pa?uelo a la cabeza. 'En nuestro pueblo nunca hemos usado burqa', responde sorprendida por la pregunta una mujer procedente de Shamalina, en el Norte. Las que esperan totalmente tapadas son invariablemente pasht¨²n. 'No, no queremos dejar de usar el burqa, es nuestra tradici¨®n, y aunque vivamos en Pakist¨¢n mantendremos el purdah', asegura Rahmatula Sha, de 45 a?os. 'No tenemos ning¨²n problema con cubrirnos de acuerdo con los preceptos isl¨¢micos; somos musulmanas y conocemos nuestros deberes religiosos y tambi¨¦n nuestros derechos', explica por su parte Fatana Gailani, directora del Consejo de Mujeres Afganas, (AWC, en sus siglas inglesas). Esta ONG afgana, ganadora, entre otros, del Premio Pr¨ªncipe de Asturias a la Cooperaci¨®n Internacional (1998) trabaja por la educaci¨®n, la salud y los derechos humanos de los afganos, con especial atenci¨®n a las mujeres. 'Nos imponen el burqa en nombre del islam, pero no lo aceptamos porque no est¨¢ ni en el Cor¨¢n ni en nuestra religi¨®n. La mujer musulmana debe cubrirse, pero ese velo nos ha sido impuesto por los hombres del Kal¨¢shnikov', concluye con la misma energ¨ªa con la que lleva 23 a?os luchando para que su pa¨ªs vuelva a la normalidad.Fantasmas

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Sobre la firma

?ngeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo ¨¢rabe e isl¨¢mico. Ex corresponsal en Dub¨¢i, Teher¨¢n, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'D¨ªas de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y M¨¢ster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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